“Siento vergüenza e indignación”: Papa a pueblos indígenas de Canadá

Pide perdón por la deplorable conducta de miembros de la Iglesia en internados del país

Vergüenza Papa indígenas Canadá
Audiencia con las delegaciones de los pueblos indígenas de Canadá, 1 abril 2022 © Vatican Media

El Papa Francisco a los pueblos indígenas de Canadá: “Siento vergüenza -dolor y vergüenza- por el papel que una serie de católicos, especialmente aquellos con responsabilidades educativas, han tenido en todas estas cosas que os han herido, en los abusos que habéis sufrido y en la falta de respeto a vuestra identidad, a vuestra cultura e incluso a vuestros valores espirituales. Todas estas cosas son contrarias al Evangelio de Jesucristo”.

Vergüenza Papa indígenas CanadáEstas palabras han sido pronunciadas por el Santo Padre ante el dramático asunto de las escuelas residenciales en la que niños de los pueblos indígenas de Canadá recibieron abusos y maltratos e incluso fueron asesinados.

“Por la deplorable conducta de esos miembros de la Iglesia Católica, pido perdón a Dios y quiero deciros de todo corazón: Lo siento mucho. Y me uno a mis hermanos, los obispos canadienses, para pedirles perdón”, añadió Francisco.

Tras esta semana de encuentros con las delegaciones de pueblos indígenas canadienses, hoy, 1 de abril de 2022 han concluido los encuentros con el Santo Padre en una audiencia en la Sala Clementina del Vaticano. A lo largo de la misma , los pueblos originarios dieron expresión de su cultura y tradiciones y el Papa ha manifestado su deseo de visitar Canadá para celebrar fiesta de santa Ana (26 de julio), abuela de Jesús, venerada por muchos de ellos.

A continuación, sigue el discurso completo del Papa traducido por Exaudi.

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Queridos hermanos y hermanas, Buenos días y bienvenidos.

Vergüenza Papa indígenas CanadáAgradezco a monseñor Poisson sus amables palabras y a cada uno de vosotros vuestra presencia aquí y las oraciones que habéis ofrecido. Os agradezco que hayáis venido a Roma a pesar de las dificultades causadas por la pandemia. En los últimos días, he escuchado atentamente sus testimonios. Los he llevado a mis pensamientos y oraciones, y he reflexionado sobre las historias que habéis contado y las situaciones que habéis descrito. Os agradezco que me hayáis abierto vuestros corazones y que hayáis expresado, con esta visita, vuestro deseo de que caminemos juntos.

Me gustaría retomar algunas de las muchas cosas que me han llamado la atención. Permítanme empezar por un dicho que forma parte de su sabiduría tradicional. No es sólo una frase, sino también una forma de ver la vida: “En cada deliberación, debemos considerar el impacto en la séptima generación”. Son palabras sabias, previsoras y todo lo contrario de lo que ocurre a menudo en nuestros días, cuando corremos detrás de objetivos prácticos e inmediatos sin pensar en el futuro y en las generaciones venideras. Porque los lazos que unen a los mayores y a los jóvenes son esenciales. Hay que cuidarlos y protegerlos, para no perder nuestra memoria histórica y nuestra propia identidad. Cuando la memoria y la identidad se cuidan y protegen, nos hacemos más humanos.

En estos días, ha surgido una hermosa imagen. Os habéis comparado con las ramas de un árbol. Al igual que esas ramas, os habéis extendido en diferentes direcciones, habéis vivido diversas épocas y estaciones, y habéis sido azotados por poderosos vientos. Sin embargo, habéis permanecido sólidamente anclados a vuestras raíces, que habéis mantenido fuertes. De este modo, habéis seguido dando frutos, pues las ramas de un árbol sólo crecen en altura si sus raíces son profundas. Me gustaría hablar de algunos de esos frutos, que merecen ser más conocidos y apreciados.

En primer lugar, vuestro cuidado de la tierra, que no veis como un recurso a explotar, sino como un regalo del cielo. Para vosotros, la tierra conserva la memoria de vuestros antepasados que descansan en ella; es un escenario vital que permite ver la vida de cada individuo como parte de una red mayor de relaciones, con el Creador, con la comunidad humana, con todas las especies vivas y con la tierra, nuestra casa común. Todo ello te lleva a buscar la armonía interior y exterior, a mostrar un gran amor por la familia y a poseer un vivo sentido de la comunidad. Además, está la riqueza particular de vuestras lenguas, vuestras culturas, vuestras tradiciones y vuestras formas de arte. Éstas representan un patrimonio que os pertenece no sólo a vosotros, sino a toda la humanidad, pues son expresiones de nuestra humanidad común.


Sin embargo, ese árbol, rico en frutos, ha vivido una tragedia que me habéis descrito en estos días: la tragedia del desarraigo. La cadena que transmitía conocimientos y formas de vida en unión con la tierra se rompió por una colonización que no os respetó, arrancó a muchos de vosotros de vuestro medio vital y trató de conformaros a otra mentalidad. De esta manera, se hizo un gran daño a vuestra identidad y a vuestra cultura, se separaron muchas familias y un gran número de niños fueron víctimas de estos intentos de imponer una uniformidad basada en la idea de que el progreso se produce a través de la colonización ideológica, siguiendo programas elaborados en despachos y no en el deseo de respetar la vida de los pueblos. Es algo que, desgraciadamente, y a distintos niveles, sigue ocurriendo hoy en día: la colonización ideológica. ¡Cuántas formas de colonización política, ideológica y económica siguen existiendo en el mundo, movidas por la codicia y el afán de lucro, con poca preocupación por los pueblos, sus historias y tradiciones, y la casa común de la creación! Lamentablemente, esta mentalidad colonial sigue estando muy extendida. Ayudémonos, juntos, a superarla.

Vergüenza Papa indígenas CanadáAl escuchar vuestras voces, he podido adentrarme en los relatos del sufrimiento, las dificultades, la discriminación y las diversas formas de abuso que algunos de vosotros habéis experimentado, especialmente en los internados, y sentirme profundamente apenado por ello. Es escalofriante pensar en los decididos esfuerzos por inculcar un sentimiento de inferioridad, por despojar a la gente de su identidad cultural, por cortar sus raíces, y considerar todos los efectos personales y sociales que esto sigue acarreando: traumas no resueltos que se han convertido en traumas intergeneracionales.

Todo esto me ha hecho sentir dos cosas muy fuertes: indignación y vergüenza. Indignación, porque no está bien aceptar el mal y, peor aún, acostumbrarse al mal, como si fuera una parte inevitable del proceso histórico. No. Sin una verdadera indignación, sin memoria histórica y sin el compromiso de aprender de los errores del pasado, los problemas quedan sin resolver y vuelven a aparecer. Lo podemos ver estos días en el caso de la guerra. La memoria del pasado nunca debe sacrificarse en el altar del supuesto progreso.

Yo también siento vergüenza. Os lo he dicho y ahora lo repito. Siento vergüenza -dolor y vergüenza- por el papel que una serie de católicos, especialmente aquellos con responsabilidades educativas, han tenido en todas estas cosas que os han herido, en los abusos que habéis sufrido y en la falta de respeto a vuestra identidad, a vuestra cultura e incluso a vuestros valores espirituales. Todas estas cosas son contrarias al Evangelio de Jesucristo. Por la deplorable conducta de esos miembros de la Iglesia Católica, pido perdón a Dios y quiero deciros de todo corazón: Lo siento mucho. Y me uno a mis hermanos, los obispos canadienses, para pedirles perdón. Está claro que el contenido de la fe no puede transmitirse de forma contraria a la propia fe: Jesús nos enseñó a acoger, a amar, a servir y a no juzgar; es algo espantoso cuando, precisamente en nombre de la fe, se da un testimonio contrario al Evangelio.

Vuestras experiencias me han hecho reflexionar de nuevo sobre esas preguntas siempre oportunas que el Creador dirige a la humanidad en las primeras páginas de la Biblia. Después del primer pecado, pregunta: “¿Dónde estás?” (Gn 3,9). Luego, unas páginas más adelante, hace otra pregunta, inseparable de la primera: “¿Dónde está tu hermano?”. (Gn 4,9). ¿Dónde estás tú? ¿Dónde está tu hermano? Son preguntas que nunca debemos dejar de hacer. Son las preguntas esenciales que plantea nuestra conciencia, para que no olvidemos nunca que estamos aquí en esta tierra como guardianes de la sacralidad de la vida, y por tanto guardianes de nuestros hermanos y de todos los pueblos hermanos.

Al mismo tiempo, pienso con gratitud en todos aquellos creyentes buenos y decentes que, en nombre de la fe, y con respeto, amor y bondad, han enriquecido vuestra historia con el Evangelio. Pienso con alegría, por ejemplo, en la gran veneración que muchos de vosotros tenéis por santa Ana, la abuela de Jesús. Este año me gustaría estar con vosotros en esos días. Hoy es necesario restablecer la alianza entre abuelos y nietos, entre ancianos y jóvenes, pues es un requisito fundamental para el crecimiento de la unidad en nuestra familia humana.

Queridos hermanos y hermanas, tengo la esperanza de que nuestros encuentros de estos días señalen nuevos caminos a seguir juntos, infundan valor y fuerza, y conduzcan a un mayor compromiso a nivel local. Todo proceso de sanación verdaderamente eficaz requiere acciones concretas. Con espíritu fraterno, animo a los obispos y a la comunidad católica a seguir dando pasos hacia la búsqueda transparente de la verdad y a fomentar la curación y la reconciliación. Estos pasos forman parte de un camino que puede favorecer el redescubrimiento y la revitalización de vuestra cultura, al tiempo que ayuda a la Iglesia a crecer en el amor, el respeto y la atención específica a vuestras auténticas tradiciones. Quiero deciros que la Iglesia está a vuestro lado y quiere seguir caminando con vosotros. El diálogo es la clave del conocimiento y del intercambio, y los obispos de Canadá han manifestado claramente su compromiso de seguir avanzando junto a vosotros por un camino renovado, constructivo y fecundo, en el que los encuentros y los proyectos compartidos serán de gran ayuda.

Vergüenza Papa indígenas CanadáQueridos amigos, me he enriquecido con vuestras palabras y aún más con vuestros testimonios. Habéis traído aquí, a Roma, un sentido vivo de vuestras comunidades. Me alegraré de volver a encontrarme con vosotros cuando visite vuestras tierras de origen, donde viven vuestras familias. ¡No iré en invierno! Así que concluyo diciendo “Hasta que nos volvamos a encontrar” en Canadá, donde podré expresaros mejor mi cercanía. Mientras tanto, os aseguro mis oraciones, y sobre vosotros, vuestras familias y vuestras comunidades invoco la bendición del Creador.

No quiero terminar sin dirigiros unas palabras a vosotros, mis hermanos obispos: ¡Gracias! Gracias por vuestro valor. El Espíritu del Señor se revela en la humildad. Ante historias como la que hemos escuchado, la humillación de la Iglesia es fecunda. ¡Gracias por vuestra valentía!.

¡Os doy las gracias a todos!

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