Esta mañana, jueves, 7 de diciembre de 2023, en el Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre Francisco recibió en Audiencia a los miembros del Movimiento de los Focolares, con motivo del 80 aniversario de su fundación.
Publicamos a continuación el discurso que el Papa les dirigió durante la Audiencia:
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Discurso del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, ¡bienvenidos!
Saludo al cardenal Farrel, a vuestra presidenta, la doctora Margaret Karram, al copresidente, el padre Jesús Morán, a los miembros del Consejo general, a los delegados de las áreas geográficas y a todos vosotros. Os agradezco que hayáis venido para celebrar el 80 aniversario de la fundación del Movimiento de los Focolares, también conocido como Obra de María. Gracias a todos.
Coincide con el día en que la Sierva de Dios Chiara Lubich decidió consagrarse totalmente al Señor. De una inspiración que recibió en un contexto absolutamente ordinario de la vida -mientras hacía la compra para su familia- surgió un acto radical de entrega a Dios, como respuesta a la llamada que había sentido dulce y fuerte en su corazón. Era el 7 de diciembre de 1943, en Trento, en plena guerra mundial; en la misma víspera de la solemnidad de la Inmaculada Concepción, el «sí» de María se convirtió en el «sí» de Clara, generando una ola de espiritualidad que se extendió por todo el mundo, para decir a todos que es hermoso vivir el Evangelio con una simple palabra: unidad. Pero unidad también significa armonía: unidad armónica.
En estos ochenta años, habéis hecho resonar este mensaje en medio de los jóvenes, de las comunidades, de las familias, de las personas de vida consagrada, de los sacerdotes y de los obispos; y también en distintos ambientes sociales: desde el mundo de la educación al de la economía, desde el del arte y de la cultura al de la información y de los medios de comunicación; y en particular en los ámbitos del ecumenismo y del diálogo interreligioso. Así, habéis sido instrumento activo de un gran florecimiento de obras, de iniciativas, de proyectos y, sobre todo, de «renacimientos», de conversiones, de vocaciones, de vidas entregadas a Cristo y a nuestros hermanos y hermanas. Por todo esto hoy queremos dar gracias a Dios.
En febrero de 2021, hablando en vuestra Asamblea General, subrayé tres actitudes importantes para vuestro camino: vivir vuestro carisma con fidelidad dinámica, acoger los momentos de crisis como una oportunidad para madurar, encarnar la espiritualidad con coherencia y realismo (Discurso, 6 de febrero de 2021). Vivid la espiritualidad. Quiero recordarlos hoy para animaros a vivirlos y promoverlos en tres líneas: madurez eclesial, fidelidad al carisma y compromiso por la paz.
Madurez eclesial. Os invito a trabajar para que el sueño de una Iglesia plenamente sinodal y misionera se realice cada vez más. Comenzad por vuestras comunidades, fomentando en ellas un estilo de participación y corresponsabilidad, también a nivel de gobierno. Que los focolares acrecienten en su interior y difundan en torno a ellas un clima de escucha recíproca y de calor de familia, en el que nos respetemos y cuidemos unos a otros, con particular atención a los más débiles, a los más necesitados de apoyo. Para ello, os será útil buscar formas de participación y consulta mutua a todos los niveles, prestando especial atención a la comunicación y al diálogo sincero.
En cuanto a la segunda línea, la fidelidad al carisma, quisiera recordaros unas palabras de vuestra Fundadora: «Que los que os sigan sólo tengan el Evangelio. Si hacéis esto, el ideal de la unidad permanecerá […]. Lo que permanece y permanecerá siempre es el Evangelio, que no sufre el desgaste del tiempo» (C. Lubich, en La Parola di Dio, Roma 2011, 112-113). Sembrad, por favor, la unidad llevando el Evangelio, sin perder nunca de vista la obra de encarnación que Dios sigue queriendo realizar en nosotros y en torno a nosotros por medio de su Espíritu, para que Jesús sea buena noticia para todos, sin excluir a nadie, y «que todos sean uno» (Jn 17,21).
Y así llegamos a la tercera línea: el compromiso por la paz, tan importante hoy. En efecto, después de dos milenios de cristianismo, el anhelo de unidad sigue tomando, en muchas partes del mundo, la forma de un grito agónico que exige una respuesta. Chiara lo escuchó durante la tragedia de la Segunda Guerra Mundial, y decidió dar toda su vida para que ese «testamento de Jesús» se hiciera realidad. Hoy, por desgracia, el mundo sigue desgarrado por muchos conflictos y sigue necesitando artífices de fraternidad y paz entre los pueblos y las naciones. Clara decía: «Ser amor y difundirlo es el objetivo general de la Obra de María» (Vigilia de Pentecostés, Plaza de San Pedro, 30 de mayo de 1998). Ser amor y difundirlo: ese es el objetivo principal. Y sabemos que sólo del amor nace el fruto de la paz. Por eso os pido que seáis testigos y constructores de la paz que Cristo alcanzó con su cruz, derrotando la enemistad. Pensad que desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta ahora, las guerras no han terminado. Y no somos conscientes del drama de la guerra. Os haré una confidencia. Cuando fui en 2014 a Redipuglia para el centenario de la Primera Guerra, y vi aquel cementerio, lloré, lloré. ¡Cuánta destrucción! Y cada 2 de noviembre voy a celebrar en algún cementerio, incluso la última vez en el Cementerio de la Commonwealth, y veo la edad de los soldados: 22, 24, 18, 30… Todas las vidas rotas. Por la guerra. Y la guerra no termina. Y en la guerra todos pierden, todos. Sólo ganan los fabricantes de armas. Y si no se fabricaran armas durante un año, se acabaría el hambre en el mundo. Esto es terrible. Debemos reflexionar sobre este drama.
Antes de terminar, quisiera hacer una última invitación, oportuna en este tiempo de Adviento: la de la vigilancia. La trampa de la mundanidad espiritual siempre está al acecho. Por eso es necesario que también vosotros sepáis reaccionar con decisión, coherencia y realismo. Recordemos que la incoherencia entre lo que decimos ser y lo que realmente somos es el peor antitestimonio. La incoherencia. Tengamos cuidado. Y el remedio es siempre volver al Evangelio, raíz de nuestra fe y de vuestra historia: al Evangelio de la humildad, del servicio desinteresado, de la sencillez. Y siempre me gusta recordar que estáis muy cerca del secreto de Dios, de los cuatro secretos de Dios. Cuatro cosas que Dios no puede entender: no sabe cuántas congregaciones de monjas hay; qué piensan los jesuitas; cuánto dinero tienen los salesianos; ¡y de qué se ríen los focolarinos!
Queridos hermanos y hermanas, como ya hemos dicho, sois Obra de María: es Ella quien os ha acompañado estos ochenta años y sabéis bien que nunca dejará de hacerlo. Que la Virgen de Nazaret sea, pues, la fuente de vuestro consuelo y de vuestra fuerza, para que seáis apóstoles de la unidad al servicio de la Iglesia y de la humanidad. Gracias por lo que sois y por lo que hacéis. Continuad vuestro camino con confianza. Os bendigo de corazón. Y os recomiendo: no olvidéis rezar por mí. Gracias.