Edith Stein (Santa Benedicta de la Cruz 1891-1942) es un personaje fascinante. Filósofa, de origen judío y conversa al catolicismo en 1922. Profesó de carmelita en 1933 y murió en Auschwitz-Birkenau en agosto de 1942. Fue una brillante discípula de Husserl. En el convento siguió pensando y escribiendo de filosofía. Su libro inconcluso La ciencia de la Cruz, es una meditación sobre el sacrificio, teniendo como telón de fondo a San Juan de la Cruz. Desde que descubrió a Cristo se vio asociada a la cruz, de ahí que el nombre que eligiera en su ingreso al Carmelo haga referencia explícita a ella. San Juan Pablo II en su homilía en la ceremonia de canonización de la santa hace notar esta predilección por la cruz: “Muchos de nuestros contemporáneos quisieran silenciar la cruz, pero nada es más elocuente que la cruz silenciada. El verdadero mensaje del dolor es una lección de amor. El amor hace fecundo al dolor y el dolor hace profundo al amor”.
He vuelto sobre Edith Stein a propósito de un reciente libro introductorio sobre ella: Edith Stein. Servir a la humanidad de Pedro José Grande Sánchez (Voz de Papel, 2022). Es un libro que ayuda a comprender a la santa en su integridad, cuya sensibilidad ha sido captada empáticamente por el autor del texto. Es una mirada -me parece- de quien percibe, vive y comprende la espiritualidad de Edith Stein. El texto -breve- se detiene en la tesis doctoral de la filósofa Sobre el problema de la empatía dirigido por su maestro Husserl. En este trabajo inicial Pedro Grande ve el núcleo esencial de la obra filosófica de Stein, en particular, su interés por comprender a la persona.
Al inicio, Stein se ve atraída por la psicología, ve ahí una forma de servir a la humanidad. Más adelante se orienta en la filosofía y su afán de servicio sigue siendo su norte. Humanidad que no queda reducida a un colectivo abstracto, sino que desciende a la preocupación por la persona singular. La puerta que le abre al mundo de la persona es su experiencia como enfermera en los hospitales durante la Gran Guerra. Dice: “Tuve la impresión de que los enfermos estaban poco acostumbrados a una atención esmerada y cariñosa. La ayuda voluntaria en tales lugares de dolor permanente podía encontrar un amplio campo para ejercer el amor al prójimo” (p. 56).
Experiencias como ésta y el de las amistades que va haciendo le van descubriendo la realidad del otro. Así escribe: “La amistad con Pauline y Erika fue más profunda y encantadora que otras amistades estudiantiles anteriores. Por vez primera no estaba yo en primer plano, sino que percibía en ellas algo mejor y más valioso que en mí misma” (p. 57). Sus reflexiones y su pensamiento le van descubriendo -afirma Pedro Grande- “que en donde se revela auténticamente lo valioso de la persona no es el yo, sino en el otro, que da plenitud a mi existencia”. El camino a la empatía se hace cada vez más claro y el núcleo del problema que plantea, también: “me pareció que era menester ante todo poner en evidencia el problema fundamental desde el que se pueden entender todos los demás y someterlo a una investigación radical (…) como problema fundamental reconocí la cuestión de la empatía como experiencia de sujetos ajenos y de su vivenciar” (p. 65).
Empatía, sentir con, comprender al otro, ponerse emocionalmente en el lugar del otro. Una palabra que, en nuestro tiempo, está muy de moda y se suele utilizar -tantas veces- para descalificar al otro, sacándole en cara su falta de empatía ante un problema o situación. Se da por sentado que es al otro al que le falta empatía para comprendernos o comprender el problema en cuestión. Sea como fuere, Edith Stein -muy a principios del siglo pasado- vio en la empatía el elemento clave para indagar sobre la persona. Siguiendo a Lipps, identifica los momentos de la empatía; uno primero de proyección hacia el otro y un segundo momento de imitación de los componentes que está empatizando. No es propiamente identificación ni disolución del yo en el otro, es una aprehensión cercana del mundo interior del otro que amplía el campo visual del alma para hacernos con la vivencia del prójimo. Actitud, como se puede apreciar, muy alejada de las salidas de tono, de la furia en el hablar y del griterío injurioso.
Inteligencia lúcida, espíritu cultivado y delicado, amor a la cruz son rasgos atrayentes del perfil espiritual de la santa. Con San Juan Pablo II podemos pedir “que esta santa sea para nosotros un ejemplo en nuestro compromiso al servicio de la libertad y en nuestra búsqueda de la verdad. Que su testimonio sirva para hacer cada vez más sólido el puente de la comprensión recíproca entre los judíos y los cristianos”. Y también, para la comprensión recíproca de unos y otros cuando nos encontramos en el debate cultural.