“Estáis consagrados para el mundo, que espera vuestro testimonio de una libertad que da alegría, que alimenta la esperanza, que prepara el futuro”, expone el Papa en una carta a los Institutos de Vida Consagrada.
Ayer miércoles 2 de febrero, el Papa Francisco envió una carta al presidente de la conferencia mundial de institutos seculares con motivo del 75º aniversario de la constitución apostólica Provida Mater Ecclesia.
En la carta, Francisco recuerda el 75º aniversario de la publicación de la Constitución Apostólica Provida Mater Ecclesia, “en la que mi predecesor Pío XII reconocía la forma de testimonio que, sobre todo a partir de las primeras décadas del siglo pasado, se extendía entre los católicos laicos especialmente comprometidos”.
La identidad específica de vuestro carisma
Un año después, el 12 de marzo de 1948, explica el Santo Padre, “con el Motu proprio Primo Feliciter, el mismo Pontífice añadió una importante clave interpretativa: respecto a Provida Mater, que os indicaba simplemente como “Institutos”, el motu proprio añadía que la identidad específica de vuestro carisma proviene de vuestra naturaleza secular, definida como la “razón de ser” de los propios Institutos”. (véase Primo Feliciter, 5). “Esto dio plena legitimidad a esta forma vocacional de consagración secular”, añade.
“Sigo pensando que ese documento fue ‘en cierto sentido revolucionario’ reitera su Santidad utilizando la expresión que expresó en 2017 en un Mensaje a los participantes en la Conferencia Italiana de Institutos Seculares: ”Han pasado los años y muchos han sido los cambios producidos en la Iglesia, en los movimientos y en las comunidades”.
“Querida hermana -escribe en la misiva el Obispo de Roma al dirigirse a Jolanta Szpilarewicz, deseo invitarla, sobre todo en los próximos meses, a invocar de manera especial al Espíritu Santo para que renueve en cada miembro de los institutos seculares la fuerza creativa y profética que hizo de ellos un gran don para la Iglesia antes y después del Concilio Vaticano II”.
Secularidad y consagración
Del mismo modo, Francisco describe en la carta como “un gran desafío” al referirse a la relación entre secularidad y consagración,” aspectos que estáis llamados a mantener unidos”. En efecto, prosigue, “por vuestra consagración es fácil asimilaros a los religiosos, pero quisiera que os caracterizara vuestro profetismo inicial, en particular el carácter bautismal que caracteriza a los institutos seculares laicos. Inspiraros, queridos miembros de los institutos seculares, en el deseo de vivir una ‘santa secularidad’, porque sois una institución laica”. Igualmente, se refiere a que son “uno de los carismas más antiguos y la Iglesia os necesitará siempre”. No obstante, “vuestra consagración no debe confundirse con la vida religiosa. Es el bautismo el que constituye la primera y más radical forma de consagración”.
Sois institutos, “no os institucionalicéis”
Por otra parte, el Sucesor de Pedro subraya que “sus votos son el sello de su compromiso con el Reino”. “Es precisamente esta dedicación indivisa al Reino la que os permite revelar la vocación original del mundo, vuestro ser al servicio del camino de la santificación de la humanidad”. Así, “la especificidad del carisma de los Institutos Seculares os exige ser radicales y, al mismo tiempo, libres y creativos, para recibir del Espíritu Santo el modo más oportuno de vivir vuestro testimonio cristiano”. “Sois institutos, pero nunca os institucionalicéis”, recalca.
El Papa también destaca en la misiva, que hay un nuevo paso que dar. “Al principio elegisteis ‘salir de las sacristías’ para llevar a Jesús al mundo. Hoy el movimiento de salir debe complementarse con el compromiso de hacer presente el mundo (¡no la mundanidad!) en la Iglesia. Muchas cuestiones existenciales han llegado tarde a las mesas de los obispos y teólogos. Han experimentado muchos cambios por adelantado. Pero vuestra experiencia aún no ha enriquecido suficientemente a la Iglesia”.
Para finalizar, Francisco pide “que renovéis este espíritu de anticipación del camino de la Iglesia, que seáis centinelas que miran hacia arriba y hacia delante, con la Palabra de Dios en el corazón y el amor a los hermanos en las manos. Estáis en el mundo para dar testimonio de que es amado y bendecido por Dios”. “Estáis consagrados para el mundo, que espera vuestro testimonio de una libertad que da alegría, que alimenta la esperanza, que prepara el futuro”.
A continuación, ofrecemos la carta del Santo Padre traducida por Exaudi:
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Carta del Santo Padre
A la Sra. Jolanta Szpilarewicz. Presidenta de la Conferencia Mundial de Institutos Seculares con motivo del 75º aniversario de la Constitución Apostólica Provida Mater Ecclesia.
Hoy se cumple el 75º aniversario de la publicación de la Constitución Apostólica Provida Mater Ecclesia, en la que mi predecesor Pío XII reconocía la forma de testimonio que, sobre todo a partir de las primeras décadas del siglo pasado, se extendía entre los católicos laicos especialmente comprometidos.
Un año después, el 12 de marzo de 1948, con el Motu proprio Primo Feliciter, el mismo Pontífice añadió una importante clave interpretativa: respecto a Provida Mater, que os indicaba simplemente como “Institutos”, el motu proprio añadía que la identidad específica de vuestro carisma proviene de vuestra naturaleza secular, definida como la “razón de ser” de los propios Institutos (véase Primo Feliciter, 5). Esto dio plena legitimidad a esta forma vocacional de consagración secular. Como tuve ocasión de decirle hace cinco años, sigo pensando que ese documento fue “en cierto sentido revolucionario” (Mensaje a los participantes en la Conferencia Italiana de Institutos Seculares, 23 de octubre de 2017).
Querida hermana, parece que han pasado más de 75 años desde Provida Mater, si vemos los cambios que se han producido en la Iglesia y el desarrollo de tantos movimientos eclesiales y comunidades con carismas similares al vuestro. Ahora sé que estáis plenamente comprometidos en la preparación de la próxima Asamblea, que se celebrará en agosto y cuyos trabajos, si Dios quiere, vendré a concluir con mucho gusto. Pero ahora quiero agradeceros vuestro servicio y vuestro testimonio. Quisiera invitaros, sobre todo en los próximos meses, a invocar de manera especial al Espíritu Santo para que renueve en cada miembro de los institutos seculares la fuerza creativa y profética que hizo de ellos un gran don para la Iglesia antes y después del Concilio Vaticano II.
Un gran desafío se refiere a la relación entre secularidad y consagración, aspectos que estáis llamados a mantener unidos. En efecto, por vuestra consagración es fácil asimilaros a los religiosos, pero quisiera que os caracterizara vuestro profetismo inicial, en particular el carácter bautismal que caracteriza a los institutos seculares laicos. Inspiraros, queridos miembros de los institutos seculares, en el deseo de vivir una “santa secularidad”, porque sois una institución laica. Sois uno de los carismas más antiguos y la Iglesia os necesitará siempre. Pero vuestra consagración no debe confundirse con la vida religiosa. Es el bautismo el que constituye la primera y más radical forma de consagración.
En el griego eclesiástico antiguo, era costumbre llamar “santos” a los fieles bautizados. Tanto el término griego hagios como el término latino sanctussi se refieren no tanto a lo que es “bueno” en sí mismo, sino a “lo que pertenece a Dios”. Es en este sentido que San Pablo habla de los cristianos de Corinto como hagioi, a pesar de su agitación y sus luchas, para indicar no una forma humana de perfección, sino su pertenencia a Cristo. Ahora, por el bautismo, le pertenecemos a Él. Estamos fundados en una comunión eterna con Dios y entre nosotros. Esta unión irreversible es la raíz de toda santidad, y es también el poder que puede separarnos, a su vez, de la mundanidad. El bautismo es, pues, la fuente de toda forma de consagración.
Por otra parte, sus votos son el sello de su compromiso con el Reino. Es precisamente esta dedicación indivisa al Reino la que os permite revelar la vocación original del mundo, vuestro ser al servicio del camino de la santificación de la humanidad. La especificidad del carisma de los Institutos Seculares os exige ser radicales y, al mismo tiempo, libres y creativos, para recibir del Espíritu Santo el modo más oportuno de vivir vuestro testimonio cristiano. Sois institutos, pero nunca os institucionalicéis.
La secularidad, vuestro rasgo distintivo, indica un modo evangélico preciso de estar presentes en la Iglesia y en el mundo: como semilla, como levadura. A veces se ha utilizado la palabra “anónimo” para referirse a los miembros de los Institutos Seculares. Yo prefiero decir que están escondidos dentro de la realidad, como la semilla en la tierra y la levadura en la masa. Y no se puede decir que una semilla o una levadura sean anónimas. La semilla es la premisa de la vida, la levadura es el ingrediente esencial para que el pan sea fragante. Por eso os invito a profundizar en el sentido y en el modo de vuestra presencia en el mundo y a renovar en vuestra consagración la belleza y el deseo de participar en la transfiguración de la realidad.
Hay un nuevo paso que dar. Al principio elegisteis “salir de las sacristías” para llevar a Jesús al mundo. Hoy el movimiento de salir debe complementarse con el compromiso de hacer presente el mundo (¡no la mundanidad!) en la Iglesia. Muchas cuestiones existenciales han llegado tarde a las mesas de los obispos y teólogos. Han experimentado muchos cambios por adelantado. Pero vuestra experiencia aún no ha enriquecido suficientemente a la Iglesia. El movimiento de profecía que hoy os interpela es el siguiente paso después de vuestro nacimiento. No se trata de volver a la sacristía, sino de ser “antenas receptivas, transmisoras de mensajes”. Lo repito con gusto: “sois como antenas dispuestas a recibir las más pequeñas innovaciones impulsadas por el Espíritu Santo, y podéis ayudar a la comunidad eclesial a asumir esta mirada de bondad y a encontrar caminos nuevos y audaces para llegar a todos los pueblos” (Discurso a la Conferencia Italiana de Institutos Seculares, 10 de mayo de 2014).
En la Encíclica Fratelli Tutti, recordé que la degradación social y ecológica hacia la que se dirige el mundo actual (cf. capítulo 1) es también consecuencia de un modo inadecuado de vivir la religiosidad (cf. capítulo 2). Es lo que el Señor subraya a través de la parábola del buen samaritano, en la que no denuncia la maldad de los ladrones y del mundo, sino una cierta mentalidad religiosa autorreferencial y cerrada, desencarnada e indiferente. Pienso en usted como un antídoto contra esto. La secularidad consagrada es un signo profético que nos impulsa a revelar el amor del Padre con la vida más que con las palabras, a mostrarlo diariamente en los caminos del mundo. Hoy no es tanto el tiempo de los discursos persuasivos y convincentes; es sobre todo el tiempo del testimonio porque, mientras la apología divide, la belleza de la vida atrae. ¡Sed testigos que atraen!
La secularidad consagrada está llamada a poner en práctica las imágenes evangélicas de la levadura y la sal. Sed levadura de verdad, de bondad y de belleza, fermentando la comunión con los hermanos y hermanas que os rodean, porque sólo a través de la fraternidad se puede vencer el virus del individualismo (cf. Fratelli Tutti, 105). Y sed sal que da sabor, porque sin sabor, deseo y asombro, la vida queda insípida y las iniciativas quedan estériles. Te ayudará recordar cómo la proximidad y la cercanía han sido los caminos de tu credibilidad, y cómo la profesionalidad te ha dado “autoridad evangélica” en los ambientes de trabajo.
Querida hermana, has recibido el don de una profecía que “anticipó” el Concilio Vaticano II, que acogió la riqueza de tu experiencia. San Pablo VI dijo: “sois un ala avanzada de la Iglesia en el mundo” (Discurso al Congreso Internacional de Dirigentes de Institutos Seculares, 20 de septiembre de 1972). Os pido hoy que renovéis este espíritu de anticipación del camino de la Iglesia, que seáis centinelas que miran hacia arriba y hacia delante, con la Palabra de Dios en el corazón y el amor a los hermanos en las manos. Estáis en el mundo para dar testimonio de que es amado y bendecido por Dios. Estáis consagrados para el mundo, que espera vuestro testimonio de una libertad que da alegría, que alimenta la esperanza, que prepara el futuro. Por eso os doy las gracias y os bendigo de corazón, pidiéndoos que sigáis rezando por mí.
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