El Movimiento de Schoenstatt ha celebrado en Santiago de Chile del 31 de mayo al 2 de junio el jubileo de 75 años del acto que protagonizara el P. José Kentenich, fundador de dicho movimiento, en el que depositara en el Santuario de Schoenstatt de Bellavista, en Santiago, la primera parte de una carta dirigida al obispo de Tréveris, diócesis en que se encuentra el centro del Movimiento. Parte de la carta llegaría a los obispos alemanes.
En ella describía una Iglesia centrada en sí misma como institución, que a grandes rasgos, era incapaz de comprender el alma humana en su profundidad y de dar respuestas acordes a las exigencias del tiempo.
A la vez, en la carta proponía su visión de una Iglesia integradora, de una relación personal con un Dios que es padre, en la que María acompaña como madre y educadora, y que invita a que la Iglesia sea una familia, acentuando la importancia de desarrollar los vínculos humanos, sin negarlos o reprimirlos, como un seguro para una naturaleza sana, y que sea así un seguro y camino para una sana relación con Dios.
Acentuación en la realidad actual y las exigencias que nos plantea
En estas celebraciones en Chile participaron 1500 personas de 20 países. Si bien se le dio importancia al paso histórico que diera el P. Kentenich (ver en nuestro primer artículo detalles sobre el proceso del acto en cuestión y sus serias consecuencias), la acentuación estuvo dada en la respuesta que Schoenstatt da y está llamado a dar a la sociedad y al mundo en el tiempo actual.
Se presentaron paneles, y talleres llamados “encuentros Cenáculo”, a través de los cuales se pretendió bajar a la realidad la misión de Schoenstatt en los más variados contextos sociales y humanos. De esta forma Schoenstatt quiere aportar a una Iglesia que no es autorreferencial (Papa Francisco, EG, 9), sino en salida, “con la mano en el pulso del tiempo y el oído en el corazón de Dios” (P. Kentenich).
Estos “encuentros Cenáculo” versaron sobre temáticas como desafíos de la sustentabilidad, el valor de una autoridad como servicio, la educación de los hijos en la fe, el amor de pareja en dificultad, una economía más humana, dilemas que presenta la tecnología, la Virgen Peregrina de Schoenstatt, Schoenstatt al servicio público, sanación de vínculos, crisis de abusos sexuales, pedagogía kentenijiana, Schoenstatt ante la pobreza, redes sociales y evangelización, relación de padres con los hijos, acompañando en el dolor, meditación y oración, y la Iglesia ante la secularización.
Como se puede ver, se trataron temas que tocan concretamente la vida, ya sea en la familia, en la forjación de la personalidad, en la misión social del cristiano, en la espiritualidad y la fe, en la educación y en la realidad de la Iglesia.
La importancia de una educación profética
El taller Metodologías activas, ofrecido por la ecuatoriana Erika Cedeño, profundizó en la realidad de Schoenstatt como movimiento de educación y educadores, acentuando que los tiempos actuales demandan una formación centrada en la persona y que el contenido que se ofrece sea significativo, que pueda ser aplicado a la vida real, con base en contexto actual, y que su formador sea una persona que inspire, no solo con sus conocimientos, sino sobre todo con sus experiencias de vida.
Se trató de una experiencia enriquecedora, donde el interés común fue actualizar la manera cómo formamos y transformamos vidas a través de la educación aplicada a la vida diaria integrando tecnología educativa. Cedeño cerró con un pensamiento de José Kentenich: “La educación no puede darse solamente según patrones preestablecidos, sino que debe tener algo de creativo, creador, no convencional y hasta profético”.
Pensamiento y cultura del tiempo de Kentenich
Cristián León González, académico del Laboratorio de Humanidades de la Universidad San Sebastián y María Asunción Pérez-Cotapos Valenzuela, psicóloga por la Pontificia Universidad Católica de Chile, con un Magíster en Psicología Educacional, fueron parte de un panel en el que abordaron la perspectiva del pensamiento de la época, en el cual se entendieron las ideas que el padre Kentenich propuso a la Iglesia, y el prisma de la cultura de aquel tiempo, las características de la sociedad y sus implicancias. Ambos ofrecen a EXAUDI sus pensamientos al respecto.
Cuádruple vocación de Kentenich: psicólogo, pedagogo, filósofo y metafísico
Cristián León entiende que “uno de los motores fundamentales del Padre Kentenich era armonizar e integrar su cuádruple vocación, tanto de psicólogo, como de pedagogo, de filósofo y de metafísico, para poder actuar con certeza y convicción ante la realidad cambiante del mundo. Esto se nota muy fuertemente tanto en cómo va organizando y articulando el Movimiento, haciendo correcciones, cultivando el espíritu y la libertad bajo una sana autoridad, como en su actitud de escrutar el tiempo, ver los principios que subyacen tras estas lógicas, ver los rasgos de Dios encarnados en las personas y en la creación, en las leyes que rigen el actuar de Dios y cómo comparecen en su plan de salvación, todo esto sintetizado en la maravillosa frase ‘la mano en el pulso del tiempo, el oído en el corazón de Dios’. Y cierra el pensamiento remarcando que “es importante comprender que el cultivo de estas cuatro actitudes, de modo simultáneo, no es común, ni siquiera dentro del clero o del ámbito de las comunidades religiosas”.
Schoenstatt provoca desajuste en una Iglesia estructurada
Sobre el desajuste que provoca Schoenstatt, León afirma que “hay que recordar que la Iglesia alemana hasta 1945 era organizada en forma profundamente local, y desarrollada en torno a la vida parroquial, donde florecía y prosperaba toda la vida espiritual y sacramental de los fieles, era administrada por los párrocos y supervisada por el obispo de la diócesis. Esto cambió después del final de la guerra donde se desarrollaron espiritualidades que se articularon como “instancias intermedias”. Este era el caso de Schoenstatt, un movimiento ‘deslocalizado’, ya que su nueva estructura sobrepasaba los límites estrechos y convencionales de una jurisdicción territorial acotada para producir una ‘nueva relocalización’. Esto, lógicamente, iba a traer gran cantidad de malentendidos entre los obispos y el José Kentenich”.
Provoca escozor en ciertos sectores
Al respecto del clima en la Iglesia universal en aquel tiempo, el académico advierte que “otro punto importante, es que la Visitación y el exilio de Kentenich se desarrollan entre los pontificados de Pío XII (1939-1958), Juan XXIII (1958-1963) y Paulo VI (1963-1978), en pleno clima y con vientos de cambio, del conservador esquema eclesiológico tridentino hacia el propugnado por los sectores más liberales o progresistas durante el Concilio Vaticano II. Es decir, había tensiones creadoras internas que estaban en boga, y no puede abstraerse de que las nuevas propuestas pedagógicas y espirituales de José Kentenich iban a causar escozor en ciertos sectores”.
El sacudón del siglo pasado y un cambio de época
Por su parte, María Asunción Pérez-Cotapos profundiza en las expresiones de búsqueda de identidad en las corrientes del siglo pasado, apuntando a que “el movimiento de Schoenstatt surge (1914) cuando Europa está viviendo lo que se llamó ‘el mal de fin de siglo’, el desmoronamiento del ideal del hombre moderno, la decadencia moral de Europa, que desemboca en la primera y la segunda guerra mundial. En ese contexto muchos autores y corrientes están buscando una nueva imagen del ser humano. Dilthey llama al reconocimiento de los métodos de conocimiento propios de las ciencias humanas, que pasan por la vivencia personal. Husserl funda la fenomenología, que plantea el volver a las cosas mismas, a la experiencia personal de las cosas como primer paso para conocer la esencia de la realidad. Edith Stein plantea la empatía como camino de conocimiento de la interioridad de las otras personas y como camino de conocimiento de Dios”. Por último, la psicóloga recuerda que “Scheler desarrolla la idea de que la vitalidad de los seres vivos es su interioridad, la cual a través de su despliegue entra en relación con la interioridad de las otras personas”.
Kentenich y su sanación de una vivencia intelectualista de la fe
A la vez, Pérez-Cotapos hace referencia a la forma en que el fundador supera su crisis intelectualista de joven y adquiere una fe vital gracias a sus vínculos humanos, remarcando que “en lo que el Padre José Kentenich llamó un ‘cambio de época’, se está decidiendo la imagen del ser humano que plasmará los siguientes siglos. Una imagen mecánica, según el modelo de la modernidad, o una imagen orgánica, según el modelo de la vitalidad. En ese contexto Kentenich tiene la experiencia del actuar de Dios en el Santuario de Schoenstatt. Por un lado experimenta que el contacto vital con los jóvenes, a quienes acompaña espiritualmente en el seminario palotino, va modelando su interioridad y lo va sanando de una mirada intelectualista de la fe. Por otro lado experimenta en sí mismo y en la vivencia de los jóvenes, que en el Santuario Dios, a través de la Santísima Virgen, está actuando y va modelando en ellos el ideal del hombre orgánico. Ellos van descubriendo que pueden tener una relación personal con Dios, que Él los ama personalmente y que a cada uno lo llamó a la vida de manera personal y le dio una misión. Descubren que en ellos hay una fuerza vital en su interioridad que los hace libres y responsables de su autoeducación”.
La centralidad de la misión de Kentenich
La psicóloga concluye que “en este actuar de Dios en el Santuario, el Padre José Kentenich descubre el modelo de ser humano con el que Dios quiere plasmar los nuevos tiempos. Un ser humano profundamente arraigado en Dios, en quien se integra lo natural con lo sobrenatural a través de la vivencia de la armonía entre el pensar, el vivir y el amar. Por eso, al ser cuestionado por la centralidad de la vinculación de los miembros de Schoenstatt con el Santuario, con María y con su propia persona, él no tiene reparos en defender esa vivencia que él ha tenido y ha observado que ha sucedido en muchas personas. María actúa en el Santuario y desde ahí está formando personas nuevas, profundamente arraigadas en Dios y que se presentan ante el mundo como una respuesta ante el declive moral que está viviendo Europa”. Y remata resumiendo: “No se trata simplemente de tener una profunda espiritualidad. Los vínculos humanos sanos son esenciales para que se pueda dar un cambio profundo en la Iglesia y la sociedad, en la formación de un hombre nuevo, libre interiormente y comprometido con los destinos del mundo”.
Qué sería de Chile…
Mons. Fernando Chomalí, arzobispo de Santiago, expresó en su homilía en la misa de cierre su reconocimiento por las diversas formas en el Movimiento de Schoenstatt aporta a la vida de Chile:
“- ¿Qué sería de Chile, qué sería Santiago, qué sería esta zona, sin este Santuario y sin los santuarios que hay en tantas partes? (Son 25 los santuarios de Schoenstatt en el país.) Sería otro Chile. Nadie puede calcular la inmensa cantidad de personas que en este lugar se ha encontrado con el Señor a través de la Santísima Virgen María. Millones de personas han vuelto al Señor a través de estos lugares que constituyen una gran riqueza para toda la Iglesia y un verdadero pulmón espiritual, porque estoy seguro que lo vamos a necesitar más que nunca.
– ¿Qué sería de Chile sin los obispos que nos han acompañado, los sacerdotes, las consagradas y laicos extraordinarios con los que he tenido la gracia de trabajar?
– ¿Qué sería de nuestra patria sin María Ayuda? Tantas personas que han encontrado amor, acogida, cariño.
– ¿Qué sería de nuestra patria sin la Virgen Peregrina, sin los santuarios hogares…?
– ¿Qué sería de nuestro país sin Radio María, que llega a todo Chile?
– ¿Qué sería del barrio Ñuñoa, donde yo vivo, sin el Colegio Mariano?
Dios ha hecho una gran obra a través de ustedes, a través de esta maravillosa intuición, que para llegar a Jesucristo, sin lugar a dudas, María es una fuente privilegiada”. Y movilizó a los presentes provocando: “La primera actitud de María es servir. O sea, el test para saber si estamos viviendo la espiritualidad de Schoenstatt es si somos servidores”.
Vamos el uno en el otro
La celebración finalizó con una procesión de Corpus Christi desde la Iglesia del Espíritu Santo hasta el Santuario y la entronización de la Cruz de la Unidad en el mismo, de manos de Mons. Chomalí. El himno del jubileo resonó por mucho tiempo, inundando los corazones en medio de las despedidas, invitando a hacer realidad la misión de María y Jesús para una Iglesia renovada en el Espíritu Santo.
Espíritu Santo, ven.
Transfórmanos con tu amor.
Vamos el uno en el otro,
al corazón de Dios.