Santa Teresa de Lisieux, vida modelada por el Amor

Su fiesta se celebra hoy, 1 de octubre

Teresa Lisieux vida amor
Santa Teresita del Niño Jesús © www.carmelitaniscalzi.com

El sacerdote José Antonio Valls ofrece este artículo sobre la figura de santa Teresa de Lisieux (del Niño Jesús), cuya vida fue modelada por el Amor. Su fiesta se celebra hoy, 1 de octubre.

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Eran las once y media de la noche del 2 de enero de 1873 cuando dio a luz Celia Guerin a la última de sus hijas. Su padre, Luis Martin, la llevó al día siguiente al ayuntamiento de su ciudad, Alençon, para dar parte del nacimiento de María Francisca Teresa. El sábado 4 de enero de 1873 fue bautizada en la Iglesia de Notre Dame.

Al poco tiempo de nacer, tiene que ser puesta bajo el cuidado de Rosa Taillé, campesina de la cercana Semallé, donde estará poco más de un año hasta que pase el peligro. De vuelta al hogar familiar se convierte en la niña mimada de una familia que para ella será una imagen del cielo. Junto a sus padres, será rodeada por el cariño de sus hermanas María, Paulina, Leonia y Celina. De estos primeros años de su vida ella misma escribe: “Dios se ha complacido en rodear de amor toda mi existencia: ¡Mis primeros recuerdos están grabados con las sonrisas y caricias más tiernas! Y si él había dispuesto mucho amor junto a mí, había dispuesto también mi corazoncito, creándole amable y sensible; pues amaba mucho a papá y a mamá y les demostraba mi ternura de mil maneras”1.

Sin embargo, muy pronto el dolor golpea fuerte a la familia Martin. Fruto de un golpe en el pecho con el pico de una mesa, Celia desarrolla un tumor muy doloroso. El 28 de agosto de 1877, cuando la pequeña tiene cuatro años y ocho meses, muere la madre dejando un vacío del que tardará en recuperarse. Ella misma escribe: “Mi temperamento feliz cambió por completo. Yo, tan vivaracha y efusiva, me hice tímida y apagada y extremadamente sensible. Bastaba una mirada para hacer que me deshiciese en lágrimas, sólo estaba contenta cuando nadie se ocupaba de mí, no podía soportar la compañía de personas extrañas y sólo en la intimidad de la familia recobraba mi alegría”2. Necesitó diez años para sobreponerse de este duro golpe.

Tras la muerte de Celia, Luis decide que la familia se traslade a Lisieux para estar más cerca de la familia de su difunta esposa. Isidoro y Celina, junto con sus hijas María y Juana, harán un poco más llevadera la ausencia de la madre. Sin embargo, un nuevo golpe iba a caer sobre la pequeña: su hermana Paulina, que para ella era su segunda madre, decide entrar al Carmelo de Lisieux. “No sabía lo que era el Carmelo -escribe-, pero sí comprendí que Paulina iba a dejarme para entrar en un convento. ¡Comprendí que no me iba a esperar y que iba a perder a mi segunda Madre!… ¡Ay! ¿Cómo expresar la angustia de mi corazón?… En un instante comprendí lo que era la vida. Hasta ese momento nunca me había parecido tan triste, pero entonces apareció ante mis ojos con toda su crudeza, vi que no era más que sufrimiento y una continua separación”3. En este momento, ella también siente la llamada al Carmelo, que ella experimenta con la certeza de que es una llamada divina y no sólo un sueño de niña: “Quería ir al Carmelo, no por Paulina, sino sólo por Jesús”4.

Pero la ausencia del amor de una madre, que para ella es fundamental, va a tener sus consecuencias. A los pocos meses, Teresa está postrada en cama con unos fuertes temblores, alucinaciones, debilidad en todo el cuerpo… las prescripciones del médico no dan resultado, ni tampoco hay un diagnóstico claro. Finalmente, el día de Pentecostés de 1883 ocurre el Milagro. Mientras sus hermanas rodean su cama rezando por la enferma, ella clava su mirada en la imagen de la Virgen que posteriormente se llamaría “de la sonrisa”. Ella misma cuenta: “De repente, la santa Virgen me pareció bella, tan bella que nunca había visto nada tan hermoso. Su rostro respiraba una bondad y ternura inefables, pero lo que llegó hasta el fondo de mi alma fue la encantadora sonrisa de la Virgen. En aquel momento todas mis penas se desvanecieron”5. Teresa está curada. Lo que ella más necesitaba, una madre, Dios se lo ha regalado en la sonrisa de la Virgen María.


Aunque curada, a su débil psicología todavía le queda un largo camino por recorrer hasta que sea capaz de la entrega total de sí misma en el Carmelo. El 8 de mayo de 1884 hace su primera comunión de la que escribe posteriormente: “Fue un beso de amor, me sentía amada y decía asimismo: Te amo, a ti me doy para siempre. No fueron necesarias peticiones, luchas, sacrificios. Desde hacía mucho tiempo, Jesús y la pobre Teresita se habían mirado y comprendido”6. Pero la gran gracia en la que recibirá la fuerza para dar un gran paso adelante en su carrera hacia la santidad llegará en la navidad de 1886. Tras la misa de medianoche, Luis, su padre, se queja en voz alta de que con la edad de su hija pequeña (14 años) todavía tenga que estar llenándole los zapatos de regalos. Ella, que en circunstancias normales se habría deshecho en llanto, sin embargo se sobrepone con firmeza. Ella misma escribe: “En esa noche en que se hizo débil, sufriendo por mi amor, me hizo fuerte y valiente”7. Ya está todo listo para que entre al Carmelo.

Su camino hacia el Carmelo será accidentado. Sus deseos de salvar almas van creciendo en su alma. Reza por Pranzini, un condenado a muerte que considerará “su primer hijo”, experimenta la sed de Jesús por las almas… pero el superior del Carmelo le niega la entrada por su temprana edad. Ni siquiera una petición al Papa León XIII le conseguirá el permiso. Tendrá que esperar, pues, hasta el 9 de abril de 1888, fiesta trasladada de la Encarnación, para su entrada. “La alegría que sentía era una alegría serena -escribirá-. Ni el más ligero céfiro hacía ondular las tranquilas aguas sobre las que navegaba mi barquilla, ni una sola nube oscurecía mi cielo azul…”8. Por fin ha llegado a puerto.

Su vida en el Carmelo será la vida de una religiosa ejemplar a la vez que pequeña y escondida. Dios irá purificando su corazón poco a poco, pero con firmeza, a través de la enfermedad mental de su padre y de la incomprensión de algunas de sus hermanas religiosas. A través del camino que el Señor le traza, va descubriendo un camino nuevo por el que llegar a Jesús. Ella, que desde el principio de su vida había visto cómo el amor le era arrebatado en la muerte de su madre, había vivido pendiente de cómo se alcanza el amor. Teresa ha suspirado toda su vida por el amor. Al final de su vida, Dios le enseña que el Amor que ella busca no se compra, ni se merece a base de ser perfecta, sino que se recibe como un regalo sorprendente. Es el descubrimiento del Amor misericordioso de Dios: “¡El ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús!”9. En 1896 empieza a tener los primeros síntomas de la tuberculosis que acabará con su vida. Será el 30 de septiembre de 1897, a los 24 años, cuando corone una vida totalmente entregada al Amor.

Santa Teresa Benedicta de la Cruz, al admirar la historia de Santa Teresita escribió: “Aquí hay una vida humana modelada hasta el final única y exclusivamente por el amor de Dios”. Y es verdad. En ella vemos con claridad que el Amor divino es capaz de modelar toda la vida del hombre, no importa la debilidad de nuestra naturaleza. En ella vemos como el Amor de Dios es capaz de colmar la sed del hombre. En ella tenemos a una amiga que nos abre, como un tesoro, el corazón misericordioso de Dios. Santa Teresa del Niño Jesús, ¡ruega por nosotros!

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  1. Manuscrito (Ms) A, 4vº
  2. Ms A, 13rº
  3. Ms A, 26rº
  4. Ms A, 26rº
  5. Ms A, 30rº
  6.  Ms A, 35rº
  7. Ms A, 69vº
  8. Ms A, 45rº
  9. Ms C, 3rº