La Santa Sede recuerda en un comunicado que el Papa Francisco “ha calificado la vacunación como ‘un acto de amor’, ya que su objetivo es proteger a las personas contra la COVID-19. Además, recientemente ha reiterado la necesidad de que la comunidad internacional intensifique sus esfuerzos de cooperación para que todo el mundo tenga un acceso rápido a las vacunas, no por comodidad, sino por justicia”.
Situación de niños y adolescentes
Esta nota se difunde hoy, 22 de diciembre -un año después de la divulgación de las notas sobre el mismo tema por parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe y las Pontificias Academias de Ciencias y Ciencias Sociales – con motivo de la publicación de dos nuevos documentos de la Pontificia Academia para la Vida (PAV) y la Comisión vaticana COVID-19: “La pandemia y el desafío de la educación. Niños y adolescentes en el tiempo de COVID-19. Una pandemia ‘paralela’” e “Infancia y COVID-19. Las víctimas más vulnerables de la pandemia”, respectivamente.
Las dos publicaciones analizan la “pandemia paralela” que ha afectado gravemente a niños y adolescentes en todo el mundo, que se han visto obligados a modificar hábitos y estilos de vida, con graves consecuencias como malestares y patologías, sumamente diversificadas según la edad y condiciones sociales y ambientales.
Igualmente, en ambos documentos se abordan traumas, estrés, duelos familiares, abusos psicológicos y sexuales durante el confinamiento, retroceso escolar, problemas relacionales y se ofrecen propuestas y soluciones concretas para atravesar este trance de forma menos traumática, tanto para la infancia y la adolescencia como para los adultos.
El primer paso, según dice el texto de la Comisión COVID-19, es una distribución justa de la vacuna porque “los efectos nocivos del virus en los niños pueden mitigarse por completo solo si se limita la propagación de COVID-19. Vacunarse es un acto de amor, amor a uno mismo, amor a la familia y amigos, amor a todos los pueblos “.
Niños y escuela
En cuanto a la cuestión de la relación entre los niños y la escuela, la Comisión COVID-19 exige que se proteja a aquellos que han sufrido traumas cuando se reabran las escuelas, pues muchos durante el encierro, los han padecido, “incluidos abusos físicos y sexuales”. En particular, hay niñas que “tal vez nunca vuelvan a la escuela debido a los desafíos específicos que enfrentan”.
En consecuencia, las escuelas deben trabajar “para atender las necesidades de los niños afectados por traumas y ayudar a los que se enfrentan a barreras para el acceso y la participación en la escuela”.
El texto de la PAV, por su parte, aborda este tema desde la decisión de cerrar las escuelas, que se realizó de diferente manera y en distintos momentos en el mundo, y fue recomendada por la comunidad científica ante la necesidad de evitar la propagación de la infección en las comunidades. Se trató de una estrategia para controlar la infección y aplanar la curva de contagio, pero que, al mismo tiempo, ha generado graves efectos.
Ante esta realidad, la Academia de la Vida pide que “en el futuro sólo se considere como última alternativa a adoptar en casos extremos y sólo después de experimentar otras medidas de control de la epidemia, como una disposición diferente de las aulas y locales, de los medios de transporte y de toda la organización de la vida escolar y sus horarios”.
Interrupción de las relaciones sociales
“Allí donde las medidas de contención han obligado a los muchachos a la práctica habitual -y a menudo inestable- de la enseñanza a distancia, el empobrecimiento del aprendizaje intelectual y la privación de las relaciones formativas se han convertido en una evidencia compartida”, dice el documento, que sin embargo alaba el uso de los medios tecnológicos y los recursos de la red que han hecho posible la enseñanza a distancia.
No obstante, prosigue el texto, esto “no es suficiente”: “El cierre de escuelas también ha interrumpido las relaciones sociales o las ha mutilado gravemente”, subraya. Es evidente a los ojos de los educadores, los médicos, los padres y los trabajadores sociales “la acumulación de frustración y desorientación, especialmente entre los adolescentes, particularmente agravada por contextos previos de pobreza y malestar social”.
Asimismo, “la falta de interacción multidimensional en la relación educativa y en la relación social demuestra un impacto negativo en el sentimiento de calidad de vida, en las motivaciones de la formación de la persona, en el cuidado de la responsabilidad social”. “No podemos dejar de subrayar que la asistencia diaria a la escuela no es sólo una herramienta educativa. Para todos, pero especialmente en la adolescencia, es también una ‘escuela de vida’, de relaciones, amistades y educación emocional”, apunta la PAV.
Los niños deben ir a la escuela
En medio de esta situación, no obstante, “tampoco debemos descartar la posibilidad de que una privación tan extrema haya estimulado una resistencia más creativa e ingeniosa: en muchos países, incluso ahora, la drástica limitación de las oportunidades educativas se contrarresta con la conmovedora obstinación de pequeños alumnos que caminan kilómetros para llegar a la escuela y de maestros itinerantes que llegan a pequeños grupos de alumnos en sus pueblos, por los medios más diversos”.
“Los niños deben ir a la escuela. Dejemos que los niños vayan a la escuela, es el renovado llamamiento que surge desde la época de la pandemia. Que la escuela sea un entorno saludable, donde se aprendan los conocimientos y la ciencia de la convivencia y las relaciones. Que los más jóvenes tengan buenos profesores, atentos a los talentos de cada uno y capaces de tener paciencia y escuchar”, insiste la Academia para la Vida.
Acompañar a los huérfanos de la COVID-19
En la reflexión de ambos documentos no se olvida la delicada cuestión de los niños huérfanos de padres fallecidos a causa de la COVID-19. En el de la Comisión COVID-19 se habla de “reforzar los sistemas que promueven el cuidado de los niños en el seno de la familia”. “Hay que hacer todo lo posible para evitar la separación de los niños y para que los parientes responsables o las familias de acogida u adoptivas puedan encargarse de su cuidado”.
Ante ello, “Catholic Relief Services y sus socios han lanzado una iniciativa Changing the Way We Care, que incluye propuestas sobre posibles acciones que puedan ser tomadas por gobiernos y sus socios para garantizar que los niños permanezcan con sus familias”. Por otra parte, destacan, “los niños en duelo deben recibir apoyo psicosocial”.
El llamamiento se dirige especialmente a las diócesis y parroquias que “deben estar preparadas para intervenir rápidamente cuando las familias se vean afectadas por COVID-19”. La intervención implica la creación de equipos de respuesta rápida para identificar preventivamente a las familias en riesgo, proporcionarles oración y asistencia, guiarlas en el proceso de duelo y apoyarlas después de la pérdida. “La aparición repentina de la pobreza puede aumentar el riesgo de que un niño sea separado de su familia”, advierte la Comisión Vaticana. “Garantizar un cuidado seguro y enriquecedor en el seno de la familia debe ser una prioridad para la Iglesia”.
Por ello, los miembros de las parroquias pueden movilizarse para garantizar que los niños afectados por el coronavirus permanezcan bajo el cuidado de la familia y, en caso de fallecimiento de uno de los padres o cuidadores, las iglesias también pueden ayudar a identificar y apoyar a los familiares que cuidarán del niño, o apoyar su acogida o adopción. En este último caso, se les pide que encuentren una familia cariñosa para el mayor número posible de niños huérfanos y que se haga un pasaje de los orfanatos a otros órganos comunitarios, como guarderías o proveedores de servicios sociales.
Proteger a los niños de la violencia
Para proteger a estos niños, así como a los que son víctimas de la violencia, la explotación y el abandono, los dos organismos de la Santa Sede piden un mayor gasto presupuestario. “La protección de la infancia suele ser poco prioritaria y recibe una financiación mínima del gobierno. Los gobiernos deben desarrollar, reforzar y financiar sus sistemas de protección de la infancia”, describe el documento de la Comisión.
El documento de PAV, por su parte, enumera algunos datos reales, como el aumento del 40-5% de los casos de violencia doméstica directa o pasiva durante el confinamiento, o el aumento del 20% de las solicitudes de ayuda sólo en los primeros días de los cierres. A esto se suma el aumento del estrés de los padres tras un periodo prolongado de encierro, que ha afectado directamente al bienestar mental de los niños.
La Comisión COVID-19 sostiene que las parroquias “pueden trabajar para reducir la trivialización de la violencia contra los niños dentro y fuera de la familia” y “pueden crear espacios seguros donde los niños en riesgo puedan recibir asesoramiento y apoyo como miembros de derecho y valiosos de la comunidad parroquial”. También pueden “crear grupos de apoyo entre iguales para reducir el aislamiento social de los niños y jóvenes durante la emergencia sanitaria”, así como “promover relaciones positivas entre padres e hijos a través de programas de formación específicos impartidos en grupos y en hogares individuales”. Las iglesias “también pueden identificar a los niños en riesgo de violencia y proporcionarles apoyo directo o ponerlos en contacto con los programas y servicios disponibles”.
Programas de asistencia social
El mismo documento pide se combinen las transferencias monetarias para los pobres con programas de asistencia social complementarios, como el apoyo psicosocial y la crianza positiva. Iniciativas que “abordan las importantes barreras no financieras a las que se enfrentan los niños pobres y sus familias”.
Este texto también habla de “combinar las transferencias monetarias para los pobres con programas complementarios”, pues “los estudios demuestran que las transferencias monetarias como medidas de protección social dirigidas a contrastar la pobreza de ingresos son mucho más eficaces cuando se combinan con programas de asistencia social como el apoyo psicosocial y la crianza positiva que abordan las importantes barreras no financieras a las que se enfrentan los niños y las familias pobres”.
Un fragmento del documento de la Academia de la Vida está dedicado a las familias, instándolas a cuidar las relaciones familiares, a transmitir la fe en el Dios de la vida y a educar a los más jóvenes en la globalidad y fraternidad universal.