Nació en Roma el 21 de abril de 1795. Su padre, un trabajador infatigable que se dedicaba al comercio, se estableció exitosamente en Roma tras haber abandonado la Umbría en su juventud. Había contraído nupcias con Magdalena, natural de aquella región, y ambos tuvieron diez hijos. Vicente fue el tercero, y cinco de sus hermanos murieron sin alcanzar la adolescencia. La fe de sus padres contribuyó a acrecentar la suya. Con ellos aprendió a familiarizarse con la Santa Misa, con la oración, y a fortalecerse al ver cómo se defendía a la Iglesia frente a los que sustentabas las tesis de la Revolución francesa. Así las cosas, parecía cantada su vocación temprana hacia el sacerdocio, que maduró de la mano del director espiritual, P. Fazzini. Él fue quien orientó su apostolado.
Se ordenó en 1818. Obtuvo después el doctorado en Filosofía y Teología en la Universidad de Roma (La Sapienza), de la que, dadas sus altas cualidades, fue designado profesor, oficio que desempeñó con rigor y acierto durante una década. Y cuando en 1827 fue elegido director espiritual del Seminario Romano y del Colegio de la Propagación de la Fe, se disputaban su presencia seminarios y congregaciones diversas que deseaban escuchar sus profundas lecciones. De hecho, cesó como docente para poder dar respuesta a las numerosas peticiones que recibía. En 1935 la Providencia le salió al encuentro a través de otra misión. Tenía que editar nada menos que diez mil ejemplares de las «Máximas de San Alfonso», traducidas al árabe, atendiendo a la solicitud de un misionero. Para ello, demandó ayuda económica a su amigo Giácomo Salvati, un comerciante romano. En esa época, la hija de este benefactor, gravemente enferma, estuvo a punto de morir. Y con la mediación del P. Pallotti, salvó la vida. Como muestra de gratitud, Salvati le apoyó desde entonces de manera incondicional, y le ayudó en el apostolado.
Pallotti vertía sus vivencias espirituales en un diario que pone de relieve su diálogo con Dios y el sentimiento de misericordia que le inspiraban los demás. El 9 de enero de 1835, escribió: «Dios mío, misericordia mía: en tu infinito amor me encargas la tarea de promover, establecer, propagar, efectuar y perpetuar, según los designios de tu Sagrado Corazón, las siguientes cosas: La creación de un apostolado Universal entre todos los católicos para la propagación de la fe y la religión cristiana entre quienes no tienen fe y los que no son católicos. Otro apostolado para la revivificación, preservación y aumento de la fe entre los católicos. Una institución de caridad universal para el ejercicio de todas las obras de misericordia, tanto corporales como espirituales, para que el conocimiento de tu Persona, que eres la Caridad misma, sea difundido lo más ampliamente posible».
Todo lo puso en marcha. Para ello contó con la aprobación y bendición del pontífice Gregorio XVI, que había conocido en su juventud, junto al futuro Pío IX. En 1836 Pallotti instituyó el Octavario de Epifanía. Y su figura entrañable, llevando la imagen del Niño Jesús por las calles para darlas a besar a los fieles, se hizo familiar. En 1837 el cólera azotó Roma y las personas que solían ayudarle asiduamente acogieron a las familias y a los huérfanos. Para ellos creó dos hogares que serían asumidos por las Hermanas del Apostolado Católico que fundó más tarde. Esta Sociedad, que sería después la de los Padres y Hermanos, fue nutriéndose con personas determinadas a vivir en común vinculadas por una promesa. Pallotti se entregaba a conciencia en las misiones, y su salud se fue deteriorando, al punto que en 1840 tuvo que cesar como director espiritual del Seminario Romano.
Cuando se desató la persecución contra los clérigos, durante el Pontifificado de Pío IX, amigo de Pallotti, éste se recluyó en el Colegio Irlandés de Roma. Fueron cinco años dedicados a la oración y a la escritura. Entonces vaticinó: «El tiempo está maduro para los remedios eficaces y universales, de manera que todos los órdenes de personas en la Iglesia de Dios: el clero, los religiosos y el Pueblo de Dios puedan tomar conciencia de su deber. La forma de realizar esto sería la convocatoria de un Concilio General de la Iglesia». El Concilio fue el Vaticano I, impulsado por Pío IX. Pallotti tuvo, entre otros, los dones de la premonición y discernimiento. Murió el 22 de enero de 1850 en San Salvatore in Onda, en Roma. Fue beatificado por Pío XII el 22 de enero de 1950, y canonizado por Juan XXIII el 20 de enero de 1963. El 6 de abril del mismo año fue constituido Patrón principal de la Unión Misionera Pontificia del Clero.
© Isabel Orellana Vilches, 2024
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