San José María Robles Hurtado, 26 de junio

Fundador y Mártir Mexicano

Nació el 3 de mayo de 1888 en Mascota (Jalisco). Su madre ocupó un papel importantísimo en su educación cristiana. Ella, junto a su esposo, lo sostuvo firmemente cuando se hallaba en el Seminario Menor de Guadalajara, en el que había ingresado en 1900. Entonces atravesó una crisis espiritual en la que se mezclaron también problemas de salud, y aunque había pensado abandonar su vocación, le disuadieron. Fue un alumno aventajado. Sus cualidades humanas junto a su virtud le pusieron en el punto de mira de mons. Plascencia, obispo de Tehuantepec, del cual era discípulo.

En 1908, cuando todavía cursaba estudios de Teología, lo acompañó en una labor misionera que ambos efectuaron durante unos meses en Oxaca. Y antes de ser ordenado el 22 de marzo de 1913 de manos del arzobispo de Guadalajara, mons. Orozco y Jiménez, fue designado vicerrector y ecónomo del Seminario. En esta ciudad fue capellán de las «Siervas de Jesús Sacramentado» y director del «Instituto del Sagrado Corazón». Cuando al año siguiente las fuerzas capitaneadas por Álvaro Obregón avanzaron hacia Guadalajara, este Instituto cesó su actividad y el P. Robles tuvo que regresar a su ciudad natal por fuerza. Estuvo allí hasta 1916 dedicado fundamentalmente a la tarea de escribir. Folletos de temática religiosa, cartas, poesía, etc., fueron viendo la luz. En Mascota fue capellán de las religiosas del «Verbo Encarnado». El 11 de junio de 1915, festividad del Sagrado Corazón de Jesús, mientras oficiaba la Santa Misa se sintió llamado a fundar un nuevo Instituto dedicado precisamente a cultivar la espiritualidad propia de la celebración del día. Al año siguiente fue trasladado a la parroquia de Nochistlán (Zacatecas), y junto a la labor pastoral eclesial, dio clases en el Seminario. En diciembre de 1918, después de haber superado muchas dificultades, acogidas con obediencia y humildad, inició la fundación integrada por siete mujeres. «Ya no verdugos, sino víctimas del Sagrado Corazón de Jesús», fue el pilar del carisma de la Congregación del Instituto de Religiosas Víctimas del Corazón Eucarístico de Jesús (conocidas como Hermanas del Corazón de Jesús Sacramentado).

En 1920 se trasladó como párroco a Tecolotlán (Jalisco). Todos pudieron comprobar desde el primer momento cómo amaba al Sagrado Corazón, devoción que fue imprimiendo en sus fieles día tras día. Tenía especial dilección por los obreros y los enfermos. Pero todos los feligreses se sentían acogidos por igual y agradecían su amistad y consuelo, así como los innumerables gestos caritativos que les prodigaba. Hizo una labor magnífica de cohesión entre los miembros de la comunidad eclesial, a quienes infundió un gran amor por la Santísima Virgen por el Sagrado Corazón, en cuyo apostolado se distinguió publicando el periódico: Lus del Hogar.


Cuando arreció la persecución religiosa instigada por el Gobierno Federal, tuvo que ocultarse en el domicilio de la familia Agraz. No le perdonaban que hubiera colocado una cruz en un lugar cercano a Tecolotlán. En enero de 1927 desde su escondrijo oraba y escribía las Reglas de la fundación. En febrero de ese año fue dictada una orden de arresto para los sacerdotes. Y de su corazón brotó como una cascada su inmensa fe: «¡Estamos en las manos de Dios!». Le sugirieron huir para salvar la vida, y respondió: «¡Ah, si el Corazón Eucarístico me llevara!». Lo prendieron cuando iba a celebrar la misa en junio de 1927. La orden era tajante: cargar contra él con mayor rigor que con el resto de compañeros. Ninguna de las gestiones emprendidas para rescatarlo con vida llegaron a buen término. Solamente unos pocos pudieron despedirse de él recibiendo su edificante legado de amor al Sagrado Corazón y a María. Le ataron con cuerdas y lo condujeron hacia la sierra de Quila. Al ver que iban a darle muerte, se arrodilló musitando una oración; luego, bendijo a los soldados haciéndoles saber que los perdonaba. Uno de ellos era conocido suyo. Y en último gesto de misericordia, tomó la cuerda con la que iba a ser ajusticiado que él mismo ciñó a su cuello, diciéndole: «¡Compradre, no te manches!». Era la madrugada del 26 de junio de 1927. Fue beatificado por Juan Pablo II el 22 de noviembre de 1992, quien también lo canonizó el 10 de marzo del año 2000.

santoral Isabel Orellana

© Isabel Orellana Vilches, 2024
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