Salomé, la lavandera con corazón de ángel

Cómo una humilde lavandera se convirtió en el ángel custodio del Niño Jesús

Salomé, la lavandera de la posada, se encontró con María y José en el Portal de Belén. Al ver al Niño Jesús, no pudo evitar sentir una conexión especial. «¿Pero qué estás haciendo aquí, criatura? ¡Quién te habrá enseñado a ti a poner pañales a un niño! A ver, déjamelo, que a la legua se ve que eres primeriza,» dijo Salomé con cariño. María, con su dulzura característica, respondió: «Ya lo he hecho otras veces: En Nazaret he cuidado a muchos recién nacidos. Y hasta he sido comadrona cuando mi prima Isabel tuvo a su hijo. Claro, que con Jesús no es lo mismo…» Salomé, con una sonrisa, dijo: «Así que se llama Jesús… Pues es precioso. ¿Ya te habías dado cuenta, verdad? Claro, tú qué vas a decir… Pero yo llevo muchos años en este oficio y nunca había visto una criatura tan bonita…»

Salomé, con su amor y dedicación, se convirtió en el ángel custodio del Niño Jesús. Lavó sus pañales con delicadeza y cuidó de Él mientras María y José descansaban. Su humildad y amor incondicional la hicieron merecedora de este honor divino. «¡Ay, señora María, qué vergüenza! ¿Cómo iba yo a saber que eras la Madre del Mesías?… Y el Niño…, tan normalito, tan dormido… ¡Qué horror! Lo que habrás pensado de mí. Además, ¡eres tan joven!: Una chiquilla, reconócelo; y claro, aunque una está acostumbrada a tratar con gente de categoría (ni te cuento los que pasan por la posada en la que trabajo), no es igual; porque ellos se dan importancia, y van estirados, casi ni te miran. Sin embargo tú… Por eso, cuando Zabulón (que hay que ver ese chico, hasta se le ha puesto cara de listo) me ha contado que tú…, ya sabes. Pues no sé si tengo que llamarte Majestad, ni cómo decir lo que quiero decirte… Bueno, pues que estos son los pañales, y si quieres te los lavo otra vez, o hago lo que mandes; pero de aquí no me voy. Ya está,» dijo Salomé con lágrimas en los ojos.

María, con su bondad y comprensión, tranquilizó a Salomé. «No llores Salomé, no te preocupes… Muchas gracias por tu ayuda…» José, con una sonrisa, dijo: «Mira, Salomé, aquí estoy fabricando una cuna para Jesús con unas maderas que me ha traído un pastor. ¿Qué te parece?» Salomé, emocionada, respondió: «Buenísima idea, señor José. (Pensativa) El caso es que ya notaba yo algo. Se veía enseguida que erais un matrimonio distinguido. (A José) Tú, tan alto, tan formal, tan señor a pesar de ser tan joven… Porque tú, ¿qué tienes, veinte? No, no me lo digas. (A María) Y tú, María…, por aquí no las hay así tan preciosas como tú. Es que miras con una carita… (A José) ¿Te has fijado, señor José?»


Salomé, con su cariño y atención, cuidó del Niño Jesús mientras María y José descansaban. «Ahora tenéis que dormir un poco, el día ha sido muy cansado. María, déjame al Niño, así descansas, que estás delicada. Yo le cuidaré mientras vosotros dormís,» dijo Salomé. María, con una sonrisa, le dio al Niño y se sentó a descansar. José, con una sonrisa, dijo: «Bueno, pues así ya somos dos, porque yo debo estar como un tomate.» Salomé, con una sonrisa, dijo: «¡Qué gracioso estás, hijo mío, tan dormidito! Perdona que te llame así, pero se me hace raro tratarte de Majestad. Y más, después de ver cómo ensucias los pañales, verdaderamente no tienes consideración con tu Madre. (Mirando a María) La pobre, fíjate lo cansada que está, y lo bien que duerme… Mañana mismo me pongo de acuerdo con ella y con tu padre, a ver si me puedo quedar. No le pediré mucho, sólo con librar dos tardes me conformo, y… ¡Vaya!, ahora abres los ojos. No se te ocurrirá llorar ¿eh? No te preocupes, mi Niño, que yo no me separo de Ti. Así que ahora te ríes, ¿se puede saber qué es lo que te hace tanta gracia? ¡Dios mío, qué les daré yo a los niños, que todos acaban por reírse en cuanto me miran a la cara!»

Los ángeles, observando la escena, comentaron la importancia de Salomé en el Belén. «Fíjate, Oriente: Echa una ojeada al resto de este mundo que Dios ha elegido para nacer. Verás millones de personas; y, dentro de nada, en unos cuantos siglos, habrá miles de millones. Unos trabajarán la tierra; otros arrancarán la energía que Dios encerró en la materia; algunos intentarán imitar al mismo Creador, tratando de sacar universos nuevos de sus pinceles, de sus manos o de sus plumas… Verás sobre todo comerciantes: Montañas de gente que venden y compran cualquier cosa real o imaginaria (casas, mares, derechos, tiempo, números…) Ellos mismos sospecharán que están locos, pero seguirán enganchados a su locura. Y fíjate especialmente en los que gobiernan: Reyes, tribunos, presidentes… Enseguida se les pondrá la voz campanuda y creerán sinceramente que el mundo gira a su alrededor…» dijo Rafael. Miguel, con una sonrisa, dijo: «Mira ahora a Salomé… ¿Quién crees que es más importante?»

Artículo basado en el libro, El Belén que puso Dios

  1. El Anuncio Celestial: Los Ángeles y la Estrella de Oriente
  2. Los Pastores y el Resplandor Divino
  3. Salomé, la Lavandera con Corazón de Ángel
  4. Zabulón y su Encuentro con el Niño Jesús
  5. El Nacimiento del Niño Dios: Una Noche de Alegría y Esperanza