Salir airoso en las encrucijadas de la vida, pisar en firme cuando el camino se torna escabroso u oscuro es un arte que nos gustaría tener. Y aunque aprendemos a caminar caminando, no está de más acudir a los maestros de vida que se encuentran en la literatura clásica griega: Homero, Sófocles, Esquilo, Eurípides; Sócrates, Platón Aristóteles. Lecturas a las que conviene volver cada cierto tiempo para asomarnos al conocimiento de la condición humana. El libro de Piero Boitani, Diez lecciones sobre los clásicos (Alianza, 2019) es un buen guía para adentrarse en las diversas fibras de la narrativa dramática de la aventura humana.
Ulises se encuentra en el último tramo de su largo y accidentado retorno a su casa, Ítaca. Debe pasar por la isla de las sirenas, cuyo canto hace enloquecer a los navegantes, perdiendo la vida al estrellarse contra los riscos. No es la apariencia seductora de las sirenas la que atrae a los viajeros, sino la avidez de saber desmedida que ofrecen: “¡Ven, acércate, muy famoso Odiseo, gran gloria de los aqueos! ¡Detén tu navío para escuchar nuestra voz! Pues jamás pasó de largo por aquí nadie en su negra nave sin escuchar la voz de dulce encanto de nuestras bocas. Sino que ese, deleitándose, navega luego más sabio. Sabemos ciertamente todo cuanto en la amplia Troya penaron argivos y troyanos por voluntad de los dioses. Sabemos cuanto ocurre en la tierra prolífica”. Ofrecen el licor de la sabiduría que no poseen.
Querer saberlo todo, adueñarse del futuro: ¿será esta carrera la que me abrirá el camino del éxito? ¿Seremos felices el resto de nuestra vida, somos el uno para el otro? ¿Cuándo saldremos de la turbulencia política que nos agobia? Acabar con la complejidad, contingencia, riesgo de la vida no está en nuestras manos. Aristóteles nos da un consejo: para saber lo que deseas hacer debes hacer lo que deseas saber. Es decir, decide, arriesga y corrige.
Cuántas veces, por otro lado, se nos presenta el dilema de dar cumplimiento a un mandato o ley cuando se opone a nuestra conciencia. Es la tragedia de Antígona (Sófocles). “Durante la guerra contra Tebas, Polinices y Eteocles, ambos hijos de Edipo. Están en bandos contrarios y en la batalla mueren. El gobierno de Tebas cae en manos de Creonte, hermano de Yocasta, que tiene la intención de dar sepultura a Eteocles, pero no a Polinices, cuyo cadáver insepulto quedará a merced de los perros y las aves. Creonte decreta la condena a muerte para todo aquel que se atreva a sepultar a Polinices, pero Antígona, pese a la prohibición del nuevo rey, desea enterrar también a este hermano, y aduce que existe una ley más fuerte que la de Creonte o la del Estado. Es la ley divina y humana de la piedad la que obliga a dar sepultura al cuerpo. Y si la hermana es la única que queda, ha de ser ella quien entierre al hermano”.
“El conflicto -anota Boitani- nos devuelve al tema de la justicia: entre el nómos decretado por una autoridad y la justicia que defiende Antígona por ser más elevada, más verdadera y más justa, la justicia de los ágrapta nómina, las leyes no escritas de los dioses”. Un conflicto que hasta hoy subsiste cuando encontramos oposición entre la ley escrita en la naturaleza humana y el texto publicado en el boletín oficial. Obedecer a la conciencia basada en la justicia natural nos pone en el mismo dilema de Antígona quien prefirió dar cumplimiento a la ley divina y humana de la piedad antes que a la orden de Creonte.
Exhorta Píndaro a Hierón: “Atente, en las palabras y en los actos, a lo bello, a lo justo y a lo verdadero (…). “No desistas del bien. Rige con justo timón a tu pueblo, y forja en el yunque de la verdad tu lengua”. Magnífica exhortación para estos momentos patrios tan llenos de mentiras y corrupción.