La actividad celular y la circulación han podido restaurarse en órganos vitales de cerdos que habían muerto una hora antes. Esto constituye un aparente desafío a la irreversibilidad de la muerte cardíaca, que tiene lugar cuando se para el corazón con la consiguiente detención de la circulación sanguínea y, por tanto, de la oxigenación. Además, plantea algunas cuestiones éticas y, para algunos, cuestiona la idea de muerte encefálica como deceso de la persona.
Ya en 2019 los mismos investigadores realizaron experimentos que revivieron los cerebros de los cerdos fuera del cuerpo, cuatro horas después de que éstos fueron sacrificados. Sin embargo, los actuales ensayos son “impresionantes”, dice Nita Farahany, especialista en neuroética de la Universidad de Duke en Carolina del Norte, y apunta que algunas características limitantes del cuerpo humano podrían superarse más adelante.
El trabajo ha sido publicado en Nature y en él se describe que los investigadores bombearon un sucedáneo de la sangre compuesto por hemoglobina artificial y 13 sustancias anticoagulantes por todo el cuerpo de los porcinos mediante un sistema llamado OrganEx. Esta solución, unida a la sangre de los propios animales, hizo más lenta la descomposición de los cuerpos y restituyó algunas funciones de los órganos. El corazón volvió a contraerse y se detectó actividad en el hígado y en los riñones. En cuanto al cerebro, OrganEx facilitó la conservación de los tejidos sin que se observara ninguna actividad cerebral coordinada que pudiera señalar una recuperación de la sensibilidad.
Seguramente esta investigación, como sucedió en 2019, abrirá de nuevo el debate sobre la ética de la donación de órganos y la definición de muerte, pero es importante poner de manifiesto lo que advierten los autores al indicar que sus resultados no muestran que los cerdos hayan sido reanimados después de su muerte, con mayor razón si la actividad eléctrica en el cerebro está ausente. “Hicimos que las células hicieran algo que no podían hacer” cuando los animales estaban muertos, dice el miembro del equipo Zvonimir Vrselja, neurocientífico de la Universidad de Yale en New Haven, Connecticut. “No decimos que sea clínicamente relevante, pero se está moviendo en la dirección correcta”.
Los científicos previeron que estos experimentos, que se habían llevado a cabo con cerebros extracorpóreos de cerdos, podrían funcionar ya que el cerebro es el órgano más sensible a la falta de oxígeno. “Si puede recuperar alguna función en el cerebro de un cerdo muerto, también puede hacerlo en otros órganos”, dice Nenad Sestan, neurocientífico de Yale y miembro del equipo investigador. Con ese objetivo variaron el procedimiento anterior. “BrainEx se diseñó para un órgano específico, pero teníamos que encontrar un denominador común que funcionara para todos los órganos con OrganEx”, dice Vrselja. Por eso añadieron sustancias que eliminaran la coagulación sanguínea y el sistema inmunológico, más activo en otros lugares del cuerpo que en el cerebro.
Los animales se consiguieron a través de un criadero y se monitorearon durante tres días para luego colocarlos en ventiladores y provocarles un paro cardíaco mediante una descarga en el corazón. Luego de confirmar la ausencia de latido, los retiraron de los ventiladores. Una hora más tarde se reinició la ventilación. Un grupo de cerdos se conectó al sistema OrganEx, otro grupo recibió oxigenación por membrana extracorpórea (ECMO) como se suele utilizar para proporcionar oxígeno y eliminar el dióxido de carbono y el tercer grupo, al que no se aplicó ningún procedimiento, quedó como control.
Al cabo de seis horas comprobaron que la circulación había recomenzado en los animales que recibieron OrganEx de forma mucho más eficiente que en los que recibieron ECMO o el grupo de control. David Andrijevic, neurocientífico de Yale, explica que, aunque el oxígeno había empezado a difundirse por los tejidos, incluido el corazón, hasta el punto de detectarse cierta actividad eléctrica y contracción, no tenía un funcionamiento normal. En el hígado se detectó la presencia de mayor cantidad de albúmina en los que habían recibido OrganEx y, además, en los demás órganos vitales de este grupo, se producía un mayor metabolismo de la glucosa. También constataron la actividad de un mayor número de genes relacionados con la función y reparación celular en el grupo OrganEx que en los otros.
Todos estos resultados no dejan de sorprender a los científicos ya que, al morir, comienza un proceso de descomposición que actúa de manera muy veloz. Cuando el corazón se para y el cuerpo deja de recibir oxígeno las enzimas empiezan la digestión de las membranas celulares y esto lleva a la pérdida de integridad estructural en los diversos órganos.
En el experimento hubo un hecho que llamó poderosamente la atención y es que los cerdos del grupo OrganEx sufrieron espasmos musculares de la cabeza y el cuello al inyectárseles el líquido de contraste para observar el cerebro. «Estos movimientos indican que también hay preservación de algunas funciones motoras», explica Sestan. Sin embargo, los investigadores aclaran que no se recuperaron todas las funciones de los porcinos. «Nuestro objetivo era restaurar la funcionalidad de algunos órganos, por lo que aún se necesitan estudios adicionales para comprender las funciones motoras aparentemente restauradas en los animales», afirma el coautor del estudio Stephen Latham, director del Centro Interdisciplinario de Bioética de Yale. «Debemos mantener una supervisión cuidadosa de futuras investigaciones, en particular cualquiera que incluya la perfusión del cerebro», señala al referirse a las implicancias éticas de estos trabajos.
Ahora hay que comprobar si estos descubrimientos se podrían replicar en otros animales y en el ser humano. Si fuera así, su influencia en la duración de la vida del hombre podría compararse con el advenimiento de la RCP (“Resucitación” cardiopulmonar) y los ventiladores, comenta Farahany. Posiblemente es éste un estudio «histórico» que permitiría «aumentar significativamente la cantidad de órganos que podrían recuperarse para el trasplante», dice Gabriel Oniscu, cirujano de trasplantes en el Royal Infirmary de Edimburgo, Reino Unido.
Antes habrá que asegurar la viabilidad de los órganos recuperados con este nuevo sistema. Aunque estamos lejos de aplicar esta tecnología a los seres humanos, podemos plantearnos qué sucedería si algún día este procedimiento pudiera restablecer la actividad cerebral después de la muerte. Desde luego, son los médicos los llamados a determinar cuando una persona ha muerto. Algunos hablan de que la muerte no es un momento sino un proceso; sin embargo, considero que el proceso es la enfermedad, pero llega un momento en que la persona está claramente muerta. Ciertamente los avances biomédicos nos llevan a conocer mejor el funcionamiento de nuestro organismo y lograr nuevas tecnologías para conservar la vida en las mejores condiciones, así como determinar si una situación concreta es o no es reversible.
Estos avances podrían llevarnos a vivir mejor y más tiempo, pero es importante que tengamos una claridad meridiana al constatar la muerte de una persona. De otro modo no deberíamos utilizar las nuevas técnicas para obtener órganos porque el fin nunca justifica los medios.