13 abril, 2025

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Respuestas razonables sobre nuestra fe

Entre el escándalo y la esperanza: seguir a Cristo más allá de las ideologías

Respuestas razonables  sobre nuestra fe

En los pasados días y por distintos medios, hemos quedado informados de una confrontación entre el director ejecutivo de la ACADEMIA DE LÍDERES CATÓLICOS y un miembro del consejo internacional de la misma, quienes se acusan de asuntos relacionados con la “Organización Nacional del Yunque”.

Ésta, a su vez y según lo informan distintas páginas en la internet, es señalada de ser una organización secreta, paramilitar, ultra católica, de extrema derecha y de origen mexicano. Tal confrontación ha derivado en una crisis que afecta la imagen de la Academia.

No voy a sumarme al coro del morbo, al amarillismo, al oportunismo, a la saña e inquina que suele desplegarse, especialmente, cuando se trata de malas noticias que afectan la reputación de miembros o instituciones católicas.

Prefiero, como vicepresidente interino de la mencionada Academia, compartir aquí, unas reflexiones sobre la “ideologización”, característica propia de nuestro tiempo y cultura, sobre la identidad cristiana y la pertenencia a la Iglesia Católica, sobre la magnífica labor realizada por la Academia durante dos décadas y en más de veinte países, y sobre la necesidad de instituciones similares en la Iglesia y en la sociedad.

Nuestro momento histórico y cultural tiene, entre otras características propias de esta coyuntura hacia la postmodernidad, la “ideologización”. Entendiendo por ello, aquí, además del afán de promover e inculcar y manipular, mediante una determinada visión selectiva o sesgada del mundo, otro afán inusitado:  el de etiquetar, clasificar y encasillar a los seres humanos como pertenecientes a tal o cual ideología, credo, ideario o doctrina.

Es un afán que se usa, especialmente, en el terreno de la política, pero que se extiende a todas las áreas y dimensiones de la vida en sociedad, incluida – desgraciadamente – la dimensión religiosa.

Así, por ejemplo, los medios se afanan en catalogar al Papa Francisco como un hombre de izquierda unas veces y, en otros casos y circunstancias, como un Pastor de la derecha. Esta modalidad de encasillamiento paraliza, estigmatiza, señala, acusa e impide el avance y el progreso de las personas y de las instituciones.

En el terreno de la política se prefiere y opta – facilista y cómodamente – por discutir más sobre la ideología de los actores políticos y menos, y cínicamente, sobre el bien común, sobre las necesidades reales y concretas de las comunidades, tales como vías, escuelas, acueductos, etc.

A los católicos debe bastarnos con la “etiqueta” de ser “discípulos de Cristo”, llamados a vivir su misma vida, como hijos de Dios y hermanos de todos; a asumir su misma lógica, lógica de Dios que no es la del mundo y a cumplir su misma misión: la de construir el reinado de Dios, aquí y ahora, mediante el mandamiento del amor, manifestado en obras, especialmente en beneficio de nuestros hermanos los más necesitados de espacios de vida abundante, en medio de una cultura de la muerte.

Y esta vida “cristiana”, es decir, vida de seguimiento auténtico de la enseñanza y proyecto de Jesús de Nazaret, de su Buena Nueva, es la única membresía, y no ninguna otra, para profesar que pertenecemos a la Iglesia Católica.

Entonces, la identidad del ser cristiano está definida por el grado de autenticidad o de radicalidad con el que vivimos el discipulado, es decir, el seguimiento de Jesús de Nazaret y de la lógica del Evangelio.

Por lo que, la frontera que define la pertenencia o no pertenencia a la Iglesia Católica no es de tipo geográfico o partidista, sino que pasa por el corazón de cada ser humano que opta por vivir la misma vida de Cristo, hasta gritar como Pablo: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mi” (Gál 2,20), con todos los riesgos, consecuencias, persecuciones y cruces que ello implica.

Aquí, cabe que nos preguntemos si la aparición y multiplicación de movimientos y organizaciones eclesiales, de distintos matices, obedece a la multiplicación organizada de dones, carismas y ministerios para la construcción del reinado de Dios en el mundo o si, muy por el contrario, obedece a agendas y propósitos sectarios y egoístas para manipular, para defender intereses personales o grupales y para imponer ideologías – muchas veces contrarias al Evangelio – al interior de la Iglesia.

Nunca, antes de este escándalo, tuve conocimiento de la existencia de una tal organización: “El Yunque”. Por mi trabajo de años y pertenencia al plantel docente y directivo de la Academia, puedo, eso sí, dejar constancia aquí de la gran labor desempeñada por esta institución durante tantos años y en tantos países.

Labor que ha consistido en acercar y formar en los principales contenidos de la fe católica a líderes de distintas áreas del quehacer social y en aproximar e iluminar con la reflexión teológica otros campos del saber y de las ciencias humanas.

Así, la Academia ha llenado un espacio importantísimo en la tarea evangelizadora de la Iglesia. Espacio y misión que consiste en la necesidad de formación religiosa entre todos los creyentes, pero, especialmente, entre los líderes de nuestra sociedad, para que “estemos siempre preparados y dispuestos a dar razón de nuestra esperanza” (1 Pe 3,15).

Este diálogo de la Iglesia con la sociedad civil, este intercambio de ideas y de visiones, este respeto por la pluralidad de los saberes y quehaceres humanos y sociales, lo ha llevado a cabo la Academia con sobrada mística y con fe y esperanza en la construcción de un mundo mejor.

Aunque es difícil de entender, por lo paradójico, que, dos directivos, con su altercado, hayan protagonizado y producido esta crisis en la imagen de esta formidable institución, la misma que ellos integran y presiden, en la junta directiva de la Academia, siempre integrada por importantes hombres y mujeres de la Iglesia y de la sociedad civil, lamentamos lo ocurrido, no desconocemos el daño ocasionado, pero defendemos y reafirmamos el gran valor y trabajo que para la Iglesia y la sociedad tiene esta institución y la necesidad de que entidades, con objetivos y propósitos similares a los de esta Academia, apoyen la tarea evangelizadora de la Iglesia Católica en el mundo.

Tarea que es mandato del mismo Jesús para todos los que somos y hacemos Iglesia: “Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio” (Mc 16,15). Que, en medio de los obstáculos mundanos, Dios abra nuevos caminos, para que, solucionado y superado este lamentable asunto y momento, el gran legado, visión y misión de la Academia permanezcan.

Mario J. Paredes

Presidente ejecutivo de SOMOS Community Care, una red de 2,600 médicos independientes -en su mayoría de atención primaria- que atienden a cerca de un millón de los pacientes más vulnerables del Medicaid de la Ciudad de Nueva York