Respeto a la Naturaleza

El respeto a la naturaleza en la era postmoderna: la libertad, la ciencia y la ética

Naturaleza
Pexels . Marek Piwnicki

El respeto a la Naturaleza, no cabe duda, es muy valorado en los tiempos que vivimos. Tiempos de postmodernidad, en el sentido de que, después —post— de haberse experimentado los efectos indeseables no previstos de la modernidad, se trata de enmendarlos. Entre las ideas de la modernidad que se perfilan con mayor definición, gracias a autores como Descartes (1596-1650), está la de la libertad entendida como liberación.

La realidad entera, por la que la sabiduría se pregunta incesantemente, a la vez que vislumbra respuestas desde épocas inmemoriales; es entendida por la modernidad como integrada por tres componentes: el principio supremo y absoluto, el sujeto humano observador, y lo observado directamente: la naturaleza.

Sabemos que el nacimiento de la filosofía griega, durante la llamada época presocrática: entre el siglo VII y VI antes de la era cristiana; está caracterizado por la búsqueda del principio supremo a partir de los fenómenos naturales.

Según Giovanni Reale (1931-2014), destacado estudioso de la filosofía antigua; son los pitagóricos quienes conciben al mundo que observamos como un cosmos, un todo ordenado, arreglado por un principio supremo. Efectivamente, cosmos, en griego clásico, es un sustantivo proveniente del verbo kosmeō cuyo significado es: yo ordeno, ajusto de acuerdo con una cierta regla. De ahí que, cosmético, sea aquello que permite el arreglo personal.

La sabiduría pitagórica reconoce, a partir de la experiencia ordinaria, que los principios del cosmos son los principios de los números. El pitagorismo es apreciado por sabios de la época moderna como Galileo. Se reconoce que la naturaleza se puede entender mediante las matemáticas, echando así las bases de la física moderna.


Junto a este mencionado reconocimiento de un orden interno, un estatuto propio de la naturaleza; en la modernidad se presenta el afán de liberación humana: liberarse de las limitaciones que ofrecen nuestros otros compañeros en el todo que es la realidad. Según antes se vio, estos compañeros son: el principio supremo y la naturaleza. Descartes nos muestra ese afán en su “El discurso del método”, buscando el camino (odos en griego clásico) hacia la meta, de aquí: met(a)odo(s). Camino a la meta de la liberación de las limitaciones que nos imponen tanto el principio supremo, por encima del ser humano, como la naturaleza, con sus leyes propias que exigen respeto.

Por eso, la ciencia perfecta, que procura gestar la modernidad, es la del dominio de la naturaleza para hacernos cada vez más libres. En contraste, la ciencia concebida por la filosofía clásica griega, el aristotelismo en particular, es el conocimiento cierto (seguro, firme) de la realidad por causas: principios reales. Conocimiento cierto anhelado por la arraigada convicción de que aproximarse a él trae suma dicha. Se aprecia que la felicidad consiste en contemplar (theorein) el principio supremo (arché) a través de la naturaleza (physis). Por esto el filólogo sueco Ingemar Dühring (1903-1984), en su obra: Aristóteles. Exposición e interpretación de su pensamiento, destaca que el sabio de Estagira es el secretario de la naturaleza.

El aristotelismo distingue ciencia (episteme) de técnica (techné). La modernidad, en cambio, ha generado, en sus afanes liberadores, la llamada tecnología, donde ciencia y técnica se han entrelazado peligrosamente, resultando un arma de doble filo respecto al bienestar o la catástrofe.

La ciencia se cultiva, según el paradigma moderno, para transformar a la naturaleza, pretendiendo lograr que ésta no trunque las aspiraciones humanas hacia una progresiva e indefinida liberación. Así algunos autores se refieren a que el homo sapiens —ser humano sapiente— de la premodernidad ha pasado a ser el homo faber —ser humano transformador— de la modernidad.

En la postmodernidad nos toca vivir las consecuencias de la actitud del homo faber, factor de la sociedad tecnológica desequilibrada, en la que prevalecen las técnicas — supuestamente liberadoras— sobre la Ética. Tal prevalencia del “poder hacer” de las técnicas sobre el “deber ser” de la Ética; ha ocasionado y ocasiona daños a la propia naturaleza, cuyo estatuto, que un adecuado desarrollo de la Ética habría de resguardar, ha sido manipulado por ansias de autoafirmación humana —liberacionismo—, llegando a enceguecerse la inteligencia, para poder aproximarse a entender pacífica y pacientemente que, la auténtica libertad, es condición necesaria, pero no suficiente, para lograr el ansiado bien pleno y real.

Al respecto el Magisterio de la Iglesia Católica nos invita a reflexionar: «En el siglo de las Luces (…) resuena con toda su fuerza la llamada a la libertad (…) muchos miran la historia futura como un irresistible proceso de liberación que debe conducir a una era en la que el hombre, totalmente libre al fin, goce de la felicidad ya en esta tierra. En la perspectiva de tal ideología de progreso, el hombre quería hacerse dueño de la naturaleza. La servidumbre, que había sufrido hasta entonces, se apoyaba sobre la ignorancia y los prejuicios. El hombre, arrebatando a la naturaleza sus secretos, la sometía a su servicio. La conquista de la libertad constituía así el objetivo perseguido a través del desarrollo de la ciencia y de la técnica.» Cf. Congregación para la doctrina de la fe (1986) Instrucción. Libertatis conscientia.