La Palabra de Dios que proclamamos hoy nos plantea uno de los problemas que ha preocupado siempre a la humanidad de todos los tiempos: el hambre y la sed de felicidad y de plenitud.
Efectivamente, la persona, como ser inteligente y abierto a Dios, experimenta constantemente cómo las cosas materiales, aunque son atractivas y nos dan una cierta satisfacción inmediata, no son capaces de calmar el hambre y la sed de felicidad y plenitud que tenemos.
¿Qué es lo que puede saciar nuestra hambre? La Palabra de Dios nos da la respuesta: Dios. ¡Sólo Dios basta! Él es el único capaz de llenar nuestro corazón, Él es el único capaz de hacernos plenamente felices. El corazón del hombre es tan grande y profundo que sólo Dios puede llenarlo. Como dijo san Agustín: Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón andará inquieto hasta que no descanse en Ti.
Por eso, cuando ponemos el corazón en las cosas materiales, acabamos insatisfechos, llenos de cosas, pero vacíos de sentido… Vivimos a veces en una búsqueda frenética de novedades, porque en el fondo nada nos ha llenado. Esta es una de las consecuencias del materialismo, del relativismo y del hedonismo de la sociedad en que vivimos.
Ante esta situación hemos de invocar al Espíritu Santo, para darnos cuenta de que sólo el encuentro con Jesucristo vivo y resucitado puede hacerte plenamente feliz.
Por ello, si descubres que tu corazón está vacío, si descubres que no eres feliz tendrás que cambiar la dirección de tu búsqueda. Como dijo san Agustín: Busca lo que buscas, pero no donde lo buscas. Es decir, busca la felicidad, pero no la busques en las cosas materiales (allí no la encontrarás), ¡búscala en Dios! Él llenará tu alma, no te quitará las dificultades de la vida, pero hará que tengan sentido y que te ayuden a crecer.
Por ello, es importante que te plantees cómo estás viviendo, cómo y dónde está tu corazón. Es importante que cuides en serio tu vida espiritual para estar lleno de Dios: la oración, la escucha de la Palabra, la Eucaristía, el sacramento del Perdón, las obras de misericordia te ayudan a llenarte de Dios y a encontrar el verdadero camino de la felicidad. ¡Anímate! ¡Ponte en las manos de Dios! ¡Descansa en Él! ¡Descubre el camino de la felicidad y decídete a recorrerlo!
¡Ven Espíritu Santo! (cf. Lc 11, 13).