Videomensaje del Papa Francisco a los participantes en la Conferencia Internacional “Explorando la Mente, el Cuerpo y el Alma. Cómo la innovación y los nuevos sistemas de prestaciones y servicios mejoran la salud humana”, este sábado 8 de mayo de 202, en el que reflexiona sobre la tridimensionalidad de la persona.
A continuación sigue el texto completo:
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Videomensaje del Pontífice
Queridos amigos Me dirijo a todos vosotros que participáis en la Conferencia Internacional titulada “Mente, cuerpo y alma”, una temática que, a lo largo de los siglos ha sido objeto de investigación para comprender el misterio de la persona humana. Saludo y doy las gracias al cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo Pontificio de la Cultura, y a los organizadores del evento, así como a las presidencias de las Fundaciones “Cura” y “Ciencia y Fe” y a los ponentes. Vuestra conferencia aúna la reflexión filosófica y teológica con la investigación científica, especialmente en el ámbito médico. Esto me brinda, en primer lugar, la oportunidad de expresar la gratitud común a quienes han elegido como compromiso personal y profesional el cuidado de los enfermos y la ayuda a los más necesitados. En este tiempo, todos estamos agradecidos a quienes trabajan incansablemente para combatir la pandemia, que no cesa de cobrarse víctimas y, al mismo tiempo, pone a prueba nuestro sentido de la solidaridad y la fraternidad. Por eso, pensar y poner en el centro a la persona humana exige también reflexionar sobre modelos de sistemas sanitarios abiertos a todos los enfermos, sin disparidad alguna.
El programa del evento refleja los elementos fundamentales indicados en el título: cuerpo, mente, alma. Estas tres categorías no se corresponden con la visión cristiana “clásica”, cuyo modelo más conocido es el de la persona, entendida como una unidad inseparable de cuerpo y alma, que, a su vez, está dotada de entendimiento y voluntad (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1703-1705). Sin embargo, esta visión no es exclusiva. San Pablo, por ejemplo, habla de “todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo” (1Ts 5,23): se trata de una concepción tripartita adoptada posteriormente por muchos Padres de la Iglesia y también por diversos pensadores modernos. Para atenerme a vuestra división, me parece que su gran mérito estriba en indicar que ciertas dimensiones de nuestro ser, demasiado a menudo separadas hoy en día, en realidad constituyen entre sí un entramado profundo e inseparable.
El estrato biológico de nuestra existencia, que se expresa a través de nuestra corporeidad, constituye la dimensión más inmediata, pero no por ello la más fácil de comprender. No somos espíritus puros; para cada uno de nosotros, todo comienza con nuestro cuerpo, pero no sólo: desde la concepción hasta la muerte no tenemos simplemente un cuerpo, sino que somos un cuerpo – y la fe cristiana nos dice que lo seremos también en la resurrección-. La historia de la investigación médica nos presenta, en este sentido, una dimensión del fascinante viaje del ser humano hacia el descubrimiento de sí mismo. Y no pensemos sólo en la medicina académica, por así decirlo “occidental”, sino en la riqueza de las distintas medicinas de las diferentes civilizaciones del mundo. Sin duda, las ciencias han abierto ante nosotros un horizonte de conocimientos e interacciones que hasta hace pocos siglos ni siquiera eran concebibles.
Gracias a los estudios interdisciplinarios podemos comprender mejor la dinámica existente entre nuestro estado físico y el entorno en el que vivimos, entre la salud y aquello de lo que nos alimentamos, entre nuestro bienestar psicofísico y el cuidado de nuestra vida espiritual -también a través de la práctica de la oración o la meditación en sus diversas formas- e incluso entre la salud y el arte, pienso en particular en la música. En efecto, no es casualidad que la medicina constituya un puente entre las ciencias naturales y las humanas, hasta el punto de que en el pasado se la definía como philosophia corporis, como atestigua uno de los manuscritos conservados en la Biblioteca Apostólica Vaticana.
Una perspectiva más amplia y un esfuerzo de investigación interdisciplinar conllevan así un progreso del saber que, aplicado a las ciencias médicas, se traduce en una investigación más sofisticada y en tratamientos cada vez más adecuados y precisos. Basta pensar en el vasto campo de investigación en el ámbito de la genética, orientado a la superación de diversas enfermedades. Por otro lado, también plantea interrogantes antropológicos y éticos fundamentales, como la cuestión de la manipulación del genoma humano para controlar o incluso superar el proceso de envejecimiento, o para lograr una potenciación alterada del ser humano.
Igualmente importante es una segunda dimensión: la de la mente, que constituye la condición de posibilidad de nuestra autocomprensión. De hecho, la cuestión de fondo a la que os enfrentáis es la que ha impulsado a la humanidad durante milenios a buscar la esencia de lo que nos hace humanos. En la actualidad, se tiende a identificar este componente esencial con el cerebro y sus procesos neurológicos. Sin embargo, aun subrayando la relevancia vital del componente biológico y funcional del cerebro, este no es, sin embargo, el elemento capaz de explicar todos los fenómenos que nos definen como humanos, muchos de los cuales no son “mensurables” y ,por lo tanto, van más allá de la materialidad corporal. En efecto, el ser humano no puede poseer una mente sin materia cerebral; pero, al mismo tiempo, su mente no puede reducirse a la mera materialidad de su encéfalo. Es una ecuación a seguir, ésta.
En las últimas décadas, gracias a la interacción entre las ciencias naturales y las humanas, se han multiplicado los esfuerzos por comprender mejor la relación entre la dimensión material e inmaterial de nuestro ser. De este modo, la relación mente-cuerpo, que durante siglos fue explorada principalmente por filósofos y teólogos, se ha ofrecido también a la investigación de quienes estudian el nexo entre la mente y el cerebro.
El uso del término “mente” en el ámbito científico plantea algunas dificultades, por lo que es fundamental poder entenderlo y describirlo con precisión en clave interdisciplinar. Con la categoría “mente” se quiere indicar generalmente una realidad ontológicamente distinta, capaz de interactuar con nuestro sustrato biológico. De hecho, la palabra “mente” suele utilizarse para indicar la complejidad de las facultades humanas, especialmente en relación con la formación del pensamiento. Por eso, sigue siendo siempre actual el interrogante sobre el origen de las facultades humanas, como la sensibilidad moral de la persona, la compasión, la empatía, el amor solidario que se traduce en gestos filantrópicos y en la dedicación desinteresada a los demás, o el sentido estético, por no hablar de la búsqueda de lo infinito y lo trascendente. Como podéis ver, se trata de algo muy complejo y muy interdependiente.
En la tradición judeocristiana, así como en las tradiciones greco-clásicas y helenísticas, estas expresiones humanas se remiten a la dimensión trascendente, identificada con el principio inmaterial de nuestro ser, es decir, con el alma, el tercer elemento a tratar en vuestra conferencia. Aunque, en el curso del tiempo, este término haya adoptado diferentes acepciones en las distintas culturas y religiones, la idea que hemos heredado de la filosofía clásica asigna al alma el papel de principio constitutivo que organiza todo el cuerpo y del que se originan las cualidades intelectuales, afectivas y volitivas, comprendida la conciencia moral. En efecto, la Biblia y, sobre todo, la reflexión filosófico-teológica con el concepto de “alma” definían la singularidad humana, la especificidad de la persona irreductible a cualquier otra forma de ser vivo, incluida su apertura a una dimensión sobrenatural y, por tanto, a Dios. Esta apertura a lo trascendente, a algo más grande que sí mismo, es constitutiva y atestigua el valor infinito de toda persona humana. Podemos decir, en lenguaje común, que es como una ventana abierta y orientada hacia un horizonte.
Queridos amigos, me alegra que participen también en este evento estudiantes de varias universidades del mundo. Os animo a emprender y proseguir los caminos de la investigación interdisciplinar que involucre a diferentes centros de estudio de cara a una mejor comprensión de nosotros mismos, apuntando siempre a ese horizonte trascendente hacia el que tiende nuestro ser. Encomiendo a Dios vuestro trabajo y os deseo a todos que tengáis siempre entusiasmo, incluso diría que asombro, ante el ser humano, al que no dejamos de descubrir, como nos recuerda San Agustín con aquella afirmación de sabor bíblico, siempre actual: “¡Qué abismo tan profundo es el hombre!” (Confesiones IV, 14, 22). Gracias.