Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio de este Domingo 24 de febrero de 2024, titulado: “Siempre confiaré en el Señor”
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Génesis 22, 1-2, 9-13, 15-18: “El sacrificio de nuestro patriarca Abraham”
Salmo 115: “Siempre confiaré en el Señor”
Romanos 8, 31-34: “Dios nos entregó a su propio Hijo”
San Marcos 9, 2-10: “Este es mi Hijo amado”
En nuestra vida hay momentos de oscuridad que nos confunden y obstaculizan nuestros ideales. Parecen momentos de profunda noche que impiden nuestro camino. Así le sucede a Abraham cuando escucha el mandato del Señor pidiendo en sacrificio la vida de su hijo. También es noche y oscuridad para muchas personas que se sienten acusadas y condenadas con Pablo. Es noche para los desconcertados discípulos al escuchar a su maestro hablar del camino de la cruz. Quisiéramos dejar pronto la oscuridad y revestirnos de la luz. No es tan fácil, se requiere recorrer la oscuridad para escuchar como Abraham que no extienda la mano sobre su hijo, o como Pablo que se aferra a la seguridad de que “Si Dios está con nosotros ¿Quién estará en contra nuestra?” También los discípulos recorrerán en la inseguridad el camino del Señor para poder contemplarlo como luz salvadora.
Colocada en el centro del Evangelio de San Marcos, la transfiguración de Jesús se presenta como una de las escenas más importantes del Nuevo Testamento. Es como mirar la meta hacia donde se dirigen los pasos para no escatimar las dificultades del camino. San Marcos nos ayuda a descubrir, a través del propio descubrimiento de los discípulos, la identidad de Jesús y a la vez el sentido del propio camino. En este camino de descubrimiento no puede faltar la gran clave de interpretación para comprender el misterio de Jesús: su pasión y resurrección. Tras las crisis y las dudas que pueden asaltar a los discípulos al contemplar a un Mesías no triunfal sino entregado, es Dios mismo quien habla para confirmar a Jesús en el camino que ha elegido. Es como una nueva revelación parecida a la del Bautismo pero ahora dirigida también a los discípulos. Pero no basta conocer y saber que Jesús es el Mesías, el contemplarlo se convierte en una norma de vida: “Ese es mi Hijo amado; escúchenlo”.
El camino de la Transfiguración nos explica el camino de la cuaresma: es el tiempo de recogimiento y silencio, de dolor y fortalecimiento, pero no para quedarse ocultos y sobreprotegidos desdeñando el compromiso diario que nos lleve a transformar la realidad. Hay tiempo de descubrimiento del Señor y de nutrirse de sus enseñanzas, pero no para aislarlos irresponsablemente de un mundo que nos exige nuestra participación y nuestro compromiso. El cristiano se tiene que abrir y romper las protecciones para salir a enfrentarse a un mundo de injusticias y sin sentido donde se lucha en medio de las tinieblas pero buscando, anhelando, un sentido y una orientación para sus esfuerzos. El discípulo tiene el compromiso de romper sus capullos y no vivir entre algodones, inmiscuirse en la vida diaria para transformarla, probar el amargo sabor de la incomprensión, pero nunca perder el sentido de su actividad. Hay que arriesgarse para ver la luz, pero no volar sin sentido, a tontas y a locas, sino recordar qué es lo que da orientación a nuestra vida: la muerte y resurrección de Jesús. Así enfrentaremos las actividades diarias y les daremos su justo valor.
Cualquiera de nosotros puede verse sumido en un abismo de dudas y desaliento al contemplar tanto el proyecto personal, como la vida de la Iglesia o el desarrollo de la sociedad. Son tiempos de falta de ideales, de tensiones y guerras, de injusticias y corrupción, que pueden llevarnos a una desilusión y abatimiento. Nos hemos equivocado en esperar resultados fáciles e inmediatos sin tener presente la sabiduría y la paciencia de las contradicciones de la cruz. Y hoy el Señor Jesús también nos llama a nosotros para que lo contemplemos y nos llenemos de esperanza, no en el triunfo fácil, no en la conquista victoriosa, sino en su mismo camino y enseñanza. Hay que darse todo para llegar a su victoria.
En medio de dos anuncios de la pasión, san Marcos nos presenta la Transfiguración como para asegurar que la cruz es el camino para la glorificación. A Pedro le costaba trabajo aceptar la cruz, pero no le costó ningún trabajo aceptar la Transfiguración a tal grado de decir: “¡Qué a gusto estamos aquí!” Por un lado no había sufrimiento, pero por otro estaba la seguridad que da tener a Moisés y a Elías de su lado, la ley y los profetas. La voz venida del cielo da todo el sentido a este episodio: “Este es mi Hijo amado, escúchenlo”. Ya no estará la seguridad ni en la ley, ni en los profetas, ni el templo, ni en el sacrificio. El requisito es escuchar a Jesús y guardar su palabra. Así la Transfiguración se convierte en la seguridad del verdadero discípulo: se entrega a Jesús y no rehúye todo el dolor que implica escuchar la palabra porque ha pre-visto la gloria. Más que un episodio aislado en la vida de Jesús es símbolo real de todo el cambio y la transformación que hace de la religión judía y del concepto de Mesías que prevalecía en los tiempos de Jesús. Ahora también nosotros corremos el riesgo de parecernos a Pedro que nos cobijamos con la ley y nuestras costumbres y no nos arriesgamos a escuchar realmente lo que quiere Jesús. Que al contemplar su rostro luminoso estemos también dispuestos a cargar la cruz y hacer su mismo camino.
¿Nos dejamos llevar por nuestras seguridades y no nos arriesgamos a seguir a Jesús en su camino? ¿Cómo escuchamos su Palabra y la hacemos vida en nuestra vida? ¿Cuáles son nuestros miedos que nos impiden salir de nosotros mismos e ir en busca de los demás al estilo de Jesús? ¿A qué nos compromete el contemplar a Jesús Transfigurado?
Padre Bueno, que nos mandaste escuchar a tu amado Hijo, alimenta nuestra fe con tu palabra y purifica los ojos de nuestro espíritu, para que podamos alegrarnos en la contemplación de tu gloria y nos comprometamos en la transformación de nuestro mundo. Amén.