Reflexión de Mons. Enrique Díaz: “Siembra en silencio”

XI Domingo Ordinario

Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio de este Domingo 16 de junio de 2024, titulado: “Siembra en silencio”.

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Ezequiel 17, 22-24: “Elevaré los árboles pequeños”.

Salmo 91: “¡Qué bueno es darte gracias, Señor!”

II Corintios 5, 6-10: “En el destierro o en la patria, nos esforzamos por agradar al Señor”

San Marcos 4, 26-34: “El hombre siembra su campo, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece”.

El Reino de Dios es siempre novedad, siempre dinamismo y ya está presente en este mundo aunque a veces no lo parezca. El Papa Francisco nos previene sobre el desaliento y la actitud negativa cuando los frutos no aparecen como nosotros lo esperábamos y nos advierte del gran pecado del pesimismo: bajar la manos sin apenas haber luchado. Cristo nos descubre en sus parábolas cómo son los caminos de Dios en contraste con los caminos del hombre y el sorpresivo resultado final de pequeños inicios y una constante lucha en el silencio y en el anonimato que parecería infructuosa.


El Reino de Dios es el tema central de la predicación de Jesús y el modo predilecto para hacerlo es a través de parábolas. En ellas encontramos el significado más profundo del Reino pero, si las leemos de un modo superficial, pueden parecernos misteriosas, contradictorias e incomprensibles. Recogen acontecimientos de la vida ordinaria, lo que diariamente experimentan y constatan los oyentes de Jesús, pero siempre hay un momento de ruptura y de sorpresa que presenta “algo nuevo y misterioso”. ¿Qué tiene de extraordinario la escena que nos presenta la primera parábola de este día? En aquel tiempo, y ahora, era escena cotidiana la salida de los sembradores a realizar su faena y depositar su semilla en el surco abierto. ¿Por qué la narraría entonces Jesús? Porque en aquel tiempo, y ahora también, ante los escasos frutos logrados en la lucha por el Reino, en la búsqueda de la justicia, en la difusión de la palabra, llegan momentos de desaliento y se corre el riesgo de dejar de sembrar, de sentarse a rumiar el pesimismo, de dejar que las cosas vayan por sí solas.

Si miramos así la parábola, encontraremos un fuerte reclamo a esta sociedad que se ha cansado, que está hastiada, que de tanto dolor y aburrimiento se emborracha en sus placeres, en su imagen y se olvida de la construcción del Reino. Vive en somnolencia y abandono. No quiere reflexionar ni construir. Tantos sueños se han roto, que acabamos por quedarnos dormidos; tantos ideales han fracasado que no queremos ya levantar la vista; tantas veces nos hemos visto caídos que ya no queremos levantarnos ¿No es cierto que el pesimismo y la indiferencia se han apoderado de muchos de nosotros? Pues ahí está otra vez la invitación a sembrar. Si se siembra, habrá esperanza de cosecha, si el terreno permanece intacto, queda estéril y se llena de maleza. El discípulo del Reino no tiene derecho a cruzarse de brazos y a fingir ignorancia, mientras hay un mundo de miseria que reclama el trabajo, quizás pequeño, pero constante y esforzado del que ha depositado su fe en Jesús. Es cierto: hay corrupción, hay injusticias, pero seguirán creciendo si no sembramos paz, honestidad, coherencia y justicia. La siembra escondida, en silencio, con esperanza, tiene la promesa del fruto futuro.

Pero, atención, la parábola de la semilla que crece por sí sola insiste en la fuerza que posee el reino de Dios sembrado ya en la tierra. A nosotros nos toca poner la semilla, al Señor le toca darle crecimiento. Se requiere paciencia y perseverancia. Crece lento, por pasos: “primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas”, pero de forma inexorable a pesar de unos comienzos ocultos. Duerma o se levante el hombre, de noche o de día, sin que él sepa cómo, la semilla brota y crece por sí misma aunque nadie la trabaje. El Reino rompe nuestros esquemas, es don y no depende sólo de nuestro trabajo y esfuerzo. Creer en Dios, creer en las personas, creer en el Reino, respetar los ritmos y confiar en la dinámica de su realización aquí, es mucho más que “hacer”. Es dejar hacer y dejar hacerse. Es cambiar el corazón y abrirlo al Reino. Es buscar ponerse confiadamente en manos de Dios. De ningún modo es invitación a la desidia y al providencialismo. Es el compromiso fuerte de sembrar y trabajar, pero después, en oración, poner confiadamente nuestros esfuerzos en manos del Padre que nos ama y que le dará crecimiento.

La parábola del grano de mostaza, mucho más conocida y comentada, nos pone en la misma sintonía: el Reino no llega con escándalos y propagandas mentirosas, se construye desde lo pequeño y desde los pequeños, cada día, con entrega, con constancia, con dedicación, calladamente. A muchos nos cuesta este trabajo diario y callado, sin embargo nuestro mundo está lleno de personas que generosa y honradamente están construyendo este Reino.  Vienen a mi mente las palabras de aquel santo mártir mexicano que con mucha vehemencia repetía: “Quiero ser semilla y morir en la raya, para no quedarme mirando desde la orilla”.  O como decían nuestros abuelos: “A Dios rogando y con el mazo dando”. Compromiso serio en la construcción del Reino, pero esperanza confiada en la acción amorosa de nuestro Dios. Presencia de Reino que es regalo, conquista, trabajo y alegría, hermandad y construcción, pero nunca pasividad o indiferencia. ¿Cómo estamos construyendo el Reino de Dios? ¿Cómo damos esperanza en esos momentos de duelo, desconfianzas y pesimismo? El verdadero cristiano sigue sembrando en silencio y  espera confiado la lluvia de amor de Dios Padre que dará crecimiento y fortaleza a su semilla.

Dios nuestro, fuerza de todos los que en ti confían, ayúdanos con tu gracia, para que sin caer en el pesimismo o el desaliento, sigamos sembrando semillas del Reino y las confiemos a tus cuidados. Amén.