Reflexión de Mons. Enrique Díaz: Señor, danos siempre de tu agua

XV Domingo ordinario

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Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio de este Domingo 16 de julio, de 2023, titulado: “Señor, danos siempre de tu agua”

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Isaías 55, 10-11: “La lluvia hará germinar la tierra”

Salmo 64: “Señor, danos siempre de tu agua”

Romanos 8, 18-23: “La creación entera gime y sufre dolores de parto”

San Mateo 13, 1-23: Una vez salió un sembrador a sembrar”


No ha llovido, el suelo se agrieta y reclama la bendición de la lluvia. Ya son varios los años en que no ha habido cosechas en terrenos de temporal ya sea por falta de lluvia, ya sea por las lluvias torrenciales . Muchos campos se van quedando desiertos y la funesta política agropecuaria produce miles de migrantes tanto a las grandes ciudades como a Estados Unidos. Las familias quedan abandonadas, sobre todo las mujeres, y los jóvenes pierden el amor a la tierra y se tornan comodinos,  desempleados o fácil víctima de narcotraficantes y de drogas. Muchos se preguntan por qué la tierra ya no produce como antes pues al sacar sus cuentas siempre salen perdiendo en lugar de obtener alguna ganancia. Son pocos los que con terquedad esperan arrancar algún fruto al desgastado campo ¿Ya no nos quiere la tierra o nosotros la hemos destruido? ¿Qué le hemos hecho?

Imposible hoy no hacer referencia a “la madre tierra”, como la llaman nuestros pueblos originarios. El salmo 64 es un poema de alabanza al Dios creador que se regocija engalanando los fértiles campos, bendiciéndolos de renuevos, vistiéndolos de rebaños, coronándolos de frutos. Pero este paraíso, que canta y alaba el salmo, parecería que ha quedado en el olvido. Las lluvias torrenciales se han abatido sobre algunas regiones de la República, mientras extensas zonas agonizan en la sequía. ¿Es culpa de la naturaleza? Creyentes y no creyentes todos coinciden en que es culpa de la depredación del hombre. Si la primera Palabra  hizo brotar la vida y el Señor Dios la encontró como “buena”, ahora hay quien mira a la naturaleza con temor y como una amenaza. Pero ¡los hombres somos quienes la hemos dañado y está al borde del colapso! La “Buena Madre Tierra” podría dar suficiente alimento y cobijo a toda la humanidad, pero los excesos y la explotación irracional han puesto en grave peligro a las generaciones venideras. Se siguen sobreexplotando las entrañas de la tierra, arrancando irresponsablemente sus tesoros, sus aguas, su petróleo, se dañan las selvas y las sierras… y ¡todo para beneficio de unos pocos!  Los lechos de nuestros ríos están atascados de basura y de desperdicios. La mayoría de los desagües contaminan mares y lagunas. Las transnacionales se han adueñado de los depósitos de agua y oxigeno. Irresponsablemente emitimos gases, polución, calor, químicos y desechables que la están asfixiando.

San Pablo ya les decía a los habitantes de Roma que “la creación está sometida al desorden, no por su querer, sino por la voluntad de aquel que la sometió”.  El problema del deterioro de la creación no podrá frenarse, ni resolverse mientras no cambie radicalmente la concepción que el ser humano tiene sobre ella y desprecie los conceptos de responsabilidad, felicidad y fraternidad. Mientras la creación sea vista solamente como un factor productivo y un recurso explotable, la lógica del consumismo exigirá que se le explote al máximo dejando una estela de muerte para el futuro. Mientras la ambición supere a la responsabilidad, la seguiremos destruyendo impunemente. Mientras el individualismo y el placer predominen sobre el sentido comunitario fraternal,  continuaremos acabando la casa de todos. Pablo afirma  que la creación está sometida al fracaso, pero nos la presenta expectante y anhelando la revelación escatológica de todos los humanos como hijos de Dios. La naturaleza sufre las consecuencias del pecado humano, pero vive en la esperanza. La creación gime y participa de los sufrimientos de este último tiempo pues no hay relación entre su objetivo inicial y la situación actual. Pero también la creación entera participa de la redención de la obra de Cristo. ¿Mataremos nosotros esta esperanza?

El texto de San Pablo, aparece duro y cuestionador pero también lleno de esperanza. Los gemidos de la creación, de dolor y angustia, también son gemidos de parto, unidos a la esperanza de los creyentes que poseen las primicias del Espíritu y que anhelan que se realice plenamente nuestra condición de hijos de Dios. Es la clave para transformar el corazón del hombre: reconocerse hijo de Papá Dios y hermano de todos los hombres. Sólo cuando se piensa y se vive en este ambiente se puede entender plenamente la creación como casa y pertenencia de todos. ¿Ilusorio? ¿Imposible? La parábola del sembrador es una parábola de esperanza y optimismo que hace despertar la ilusión y soñar con lo imposible. Normalmente al escuchar esta parábola reflexionamos sobre nuestro papel  y situación de tierra que recibe la Palabra. Pero también hoy podríamos asumir el papel del sembrador y la forma en que debemos sembrar esta Palabra que da vida. Nosotros, discípulos, somos los hombres de la Palabra y debemos sembrar esperanza no ser plañideras de lamentos y desilusiones. Frente a una creación que gime y agoniza, está muy clara nuestra tarea: no es segar, ni cosechar, sino sembrar, sembrar con abundancia, sin cálculos mezquinos, sin exclusiones, sin medida. Dejemos las desconfianzas, las recriminaciones inútiles y los pesimismos que paralizan, y lancémonos a sembrar. Sembrar nuestro mundo de la Palabra, pero también sembrar semillas en nuestros campos, flores en nuestras ciudades y árboles en la selva y en la sierra.

Encontraremos terrenos pedregosos, pero no tengamos miedo ni a los tropiezos, ni a los rechazos. La gota de agua abre la más dura roca y la Palabra sembrada con amor y constancia abre los corazones. Moverse entre las espinas acarrea laceraciones y piquetes, pero hay quienes se han tornado ariscos y defensivos por falta de amor, y sólo el bálsamo de la Palabra amorosa logrará sanarlos. Salgamos a los caminos, no nos encerremos en nuestro capillismo y en nuestro grupo. Necesitamos llevar la Palabra a todas las veredas, interpelar a los desconfiados, mover a los indiferentes, animar a los desconfiados. La Palabra tiene que anidarse en el corazón para dar fruto, pero si no la sembramos ¿qué esperanza tendremos? La parábola termina de una forma alentadora: la tierra buena da frutos, unos, ciento por uno; otros sesenta; y otros ochenta.  Ciertamente la Palabra que sale de la boca del Señor no volverá sin resultado. Para cambiar la faz de la tierra, de “la madre tierra”, se necesita cambiar los corazones y sólo la Palabra es capaz de realizar esta transformación.

Padre Bueno, tu Palabra nos amó antes de que el sol ardiera, antes del mar y las montañas. Todo lo hizo nuevo, todo lo hizo bello. Danos palabras verdaderas para responder a tu Hijo, eterna Palabra. Amén.