Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio de este Domingo 31 de marzo de 2024, titulado: “¡RESUCITÓ!”
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Ezequiel 36, 16 – 18: “Los rociaré con agua pura y les daré un corazón nuevo”
Romanos 6, 13-11: “Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no morirá nunca”
Salmo 117: “¡Aleluya!, ¡Aleluya!”
San Marcos 16, 1-7: “Jesús de Nazaret, que fue crucificado, resucitó”
¡Resucitó! Es la noticia que las mujeres y los discípulos llevan por todos los rincones. ¡Resucitó! Es la alegría que invade sus corazones, que transforma sus miedos, que ilumina nuevos caminos. ¡Resucitó! Grito, experiencia, júbilo que no cabe en el corazón y que se desborda bañando de amor y comprensión a los hermanos. ¡Resucitó! Es también nuestro pregón, nuestra propuesta y la razón de ser cristianos hoy. ¡Cristo vive y está en medio de nosotros! ¡Lo hemos visto! Lo hemos experimentado y renueva nuestra esperanza y nuestros anhelos y los deseos de una vida nueva. Resucitar es mucho más que revivir, es mucho más que retornar a la vida de siempre, es iniciar una nueva vida, llena de plenitud y de luz. Es vencer a la muerte y no esperarla ya nunca más. La resurrección de Jesús es la señal que el cristiano ofrece a la humanidad para mostrar que la muerte no es el final definitivo ni el destino del hombre. No estamos destinados al fracaso, sino que hemos sido creados y llamados a la vida y a la felicidad. Por eso en este día resuena lleno de entusiasmo el grito de todos los discípulos de Jesús: “El Señor ha resucitado” ¡Aleluya!
Es mucho más que una tumba vacía. Algunos todavía siguen buscando un cuerpo y se acercan al sepulcro. También las mujeres muy de madrugada, van al sepulcro, encuentran que la piedra ya estaba removida y la tumba vacía, y al llenarse de miedo un ángel les conforta y les consuela: “No se espanten. Buscan a Jesús de Nazaret, el que fue crucificado. No está aquí: ha resucitado. Miren el sitio donde lo habían puesto. Vayan a anunciarlo a sus discípulos”. Y así, en lugar de estremecerse de espanto porque no está “el cuerpo”, su espíritu se llena de alegría y corren anunciarlo porque han experimentado que el Señor ha resucitado y que lo verán en Galilea.
Es mucho más que una piedra removida, un sudario doblado y unos lienzos abandonados. Es habituarse a la luz, al amor, a la libertad y a la paz. Todo empieza de nuevo. Dios, fiel a su palabra, señor de lo imposible, se revela en este triunfo de su Mesías. La debilidad ha superado la fuerza, la violencia, el odio y la corrupción. El perdón se toma revancha y vence a la traición, al abandono y la negación. Dios, removiendo la piedra, renueva nuestra esperanza y nos envía por los caminos de nuestro mundo a gritar la vida, ahí donde haya muerte, donde haya guerra, donde haya destrucción.
Es el cambio que transforma a María Magdalena y sus acompañantes, en mensajeras de la gran novedad: ¡El Señor ha resucitado! Y son precisamente ellas, las débiles y despreciadas, a quienes se les niega la palabra, las que no cuentan en las posesiones y poderes del mundo, ellas son las que dan fuerza y credibilidad a este anuncio. El Señor se les ha aparecido y las ha enviado. Por eso hoy toda mujer debe convertirse en testigo de resurrección, en defensora de la vida verdadera, en constructora de este nuevo mundo propuesto por Jesús. Deben destruir las ataduras de lo antiguo y de la muerte, del odio, de la división y del egoísmo.
Celebrar la Pascua es mucho más que ser espectadores de este evento inaudito, oír su narración por enésima vez y regresar a casa con la sensación de haber vivido un espectáculo bello. Es vivirlo juntamente con su protagonista, es tomar parte. Se trata de morir y ser sepultados con Él. Se requiere acercarse al sepulcro, no para terminar sepultados en el desaliento y en la tristeza, sino para participar de su nueva vida y llevar esta vida por todos los lugares. No es posible celebrar la Pascua si no hacemos el “paso” de internarnos en la oscuridad de la muerte a todas las propuestas del mundo, para renacer a un vigoroso empeño por la nueva luz del Resucitado. No se trata de limpiar bellamente el sepulcro vacío y postrarnos en silencio, sino entender los signos, acoger con fe una revelación, un testimonio y una experiencia de Jesús resucitado. Adelante, pues, no es hora de temores y vacilaciones. El miedo ha sido vencido, ha terminado la noche, ha nacido un nuevo mundo. Una nueva primavera va brotando de los añosos troncos que parecían perdidos. La enorme piedra que cerraba nuestro viejo mundo, sofocante y pecador, en el que permanecíamos prisioneros y al cual nos resignábamos, ha sido botada lejos por la Resurrección de Cristo. Debemos salir de nuestro silencio y de la prisión, Él nos hace pasar a un mundo nuevo.
En este día de la Resurrección contemplemos el triunfo de Jesús, experimentemos su presencia, y después, miremos nuestra vida diaria y respondamos: ¿soy testigo de la Resurrección? ¿Cómo manifiesto mi alegría, mi esperanza, mi sano optimismo sabiendo que la última palabra la tiene el bien, el amor, Dios? Mi fe en la Resurrección de Jesús ¿me compromete en una lucha por la vida en todos sus niveles?
Dios nuestro, que por medio de tu Hijo venciste a la muerte y nos has abierto las puertas de la vida eterna, concede a quienes celebramos hoy la Pascua de Resurrección, resucitar también a una nueva vida, renovados por la gracia del Espíritu Santo. Amén.