Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio de este domingo 23de febrero de 2025, titulado: “Más allá de la violencia”
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1 Samuel 26, 2. 7-9. 12-13.22-23: “David no quiso atentar contra el ungido del Señor”
Salmo 102: “El Señor es compasivo y misericordioso”
1 Corintios 15, 45-49: “Fuimos semejantes al hombre terreno y seremos semejantes al hombre celestial”
San Lucas 6, 27-38: “Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso”
Semana a semana escuchamos noticias de violencia. No podemos ni debemos acostumbrarnos, sin embargo, están presenten en todos los ámbitos, desde los países en guerra o las violentas ejecuciones del narcotráfico, hasta la cotidiana violencia en cada hogar que nos sorprende con gravísimos crímenes y violaciones ¿Cómo terminar la violencia? Ciertamente no será con más violencia, pero tampoco con la pasividad y la indiferencia.
La Biblia dice: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas… amarás a tu prójimo como a ti mismo” Pero esta ley se fue quedando condicionada por la famosa ley del Talión del ojo por ojo y diente por diente que buscaba protección para el más débil. Castigos, muros, leyes, buscan evitar los abusos, pero que al final se quedan en letras que no llegan a detener la violencia.
Jesús propone otro camino. El reino de Dios no puede estar basado en la venganza, ni siquiera en la venganza limitada, sino en el principio del amor y el perdón. El amor a los enemigos, que bien puede considerarse otra bienaventuranza, pues quienes lo practican son llamados por Jesús “hijos del Altísimo”, en este pasaje de San Lucas, como un fundamento importantísimo de la paz. Y es cierto, la venganza y el odio no son diques que frenen la violencia; si no la frena el amor, no la podremos frenar jamás.
Un hombre anciano en sus últimos momentos confesaba que había vivido casi toda su vida, ahogado por el odio y la venganza. Un día, de improviso, se decidió a perdonar: “Fue como si hubiera nacido de nuevo. El odio es como una manzana con un gusano adentro. Nadie puede comer la manzana, pero lo podrido es la manzana. El odio pudre a quien lo lleva en su corazón” Si miráramos con detenimiento las guerras de la historia y las actuales, descubriríamos que más allá de todo conflicto, fueron causadas por odios, por egoísmos y por venganzas que oscurecen la mente y entorpecen los sentidos. ¿A dónde nos han llevado las guerras y la violencia? A Jesús, se le han unido grandes hombres y reformadores, anunciando con su vida y con sus obras que puede más el amor que el odio. Tenemos los grandes logros de Gandi, de Martín Luther King y de tantos hombres y mujeres que han sido capaces de enfrentar con dignidad, con valentía, pero sin violencia, a quienes cometen injusticias.
Un segundo principio que nos ofrece Cristo, consecuencia del primero, es “al que te golpee en una mejilla preséntale también la otra. Al que te arrebate el manto, entrégale también el vestido…” Estas propuestas de Jesús nos parecen hasta ingenuas y motivo de abusos de los poderosos. Pero tengamos en cuenta lo que acaba de decir en las bienaventuranzas. Se trata de ser mansos, pero no “mensos”. Jesús no intenta reducirnos a la pasividad, al conformismo o a la resignación. ¿Por cuánto tiempo utilizaron los poderosos la “resignación cristiana” para acallar las voces que exigían sus derechos? No se trata de renunciar a nuestros derechos ni de callarnos frente a las injusticias, sino de renunciar a la violencia como único medio para resolver las diferencias y los conflictos; y también, renunciar a nuestras comodidades o a nuestras prendas más preciadas para darlas a los que más las necesitan. En este sentido, Jesús supera el concepto de compartir que se tenía hasta el momento, pues ya no basta solo compartir el “pan con el hambriento…” sino entregarlo todo, incluso hasta la propia vida.
El tercer principio que Jesús nos presenta va todavía más allá: si es revolucionario el anuncio de las bienaventuranzas, porque tienden a descubrir a Dios y su Reino como la única riqueza y es, por tanto, capaz de poner en crisis todos los falsos valores que el ser humano se crea una y otra vez, se puede decir que es todavía más revolucionario el anuncio de un amor que enseña a buscar al otro sólo porque es el otro, prescindiendo del hecho que nos quiera o nos deteste, nos haga el bien o nos haga el mal: “Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso… y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno hasta con los malos y los ingratos”. La misericordia se nos presenta como un elemento constitutivo del ser cristiano, por que lo es también de Dios.
Debemos preguntarnos qué estamos haciendo realmente para acabar con la violencia y con el odio ¿Hemos reflexionado alguna vez cuán misericordiosos somos? Muchas veces confundimos la misericordia o la compasión con lástima y eso no es cristiano, por que el que tiene lástima inconscientemente se presenta como superior al otro; en cambio el que tiene misericordia establece una relación de hermanos para encontrar juntos el camino del Señor. Ser misericordioso es “poner el corazón” junto al corazón del otro. ¿Podremos hacerlo con aquellos que odiamos, especialmente cuando son cercanos a nosotros? Mucho más que perdonar, es “amar al enemigo” lo que Jesús nos propone. En familia, en sociedad, más allá de los malos entendidos que debemos superar, nos ofrece hoy Cristo un camino de reconciliación. ¿Quién está necesitado de mi perdón y de mi amor? ¿Por qué considerar enemigo a mi propio hermano?
Así nos dice Jesús en este pasaje: “Traten a los demás como quieran que los traten a ustedes… Porque con la misma medida con que midan, serán medidos” ¿Me gusta que me saluden, que me tomen en cuenta, que respeten mis derechos? Entonces debo yo empezar a hacerlo con los demás. ¿Me gustaría encontrar el verdadero perdón y poder seguir siendo hermano de los demás? Entonces yo debo otorgar el perdón y amar “incluso a los enemigos”. Y la razón de fondo nos la da Jesús: “Para parecerte a tu Padre Celestial”. Es el sueño de Jesús: que todos podamos vivir como hermanos pareciéndonos a nuestro Padre Celestial.
Concédenos, Señor, ser dóciles al Espíritu y cambiar las armas por instrumentos de paz, el odio por amor y construir un mundo nuevo conforme a tus designios de Padre Misericordioso. Amén.