Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio de este Domingo 22 de septiembre, de 2024 titulado: “Los pacíficos siembran la paz y cosechan frutos de justicia”.
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Sabiduría 2, 12. 17-20: “Condenemos al justo a una muerte ignominiosa”
Salmo 53: “El Señor es quien me ayuda”
Santiago 3, 16-4, 3: “Los pacíficos siembran la paz y cosechan frutos de justicia”
San Marcos 9, 30-37: “El Hijo del hombre va a ser entregado.- Si alguno quiere ser el primero, que sea el servidor de todos”
Cuando apenas estábamos saliendo de la pandemia y aturdidos nos preguntábamos que seguiría y escuchábamos de nuevas mutaciones y nuevos virus, un anciano, que milagrosamente había sobrevivido, me decía que a esos virus él no les tenía miedo. Que tenía más miedo al virus de la “triple P” que es más contagioso. “¿El virus de la triple P?”, le pregunta alguien con cara de interrogación. “Si, contesta él con aplomo, es el virus del poder, del poseer y del placer. Es muy difícil encontrar a alguien que no se contagie de él. Es casi mortal y frente a él, hay muy pocas defensas. Acaba con las naciones, con los amigos y a hasta con las familias. Es peligrosísimo”. Algo parecido nos dice San Pablo que donde hay envidias, malas pasiones y rivalidades, hay desorden y no se encuentra la paz.
¡Qué contradicción! Mientras Jesús está anunciado que se entregará en manos de los hombres, que su amor y servicio lo llevarán hasta la muerte, pero que habrá resurrección, sus discípulos, los que más se han empapado de su doctrina y enseñanzas, los que han visto su ejemplo, ¡vienen peleando por los primeros lugares! Así son de contrastantes los caminos de Dios y los caminos del hombre. Hoy también, aunque parece que estamos cerca de Jesús, caemos en la tentación de arrebatar y pleitear por los primeros lugares. Así “el Hombre de la Cruz” continúa siendo condenado a “una muerte” infame. Su presencia y sus palabras son motivo de embarazo y desconcierto para quien pretende tener un campo libre para sus propias operaciones no tan transparentes. Los dueños del poder, del saber y del haber, los promotores de instrumentos de la muerte, los adictos al mercado del sexo y el éxito, no soportan ninguna crítica ni cuestionamiento.
Es muy elocuente San Marcos: Cristo va explicando que tendrá que ser entregado a la cruz en cambio los discípulos“ no entendían aquellas palabras y tenían miedo de pedir explicaciones”. La incomprensión al mensaje de Jesús continúa a través de toda la historia. Y también hoy debemos reconocer que no hemos entendido estas palabras y lo más triste es que también nosotros tenemos miedo a pedir explicaciones que nos comprometan. Es cierto que hemos llenado de cruces las cimas de las montañas, es cierto que no faltan hermosos crucifijos en nuestros lugares, pero no podemos decir que hemos aprendido la lógica del crucificado. Las discusiones por los primeros lugares, las luchas y los celos, las envidias y las zancadillas, son elementos que aparecen en nuestras comunidades. Es el arma de los políticos para ganar los votos, es táctica de las grandes empresas, es el camino que siguen muchos para salir adelante: derribar al hermano para pasar sobre él. Cristo trastoca los esquemas de la sociedad, siempre dispuesta a encumbrar al primero y despreciar al último, en virtud de la vanidad, del orgullo y de la ambición. La exigencia de ser el último y el servidor de todos, contradice ciertamente la historia de la convivencia humana pero es el ejemplo de Jesús. Acoger y servir a Dios, pertenecer a la comunidad de Jesús, implica acoger y servir al último, al que no cuenta. Es la opción por los pobres el criterio para sabernos discípulos de Jesús.
De repente en algún negocio o firma comercial escuchamos estas acogedoras palabras: “Estamos a sus órdenes, servirle es nuestra misión…” O bien, en las campañas políticas los candidatos siempre se postulan para “servir al pueblo”. Pero para ellos servir tiene otro significado. Se entra en un plan de comercialización y se obliga a los pequeños a ser los servidores del poderoso, servir de tapete que se pisa, se les utiliza en aras de una ganancia mejor. Cuando Cristo nos dice: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Lo dice en serio, no es apariencia, ni negocio. No es el servilismo que se exige a los que tienen menos para que puedan ganarse unos cuantos pesos. El servicio es un impulso vital de toda comunidad cristiana. El verdadero discípulo mira a Jesús, lo contempla sirviendo con toda libertad, llevando su servicio hasta la radicalidad de dar la vida, y decide seguir su ejemplo. No es una persona que “presta servicios”, sino que hace de si mismo un entrega generosa en búsqueda del bien integral de la persona, del crecimiento de la comunidad y del surgimiento del Reino.
Los discípulos de Jesús no acertaban a entender su comportamiento, pero finalmente se dejan cuestionar. Hoy también nosotros tendremos que dejarnos interpelar y revisar por Jesús. Dejar que, con su mirada amorosa, mire nuestro interior, que nos analice, nos impulse a tomar esta nueva vida. Quizás debemos revisar a cuántos pequeños y desamparados recibimos en nuestra casa, quiénes son nuestros amigos, en quién tenemos confianza y cuáles son nuestros proyectos ¿Estamos el camino de Jesús? Revisemos también esa especie de cobranza que vamos pasando a todos los que están cerca de nosotros. Miremos si somos generosos o estamos exigiendo pagos, directos o indirectos, a Dios, a los amigos, a la familia, a los desconocidos, a amigos y enemigos. Intentemos vivir hoy haciendo nuestras obras “gratuitamente”. ¿Nos parecemos a Jesús en nuestra forma de servir?
Dios nuestro, que en el amor a ti y a nuestro prójimo has querido resumir toda tu ley, concédenos descubrirte, amarte y servirte en nuestros hermanos para que podamos alcanzar la vida eterna. Amén.