Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio de este Domingo 6 de agosto de 2023, titulado: “Su vestido era blanco como la nieve”
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Daniel 7, 9-10. 13-14: “Su vestido era blanco como la nieve”
Salmo 96: “Reina el Señor, alégrese la tierra”
2 Pedro 1, 16-19: “Nosotros escuchamos esta voz venida del cielo”
San Mateo 17,1-9: “Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto”
Fue casi imposible reconocerlo. Lo masacraron, lo quemaron y lo dejaron a la intemperie. Pero el instinto materno y un sublime amor lograron descubrir en aquel rostro los rasgos familiares del hijo. Los vecinos comentaban que desde hacía tiempo ya el rostro de aquel joven no era el mismo, se encontraba desfigurado, demacrado, avejentado por las drogas y el sufrimiento. Sólo la madre podía mira con tanto amor a su hijo. No importa cuán desfigurado se encuentre, para una madre o un padre el rostro sigue siendo el amor de su vida. Quizás así nos ha pasado a nosotros, hemos desfigurado el rostro de hijos de Dios en nuestras vidas, lo hemos deformado por nuestras corrupciones y envidias, por nuestros placeres y ambiciones. Es casi imposible reconocer el rostro de hijo de Dios. Teniendo la misión de manifestar el rostro de Jesús lo hemos desfigurado tanto que ya casi es imposible reconocerlo, pero hoy la Transfiguración de Jesús nos lleva a rescatar y descubrir el verdadero rostro de Jesús y el verdadero rostro del hombre.
Los discípulos temen al compromiso, a la cruz y a los desprecios que Jesús les ha anunciado. Siguen obstinados en su idea de un Mesías político, triunfal y poderoso y se resisten a aceptar que tenga en el horizonte el fracaso. Están deformando el verdadero rostro de Jesús. Por eso se retira a una montaña alta y apartada y lleva consigo a los líderes del grupo para manifestarse ante ellos como el Amado del Padre a quien hay que escuchar, a quien hay que contemplar y a quien hay que creer. No pueden deformar el rostro de Jesús y no pueden deformar el rostro del hombre con falsas ideologías. Detrás de todas las crisis y de todos los fracasos, está esta grave deformación del rostro y del ser de hombre, es una crisis de identidad. Se le ha vaciado de su verdadero valor y se le ha condenado a deambular sin sentido, perdido y sin orientación en su existencia.
La Trasfiguración es todo lo contrario: manifestar el verdadero rostro de Jesús para que sus discípulos que lo verán velado por el dolor y la cruz, no se olviden de ese rostro resplandeciente. Pero al mismo tiempo es darle sentido y rumbo al camino de los hombres. Manifestar el verdadero rostro del hombre. También somos hijos de Dios, también podemos transfigurar los rostros, los nuestros y los de los hermanos, también podemos escuchar la Palabra de vida. Es difícil reconocer el rostro de Jesús en muchas ocasiones. El dolor, el fracaso, las ingratitudes van deformando el rostro de Jesús en cada una de las personas.
Hoy al mismo tiempo que ese rostro resplandeciente se nos manifiesta, nos recuerda que sigue presente en el rostro de todos y cada uno de los hermanos. Los rostros de los campesinos desilusionados con sus labores que no son reconocidas en su justo valor; los rostros de las mujeres despreciadas, abusadas y violentadas; los rostros de los niños que miran con incertidumbre el futuro; los rostros de miles de obreros que han perdido la esperanza; los rostros de las familias destrozadas por la migración y los egoísmos, en fin, miles de rostros que hoy nos hacen presente el rostro doloroso de Jesús. La manifestación de Jesús en este día nos dé valor para descubrirlo, limpiarlo y tratarlo con dignidad en esos rostros deformados.
El rostro resplandeciente nos ayude a llenar de luz, la oscuridad de nuestros caminos. El rostro en comunión con la ley y los profetas nos aliente en nuestra búsqueda de verdadera justicia. Que la Palabra del Padre que resuena en este acontecimiento: “Éste es mi Hijo, muy amado… escúchenlo”, nos lleve a descubrir y a escuchar a Jesús en cada uno de los rostros de nuestros hermanos.
Transfigurarse, transformarse… es el reto de este día. Contemplemos a Jesús acercándose a la hora final. Buscando descubrir el sentido de la cruz, queriendo dar a conocer a sus discípulos el camino de la salvación, un camino que no sigue la senda de los triunfos mundanos, un camino que se aleja del poder y de los lugares de opresión, un camino que se sustenta en el servicio, en la entrega, en una palabra: en la cruz.
¿Dónde encontrar fuerzas para seguir ese camino? La respuesta nos la ofrece esta teofanía, la manifestación de un Jesús más grande que Moisés y que Elías, pero en su misma línea de servidores de Dios. Sin embargo, hay algo muy diferente que es lo que sostiene a Jesús y que hoy se da a conocer de un modo especial en la voz que viene del cielo: “Éste es mi hijo, muy amado”. Es cierto que Moisés y Elías eran reconocidos como los más grandes hombres en la historia de Israel, es cierto que en muchos sentidos fueron figura del mismo Jesús. Pero la Transfiguración nos viene a colocar delante del mismo Jesús, vestido de luz y rodeado de los signos divinos.
Hoy, nos acercamos también hasta la montaña, hoy nos dejamos seducir por la belleza y el esplendor de Jesús, no para vivir en el embelesamiento y la nostalgia de un cielo, sino para descubrir la meta hacia donde nos dirigimos. También para nosotros es la voz y nosotros queremos acogerla y hacerla realidad: mirar a Jesús como el Hijo de Dios, escuchar su palabra e imitar su ejemplo. No somos errantes fugitivos que no conocemos nuestro destino final y que aceptamos el dolor y el reto que nos impone la vida, confiando sólo nuestras propias fuerzas. Sabemos hacia dónde nos dirigimos y hoy lo tenemos a la vista. Jesús es nuestro camino, es nuestra luz y también se hace compañero nuestro en la senda de la vida.
Padre Bueno, que nos pides escuchar a tu amado Hijo, despiértanos de nuestras indiferencias y purifica nuestros ojos para que al contemplar a Cristo glorioso nos comprometamos a descubrir su rostro en cada uno de nuestros hermanos. Amén