Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio de este Domingo 08 de diciembre de 2024.
Génesis 3,9-15.20: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya”
Salmo responsorial 97: “Cantemos al Señor un canto nuevo, pues ha hecho maravillas”
Efesios 1,3-6.11-12: “Dios nos eligió en Cristo, antes de crear el mundo”
San Lucas 1,26-38: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”
La fiesta de la Inmaculada Concepción viene a dar un sentido muy especial al tiempo del Adviento. Retomando el saludo del ángel que pide a María alegrarse porque el Señor está con ella, nos alegramos porque en medio de nosotros ya se siente la presencia del Salvador. En un mundo donde parece reinar la tristeza y la derrota frente al mal, la fiesta de la Inmaculada Concepción viene a asegurarnos que junto al verdadero Adán fue creada la verdadera Eva: María.
Es difícil enfrentar nuestras realidades tan mezcladas de bien y de mal. Es difícil sostenerse en el camino cuando parece que la maldad y la violencia van triunfando. La fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María se asienta en esta realidad de presencia de mal, pero donde prevalece el bien. No podemos ocultar que el mal invade los ámbitos humanos, no podemos negar su presencia en nuestras vidas, pero esta fiesta nos da esperanza y certeza de que el verdadero discípulo de Jesús es capaz de vencer todo mal por medio del triunfo del Señor Resucitado.
Desde la primera lectura encontramos como Eva nos vistió de luto y nos privó de Dios, pero en María, por virtud de la resurrección de Jesús, encontramos nuevos caminos que nos llevan a la paz y que nos ayudan a superar tantos males. Me gusta imaginar a María de una forma sencilla, con todas las ilusiones y limitaciones que pudiera tener una muchachita de su tiempo y de su ambiente. Sencilla, sin los ropajes y los altísimos epítetos que la devoción y la fe cristiana le han puesto. Pero así, en su sencillez, la imagino con una limpieza de corazón y con una paz interior que se manifiestan en las actitudes con que asume sus responsabilidades de madre, de discípula atenta a la Palabra, de testigo de la Vida y de sostén de la incipiente comunidad.
Tal como entendemos el misterio de la Inmaculada Concepción, la Iglesia recoge el pensamiento que se ha mantenido a lo largo de los siglos de que María, “llena de gracia” por Dios, había sido redimida desde su concepción. Este regalo para María es en virtud, como dice San Pablo, de que Dios en Cristo la eligió y nos eligió para que fuéramos santos e irreprochables a sus ojos, por el amor. En María se realizó de una manera muy bella y nos da gusto recordarlo. Pero al mismo tiempo que le cantamos y la alabamos, adquirimos conciencia de nuestra lucha diaria contra todo el mal, asumimos su ejemplo de apertura y disposición a la Palabra y nos comprometemos en la construcción de la comunidad. Sólo en Cristo y su Palabra podremos vencer el pecado.
Es cierto que el pecado se hace presente desde el inicio de la historia de la humanidad, pero también es cierto que no estamos condenados a la derrota y que en Cristo tenemos la esperanza de la victoria sobre el pecado. María es reconocida como la llena de gracia, la llena de favores, pero también nos recuerda que la elección de Dios es siempre un regalo, una gracia, un don que plenifica. Por más grande que sea el regalo de Dios nunca rompe la libertad del hombre ni destruye su auténtico ser. Y ahí está la gran riqueza y también la terrible lucha de cada ser humano: enfrentar su libertad para lograr su plenitud; es capaz de las más grandes generosidades, pero también de las peores atrocidades. Es admirable y terrible el don de la libertad que muchas veces sólo es respetado por Dios.
Pero no debemos temer enfrentarnos en nuestra lucha contra el mal porque igual que a María a cada uno de nosotros nos asegura el ángel: “El Señor está contigo”. El hombre no está solo en su lucha contra el mal, va acompañado en todo momento por Dios, y en estos días recordamos con alegría que se hace presente y visible en su Hijo Jesús, que toma nuestra carne y hace renacer la esperanza. El saludo hecho a María es también válido para cada uno de nosotros porque hemos sido elegidos por Dios y llevamos con nosotros a Jesús resucitado. Cada cristiano es portador de Cristo. Que al alabar a María reconociéndola en su Inmaculada Concepción se reavive en nosotros la decisión llena de esperanza de luchar contra el mal y sabernos capaces de vencerlo en Cristo Jesús. Que esta fiesta reanime nuestra esperanza y nuestros deseos de alcanzar la victoria, no por nuestros méritos, sino gracias a la Resurrección de Jesús. “Tú eres toda hermosa, ¡oh Madre del Salvador! Tú eres de Dios gloria, la obra de su amor”.
Dios, padre de amor y de ternura, concédenos que al contemplar a María llena de gracia, descubramos que hemos sido llamados a participar del triunfo de Jesús sobre el pecado y sobre la muerte. Amén.