Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio de este Domingo 3 de diciembre de 2023, titulado: “Esperamos la manifestación de nuestro Señor Jesucristo”
***
Isaías 63, 16-17.19; 64, 2-7: “Ojalá, Señor, rasgaras los cielos y bajaras”
Salmo 79: “Señor, muéstranos tu misericordia”
I Corintios 1, 3-9: “Esperamos la manifestación de nuestro Señor Jesucristo”
San Marcos 13, 33-37: “Velen, pues no saben a qué hora va a regresar el dueño de la casa”
Con sumo cuidado, con cariño, va limpiando la obra que tiene entre sus manos. Casi no se le puede reconocer, pero es un óleo magnífico que con el paso del tiempo, mucha humedad y un gran descuido, ha perdido su belleza y su nitidez. El humo, la cera y el polvo lo han tenido en un rincón, inadvertido y despreciado. Ahora, la vista penetrante de un conocedor y las manos diestras de un artista, lo hacen recobrar poco a poco su belleza. “Sólo los verdaderos conocedores pueden reconocerlo a través de tanta suciedad y rescatar su belleza. Sólo quien tiene un gran amor por él le puede dedicar tantas horas, quizás más que cuando fue originalmente creado”, me comenta uno de los ayudantes. Restaurar una obra requiere conocimiento, perseverancia y amor.
“Nuestra justicia era como un trapo asqueroso”, dice Isaías y así se siente junto con su pueblo, Israel: como una obra abandonada, un jarro en el olvido, una porquería que todos desechan. Sus palabras son el triste lamento de quien se encuentra en el abandono y sin salida pero por su propia culpa. Si bien, hay un reclamo al alejamiento que siente de Dios, reconoce que es el pueblo quien se ha alejado de los mandamientos y quien ha endurecido el corazón hasta el punto de no temerlo, y en el lamento ante el Señor expresa el dolor de experimentarse en el abandono. Toda esta situación es clara: al olvidarse de Dios se encuentra perdido. No son ajenos estos sentimientos a los sentimientos de nuestro pueblo: nos reconocemos perdidos en un mundo sin sentido, nos angustia la violencia y los crímenes arteros, nos descontrolan los programas que ofrecen felicidad pero que nos dejan vacíos. Emprendemos nuevas campañas ilusionados en nuestras propias fuerzas o en las palabras bonitas de un nuevo líder, para después descubrirnos más vacíos y más llenos de dudas y angustia. ¿Estaremos de verdad perdidos?
¿Son palabras del tiempo de Isaías? ¿Son palabras de nuestro tiempo? Nosotros hemos manejado la justicia a nuestro propio gusto, ponemos las reglas y después las quebrantamos, dejamos en el olvido a la persona y al nombre de Dios y, entonces, la justicia en lugar de dar vida se convierte de verdad en un trapo asqueroso. Así es nuestra justicia que se vende por unos cuantos pesos y se tranza por intereses y componendas, así es nuestra justicia que deja en la inopia a los débiles y defiende a los poderosos. ¿Cuántas personas hay en las cárceles porque el dinero no les alcanzó para la defensa? ¿Cuántas personas corren libremente por la vida protegidos por su dinero, por sus influencias y su poder, aunque hayan cometido verdaderos delitos? Y así en muchas otras situaciones. Por ejemplo es injusto que no se pueda proclamar libremente el evangelio en los lugares públicos, en los medios de comunicación y hasta se tenga que pedir permiso para hacer celebraciones, pero que libremente se pueda manipular la verdad en esos mismos medios, que se presenten programas donde la violencia se vive hasta el hartazgo, donde se presentan a las personas como mercancía, donde se exalta la prepotencia y donde lo único que cuenta son los intereses económicos. Se ha expulsado a Dios de nuestras vidas. Y si nos miramos cada uno de nosotros, nos descubriremos, como dice Isaías, “marchitos como las hojas, y nuestras culpas nos arrebatan como el viento”. Y la razón está en el interior de nuestro corazón: no invocamos el nombre de Dios, nos hemos alejado de sus mandamientos y así quedamos a merced de nuestras culpas. Si no tenemos la referencia de “Él, que nos ha creado”, toda nuestra vida pierde su sentido.
¿Está todo perdido? ¿No podemos hacer nada? Si bien, son duras las palabras de Isaías, es más reconfortante su experiencia de Dios. Parecería que es la primera vez que en todo el Antiguo Testamento se le llama a Dios literalmente Padre y lo hace con una ternura y con una seguridad que son capaces de levantar al más desanimado. Es verdad que es difícil restaurar lo que se ha deformado, es cierto que quedarán huellas del dolor y las heridas, pero también es verdad que estamos en manos del mejor Alfarero, del que nos tiene más cariño, del que nunca desiste a pesar de nuestras obstinaciones, del que una y otra vez toma nuestra arcilla para restaurarnos y asemejarnos nuevamente a Él. San Pablo insiste muchísimo en esta fidelidad de Dios que no cesa de buscarnos y que está a la puerta con cariño para rescatarnos. Nos envía a su Hijo para que pueda restaurar la imagen divina en cada uno de nosotros, para que podamos vivir con dignidad como verdaderas personas e hijos de Dios.
Adviento es el tiempo de la espera y de la esperanza. Si miramos solamente nuestras acciones y nuestras perspectivas, nos sentiremos perdidos, pero estamos en manos de nuestro Padre Dios que nos mira con mucho amor a pesar de nuestros pecados, que envía a su Hijo para salvarnos, que siempre es fiel. ¡No podemos vivir con pesimismo! El tiempo del adviento nos abre a la espera: ya está por venir nuevamente el Salvador; y nos abre también a la esperanza porque Él nos podrá restaurar como verdadera imagen de Dios. Del trapo sucio e inmundo, Jesús rescata la imagen viva de la primera creación. Se hace carne de infante para rehacer en nosotros la imagen divina. Este es el primer domingo de Adviento: despertemos la esperanza y avivemos la espera: “Velen y estén preparados”. Ya llega el Señor Jesús, el único Dueño de la casa, nuestro único Dueño. Dispongámonos para este tiempo tan especial del Adviento, preparemos el corazón para recibir al Mesías. Desperecémonos de nuestras modorras, avivemos nuestra fe en el Dios que es Padre, que es fiel, que nos ama, nos toma en sus manos amorosas de Alfarero y nos restaura. Iniciemos el camino del Adviento, igual que Isaías gritemos: “Señor vuélvete por amor a tus siervos. Rasga los cielos y baja porque necesitamos tu presencia”.
Padre Dios, Padre Bueno, que con entrañable amor nos has formado, ven a rescatar a tus hijos que se pierden por los senderos de injusticia y perversión. Envía a tu Hijo que, compartiendo nuestra vida, restaure en nosotros tu vida divina. Amén.