Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio de este Domingo 28 de abril de 2024, titulado: “El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante”.
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Hechos 9, 26-31: “Les contó cómo había visto al Señor en el camino”
Salmo 21: “Bendito sea el Señor. Aleluya”
I San Juan 3, 18-24: “Éste es su mandamiento: que creamos y que nos amemos”
San Juan 15, 1-8: “El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante”.
La vid o la viña ha sido cantada por todos los profetas haciendo alusión a la imagen preferida para designar a Israel como un pueblo elegido y cuidado amorosamente por Dios. Ahora Jesús cambia todo el sentido al afirmar que Él es la verdadera vid y su Padre el Viñador. Atrás queda ese título como institución o como herencia y ahora depende de la permanecia y unión con Jesús. Así como el sarmiento no tiene vida propia ni puede dar fruto sin la savia, tampoco el discípulo ni la comunidad pueden tener vida si no están intimamente unidos a Jesús, vivificados por su Espíritu. Sin Jesús están abocados a la esterilidad y a la destrucción. Esta es la condición fundamental para que la comunidad y todo discípulo tengan vida y den fruto: “permanecer en Él”.
El Evangelio nos presenta un solemnísimo “Yo soy”. A San Juan le gusta mucho usar estos términos que para los judíos implican una verdadera revelación. “Yo soy” es el nombre de Dios que ellos no osaban pronunciar y reverenciaban mucho, “Yo soy”, dicho así con solemnidad y en tono declarativo parecería, para los judíos, una blasfemia en labios de Jesús, porque está adjudicándose, fuertemente, una prerrogativa divina. Está diciendo que Él es Dios, y además, sin quitar este sentido, al continuar la frase añade un nuevo significado y se presenta como la vid verdadera. Otro de los conceptos más queridos para el pueblo de Israel, pues en sus canciones, en sus salmos y en su oración, siempre aparecía la viña como representación de pueblo amado por el Señor. Cánticos y profecías, ayes y alabanzas, todo el simbolismo campestre para presentar al enamorado, ora buscando a la amada, ora reclamando sus infidelidades y desdenes, pero siempre en una relación amorosa de Dios con su viña, con su pueblo. Y viene Jesús, y desplaza ese orgullo de Israel para decir que Él es la verdadera viña. Es el verdadero amor del Padre, cabeza de un nuevo pueblo universal. El nuevo pueblo que ofrece los dulces frutos que el Amado espera.
El camino pascual nos debe llevar a dar frutos y no solamente a una alegría prolongada y una festividad esplendorosa. Ya en la antigüedad el reproche durísimo del profeta Isaías a la viña del Señor era su esterilidad, dar agraces en lugar de verdaderos frutos. Muchas hojas y nada de frutos. El reclamo del dueño de la vid es que no ha encontrado “la justicia y el derecho” a pesar de los cuidados prodigados. Por eso ahora se presenta Jesús como la nueva y verdadera vid que desde dentro, por su Pascua, encamina a sus discípulos a dar nuevos y mejores frutos. Cada miembro está llamado a producir frutos. El compromiso por la justicia y la fraternidad, aunque a algunos les suene a ideología pasada, es el verdadero compromiso de quien celebra la Pascua.
Podar no es destruir y arrasar. Me duele el sistema de quema que aún actualmente se usa entre muchos campesinos porque acaba arrasando con montañas para producir unas cuantas mazorcas. Podar es cortar pero con cariño y con un objetivo. Se poda para dar energía y vida, para orientar y hacer crecer, para encauzar. Y todos necesitamos una poda, aunque nos duela; hay que quitar lo superfluo o lo que está estorbando; enderezar lo que va chueco; limitar lo que se ha excedido; renovar lo que se ha hecho viejo y obsoleto. Hay tantas cosas adheridas a nuestro corazón que nos cuesta dejar a un lado: el resentimiento, la comodidad, el aburguesamiento, la costumbre, la tibieza. Se necesita renovar para poder dar fruto y el tiempo de Pascua es el tiempo propicio porque nos llena de una nueva esperanza y de una nueva ilusión.
Es curioso contemplar un sarmiento y mirar su aparente inmovilidad. ¡Tiene la vida por dentro! Fluye la savia que recibe impetuosa y la transmite con dinamismo a las hojas y a los frutos. Permanecer no es quedar inmóvil, indiferente o anquilosado. Permanecer no es solamente ocupar un lugar y morirse de aburrimiento. Lo que Jesús pide a sus discípulos es que sean fieles y se mantengan firmes y constantes en la vida que Él les ha comunicado. Sólo así se podrán producir los frutos que de ellos se esperan. Permanecer es respirar el espíritu de Jesús, continuar su dinamismo y que su savia fluya por todo nuestro ser. Permanecer es recibir toda la experiencia de Jesús y no dejarla ahogar en nuestro egoísmo sino transmitirla con entusiasmo. Permanecer en Jesús es ir asimilando sus criterios y transformarlos en energía que mueva nuestro mundo. Permanecer es todo menos quedarse inmóvil e impasible. El verdadero sarmiento lleva la vida por dentro porque la recibe de Jesús y la transmite a pesar de los problemas y dificultades. Permanecer es cada día experimentar el amor de Jesús y continuar el proceso de transformación conforme a sus criterios.
¿Permanecemos en Jesús con esta vitalidad o solamente ocupamos un lugar? ¿Nos dejamos podar, recortar conforme a los designios del Padre, encauzar hacia sus planes o nos aferramos a nuestros propios proyectos? ¿Qué frutos estamos dando: compromiso, justicia, alegría; o apariencias, privilegios y egoísmos?
Padre Bueno, viñador amoroso, que haces fluir tu Espíritu en nuestro interior para que formemos, unidos a Cristo, la única y verdadera vid, concédenos la disponibilidad para cortar lo que estorbe a la fraternidad, el dinamismo que haga crecer y la vitalidad para producir frutos de justicia y de paz. Amén.