Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio de este Domingo 7 de julio de 2024, titulado: “El Profeta”.
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Ezequiel 2, 2-5: “Esta raza rebelde sabrá que hay un profeta en medio de ellos”
Salmo 122: “Ten piedad de nosotros, ten piedad”
II Corintios 12, 7-10: “Me glorío de mis debilidades, para que se manifieste en mí el poder de Cristo”
San Marcos 6, 1-6: “Todos honran a un profeta, menos los de su tierra”
El profeta tiene la misión del hablar al pueblo en nombre de Dios. Viviendo sus mismas necesidades y angustias descubre en ellas la mano providente de Dios, reclama cuando el pueblo se aleja y recuerda la fidelidad al Dios de la Alianza. Pero con frecuencia al no ser escuchado, viene el pesimismo y llega la tentación de cuestionarse sobre la propia vocación. Hoy los tres textos de la liturgia nos colocan frente a esta ardua misión del profeta, cuestionada, ignorada y con oposición. A Ezequiel el Señor lo confirma en su misión: “Esta raza rebelde sabrá que hay un profeta en medio de ellos”. Pablo tiene que gloriarse de sus propias debilidades y el mismo Jesús es rechazado ya no sólo por los escribas, fariseos y autoridades, sino también por el pueblo sencillo y llano que lo ha visto crecer. Así, quien dice y defiende la verdad es atacado y cuestionado pero no puede callarse tiene la misión: ser profeta.
Con mucha frecuencia el evangelio nos presenta a Jesús rodeado de multitudes, aclamado y reconocido. Las “multitudes”, compuestas en su mayoría por gentes sencillas, ignorantes, pobres y necesitados, perciben esa fuerza y esa sabiduría que brotan de los labios de Jesús. Reconocen que la sabiduría y los milagros son presencia del Reino de Dios. Así, Jesús reconocido y aceptado, va sembrando su palabra. Pero no todo es miel, su palabra también es contradicción, su palabra cuestiona, su palabra descubre y desnuda las ambiciones de los corazones. Entonces es rechazada y provoca persecución. Cuando Jesús hace el milagro y se manifiesta poderoso es fácil aceptarlo. Cuando sus palabras cuestionan y desestabilizan, cuando van en contra de posiciones y privilegios, cuando desenmascaran y exigen verdad, entonces son rechazadas. Pero también, hoy se nos presenta otro rostro de Jesús, el rostro humilde, sencillo, conocido, el rostro del carpintero, del hombre de todos los días y entonces… puede pasar desapercibido.
En Nazaret conocen todo de Jesús: su particular historia familiar, su apariencia corporal, sus cabellos, sus ojos, su modo de caminar, sus costumbres y aficiones, muchos de sus episodios infantiles. Nada habían descubierto de particular en este joven que ahora se presenta en la sinagoga y que todos le reconocen autoridad y sabiduría. ¿Cómo aceptarlo si siempre lo habían visto como uno más de la pequeña población? ¿Cómo reconocer un profeta en quien está catalogado como un simple artesano, perteneciente a una familia como todas? ¿Cómo es posible reconocer a Dios en un individuo tan familiar, tan vecino, tan ordinario? Un Dios tan cercano, tan próximo y tan a la mano, es difícil de reconocer. Tan encarnado, tan “humano”, se ha vuelto el Mesías que la carne lo oculta y dificulta aceptarlo. Solamente la fe puede ayudar a descubrirlo, pero la fe es lo que falta en Nazaret y así Jesús permanece bloqueado en su actividad milagrosa a favor de los necesitados.
Indudablemente que a Jesús le duelen estas desconfianzas y el recibimiento hostil y agresivo de los suyos. Se nota en su reproche adolorido al citar el proverbio respecto a la aceptación del profeta. Se encuentra con una mentalidad estrecha, con la mezquindad y los prejuicios. Le duele la incredulidad de los más cercanos, sin embargo no se llena de amargura, sino que rompe aquel estrecho círculo y lanza su mensaje mucho más allá: “Luego se fue a enseñar en los pueblos vecinos”. La palabra con frecuencia es rechazada cuando no se acomoda a los caprichos y costumbres de ciertos esquemas. Da temor cuando abre nuevas perspectivas y parece insolente anunciar una nueva forma de vivir y ser. Pero el profeta no busca la aceptación y el aplauso de un público al que tiene que agradarle. Él es fiel a una inspiración originaria, busca abrir caminos nuevos, donde el Reino de Dios pueda instaurarse, donde la voluntad del Padre sea la norma, donde el amor y el servicio suplan todos los mandatos, donde lo más importante sea el hombre y no las apariencias.
Cuando escucho que el evangelio ha quedado en el pasado y se le mira como algo anquilosado, me vienen a la mente muchas preguntas. Puede ser que sea rechazado porque nos está cuestionando en profundidad y no somos capaces de una verdadera conversión. Quisiéramos un evangelio que solamente nos consuele y nos apapache, pero no un evangelio que nos exija cambio, coherencia y fidelidad. No un evangelio que desestabilice las estructuras de injusticia y privilegios en los que se ha asentado nuestra sociedad. Se torna un evangelio revolucionario y peligroso que es rechazado e ignorado. Entonces serían para nosotros las palabras de Ezequiel: “Un pueblo rebelde… testarudos y obstinados…” Y habrá que seguir proclamando valientemente el evangelio. Habrá que ser fieles a nuestra misión de profetas. Pero también me pregunto si el rechazo que sufre el Evangelio no brota de la incoherencia y falta de honestidad de quienes deberíamos predicarlo. Cuando nuestra proclamación se hace con reglones demasiado torcidos para ser leídos, cuando no va respaldada por una vida y una opción radical, sino que se diluye en palabras que no van sostenidas por las acciones, entonces el evangelio no es creíble.
Hay una tercera posibilidad. A veces queremos una predicación que vaya adornada y sostenida por milagros y fuegos artificiales, por ruido y aspavientos. En cambio Cristo se presentó encarnado, humilde, con un trabajo sencillo, como parte de una familia sencilla… y desde ahí, desde su pobreza y apariencia ordinaria, predica, acompaña, sostiene, en silencio, en la oscuridad. Aparece el Evangelio en ropas sencillas, y entonces es difícil reconocerlo aun para los de casa. Muchas preguntas me deja la palabra de Dios en este domingo, como discípulo y seguidor de Jesús: ¿Cómo es mi fidelidad al evangelio, cómo mi fidelidad al estilo de Jesús y cómo mi fe y perseverancia para seguirlo predicando?
Dios nuestro, que por medio de la vida escondida de tu Hijo, nos has manifestado la riqueza de tu Reino, concédenos ser fieles a sus enseñanzas y ejemplos y mantenernos constantes en la escucha y predicación de su Palabra. Amén.