Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio de este
Domingo 11 de agosto de 2024, titulado: “El escándalo del pan”.
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I Reyes 19, 4-8: “Con la fuerza de aquel alimento, caminó hasta el monte de Dios”.
Salmo 33: “Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor”.
Efesios 4, 30-5,2: “Vivan amando como Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros”.
San Juan 6, 41-51: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”
Las palabras de Elías sintiendo la debilidad y el fracaso, son palabras repetidas hasta la saciedad por los hombres de nuestro tiempo: “Quítame la vida, pues no valgo más que mis padres”. Pero, cuando el hombre reconoce su pequeñez, interviene la fuerza de Dios. Con el pan y con el agua, símbolos del antiguo éxodo, dados gratuitamente en la extrema necesidad, Elías retoma su camino hasta el monte de Dios. Un poco pan ha dado nuevo sentido a su vida.
Cuando Cristo proclama: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”, suscita muchas controversias y la murmuración de los dirigentes del pueblo. No es lo que esperan de un Mesías y su propuesta de vida no coincide con las expectativas tan largamente esperadas. Que se presente ahora como el “pan” y que se diga “bajado del cielo” causa escándalo y para ellos no tiene explicación. Lo conocen desde su infancia, saben quiénes son sus padres y miran sólo su dimensión humana. No tiene ninguna relación con las promesas del Padre y con su proyecto de justicia revelado desde antiguo. Sin embargo, en esta autopresentación Jesús se nos manifiesta como la respuesta a las necesidades y esperanzas del ser humano y la única condición que impone es la fe. Seguir a Jesús y creer en él, es tener vida eterna desde ahora. Jesús es el pan de esa vida, la alimenta con su testimonio, con su enseñanza y con la entrega de su existencia. San Juan utiliza esta figura del escándalo y del no poder ver más allá de la dimensión humana de Jesús, para dar a conocer la misión que encierra la persona y la obra del Maestro. La humanidad de Jesús se presenta como fuente de fe y como fuente de vida para su pueblo.
Nosotros hemos hecho consistir la felicidad y la vida digna en cosas externas, como si los bienes y las apariencias pudieran llenar y satisfacer nuestros deseos de eternidad e inmortalidad. Cristo se presenta como el pan, muy concreto, en una realidad que choca a sus paisanos; pero además, proclama que da vida eterna porque nos lanza a mirar más allá, en lo profundo del corazón. La humanidad de Jesús nos debe llevar a valorar el hambre y la sed concretas e históricas en el camino de la vida. No puede haber vida digna cuando se muere de hambre y se sufren las consecuencias y enfermedades de la pobreza y la miseria. Pero no podemos conformarnos con llenar el estómago y dejar vacío el espíritu. Jesús propone asumir el paso de la vida humana con un total compromiso. El alimento, que es indispensable para vivir, es utilizado como metáfora para hacer ver que más allá de la dimensión humana de cada persona hay otra dimensión que requiere también ser alimentada. El ser humano, llamado a trascenderse a sí mismo, tiene que esforzarse también continuamente para que su ciclo de vida no se quede sólo en lo material. Conocer a Jesús, creer en él, es asumir su misma propuesta de una vida digna e íntegra para cada hombre y para todos los hombres.
Creer en Jesús es asumirlo como el pan diario, partido y compartido. Seguirlo es creer que, roto, puede dar unidad e integración a toda persona. Ser su discípulo es creer que hecho migaja se convierte en banquete de pobres y mendigos. El escándalo del pan, que causa murmuración de los judíos, es este Jesús que nos dice que compartiendo se puede saciar el hambre de todos, que amando se puede construir un mundo de fraternidad y que estamos llamados a vivir una vida en plenitud. El escándalo del pan, propuesto por Jesús, es una fuerte recriminación a las situaciones de miseria y hambruna que viven nuestros hermanos mientras unos pocos se atiborran de manjares; es el grito angustioso de los pequeños triturados por un sistema injusto; es el silencio de quien ya no tiene ni ilusión ni esperanza en una vida digna. Hoy Jesús no invita a creer en él y en la posibilidad de vivir conforme a su reino. La incredulidad es una tentación siempre presente y que empieza a echar raíces cuando organizamos nuestra existencia a espaldas de Dios. Cuando lo dejamos arrinconado y en silencio. No es que Dios no hable, es que llenos de ruido, ambiciones, posesiones y autosuficiencia, ahogamos su voz y no queremos percibir su presencia en medio de nosotros.
En un mundo de violencia y de muerte, se nos presenta hoy Jesús como la fuerza salvadora que puede darnos vida. La vida eterna que promete Jesús no podemos entenderla solamente como “para el cielo”, sino que se nos da a entender una vida que inicia aquí, por la que debemos luchar, y que no terminará con la muerte. Se trata de una vida en profundidad, de calidad nueva; una vida que no puede acabar por una enfermedad o un mal acontecimiento; una vida plena que va más allá de nosotros mismos, porque ya es una participación de la misma vida de Dios. Contemplemos por un momento nuestro pan y alimento diario, mirémoslo como lo miraría Jesús y pensemos a qué nos invita Jesús, ¿podemos tragar el alimento sin acordarnos de nuestros hermanos? ¿Somos capaces de alimentarnos del mismo Pan de Vida y después dar la espalda a quien tiene necesidad? ¿Qué podemos hacer para construir en nuestros hogares, en nuestras parroquias, en nuestras comunidades, estructuras más justas que propicien que todos tengamos una mesa común y una vida digna?
Padre Bueno, haz arder los nuestros corazones en una adhesión a tu Hijo, pan bajado del cielo, que nos lleve a fortalecer la vida verdadera y nos comprometa a compartir el banquete de tu Reino con todos nuestros hermanos. Amén.