Reflexión de Mons. Enrique Díaz: “Demos gracias al Señor por sus bondades”

XII Domingo Ordinario

Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio de este Domingo 23 de junio de 2024, titulado: “Demos gracias al Señor por sus bondades”.

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Job 38, 1. 8-11: “Aquí se romperá la arrogancia de tus olas”.

Salmo 106: “Demos gracias al Señor por sus bondades”

II Corintios 5, 14-17: “Ya todo es nuevo”

San Marcos 4, 35-41: “¿Quién es éste, a quien el viento y el mar obedecen?”

¿Cómo no recordar la homilía del Papa sobre este texto cuando estábamos hundidos en el miedo y la desesperación por la pandemia? Nos decía: “Al atardecer. Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos”, también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos”. Reconocía el Papa la situación extremadamente difícil y sin embargo nos  lanzaba a fortalecer nuestra fe y la seguridad en que con Jesús podemos remar juntos a pesar de las tormentas y de las inseguridades.


El miedo es una experiencia de nuestra vida humana que todos nosotros en mayor o menor escala hemos sentido. Nos hace tomar conciencia de ser criaturas frágiles y amenazadas de muchas maneras. Al miedo es muy fácil confundirlo con el instinto de conservación que nos lleva a proteger nuestra propia vida frente a los peligros que el medio nos presenta. Hay miedos en cada época y en cada edad, hay miedos razonables que nos ayudan a superarnos, pero hay miedos que paralizan y entorpecen, que provocan accidentes o dejan que sucedan las cosas desagradables. Hay miedo a la vida, a arriesgarse, a lanzarse al compromiso. Hay miedo a dejar las seguridades y después nos queda la duda: “Si me hubiera arriesgado…” El evangelio de este día hace una distinción muy especial entre el miedo y la fe o confianza en Jesús.

Se inicia este pasaje con la intención de Jesús de cruzar el lago de Genesaret para ir a la otra orilla, es decir, ir hacia el espacio dominado por las fuerzas malignas según la mentalidad judía. La principal oposición la encuentran en la tormenta que les impide seguir adelante y amenaza con hundirlos en las aguas. El mar es considerado por los israelitas de este tiempo no solamente con sus peligros naturales, de un lago con fuertes y violentas tormentas, diferentes a las del mar abierto pero capaces de volcar las frágiles barcazas; sino que el mar es considerado también como símbolo de todas las fuerzas oscuras, de lo desconocido, de lo que traga y doblega. Entonces produce mucho más miedo que el que pueden superar unos experimentados pescadores. Pasar a la otra orilla con Jesús, implica dejar la orilla de las seguridades y de la tranquilidad, anunciar su Reino, seguir sus  huellas. Dejar comodidades, confort y bienestar. Es arriesgarse, aventurarse a buscar un mundo diferente. Y esto nos causa miedo, miedo al fracaso, miedo al dolor y al sufrimiento. Pero ahí está la invitación de Jesús: “Vamos a la otra orilla”.

 Seguir a Jesús es aventurarse en un mundo nuevo, cierto, lleno de peligros, pero siempre en su presencia. Hoy podemos poner delante de Jesús todos nuestros miedos, incluidos aquellos que nos resulta humillante reconocer: nuestro miedo a la verdad, al fracaso, a lo desconocido, a los sentimientos, al cambio. Jesús, el aparentemente dormido, sabe de nuestros miedos y limitaciones y aún así nos invita a seguirlo y nos hace partícipes de su aventura. Nos da miedo la verdadera pobreza, el hambre, el ridículo y tantas otras cosas que nos atan y nos mantienen inactivos. La pregunta de Jesús, después de apaciguada la tormenta a sus discípulos, va también para nosotros: “¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?” Jesús pide confianza absoluta en Él. No tanto en su poder, ya que no ha venido a ejercer poder. Quien cree en Él participa de su experiencia de amor, de pobreza, de perdón y de entrega. Éste es quien vence a las fuerzas que parecían invencibles del pecado, del egoísmo y de la muerte.

Ser discípulo de Jesús implica embarcarse con Él en la misma aventura, romper las amarras, a pesar de nuestros miedos y emprender la travesía con Jesús a bordo. Estar bien conscientes de quién está a nuestro lado y seguir navegando para que podamos llegar a la otra orilla. Tenemos que reflexionar y descubrir la raíz de nuestros miedos, sobre todo aquellos que nos mantienen inactivos e indiferentes ante los  problemas de los hermanos. Aquellos miedos que nos han impedido arriesgarnos en la construcción del Reino, las amarras que nos atan y nos dejan anclados en la orilla. Debemos romper las amenazas que están destruyendo la comunidad: la injusticia, la violencia y la corrupción. Con Cristo venceremos la tentación de caer en el pesimismo y de abandonarnos a los vientos de la resignación. Debemos dar rumbo a la barca de nuestra Iglesia y de nuestras comunidades. También para nosotros hoy Jesús se hace presente. Sólo sabiendo que estamos en la misma barca y remamos todos juntos con Jesús podremos reconstruir la esperanza.

¿A qué le tenemos miedo? ¿Son razonables nuestros miedos? ¿Qué hemos dejado de hacer por miedo y después nos hemos arrepentido? ¿Qué nos dicen las palabras de Jesús en estos días, en nuestros tiempos y circunstancias? ¿Cómo podemos fortalecer nuestra esperanza?

Padre Bueno, concédenos descubrir a Jesús remando con nosotros para vencer nuestros miedos, fortalecer nuestras comunidades y vivir nuestra esperanza