Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio de este Domingo 24 de noviembre, de 2024.
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Daniel 7, 13-14: “Su poder es eterno”
Salmo 92: “Señor, tú eres nuestro rey”
Apocalipsis 1, 5-8: “El soberano de los reyes de la tierra ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre”
San Juan 18, 33-37: “Tú lo has dicho. Soy rey”
En el último domingo del año celebramos una fiesta que da sentido y culmen a todo este tiempo: Cristo Rey. Pero ¿de qué rey se trata? Juan parece darnos la respuesta. El relato del proceso de Jesús ante Pilato tiene un gran relieve en el evangelio de Juan. La reflexión sobre la realeza está presente en todo el episodio hasta llegar a la declaración de Pilato a los judíos: “¡Aquí tienen a su rey!” que junto a la declaración de que es “Hijo de Dios”, son las dos causas que se aducen para su condena. De hecho, se confrontan dos estilos de realeza: por una parte, la político/militar que sostiene la ideología del imperio romano, y por otra, la realeza que los judíos esperaban como venida de un mesías que debería liberarlos del yugo. Jesús no se puede adaptar a ninguna de las dos. La fiesta de Cristo Rey nos ofrece un concepto de realeza muy diferente a lo que esperaríamos humanamente. La realeza de Jesús, como aparece en este texto, es de otra forma, a tal grado que, aunque es el condenado y golpeado, sigue apareciendo como el verdadero rey frente a la caricatura de poder que ofrece Pilato.
Entre las ambiciones que más ciegan el corazón de la persona está el poder. El poder que dispone de bienes y personas, la autoridad que debe ser obedecida, el ser tomado siempre en cuenta, es uno de esos virus que ataca y deforma a las personas. Hace que se olvide de los lazos de fraternidad y solidaridad con los hermanos y se asume como un privilegio para buscar los propios beneficios sin importar el pueblo. De hecho, sufrimos con frecuencia los mandatos despóticos de personas que antes se mostraban amables, interesadas y humanas. Se hace realidad aquella parábola bíblica (Jueces 9, 7s) cuando los árboles querían elegirse un rey; ninguno de ellos aceptaba para no perder su posibilidad de dar frutos y solamente lo acepta la zarza, pero al abrazarlos a todos con sus ramas, los pincha y los lastima. El poder se encarama sobre el pueblo que sufre y que padece hambre. Un pueblo que además de todas las calamidades propias, tiene que ir cargando con una estructura autoritaria que, como parásito, acaba chupando al que ya no aguanta más. La autoridad está para dar y proteger la vida, está para ayudar y buscar justicia. Entonces será una verdadera autoridad.
Cuando Cristo afirma: “mi reino no es de este mundo”, algunos erróneamente han considerado como si estuviera diciendo que a él no le interesa el bienestar de los necesitados y solamente se situara en el ámbito espiritual. Pero Jesús mismo continúa con su aclaración: “Si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no cayera yo en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de aquí”. Es decir, no actuará al estilo de este mundo que se rige por la fuerza y la violencia. Para Juan, “mundo” con frecuencia no tiene el sentido de “naturaleza”, sino designa las fuerzas del mal y del pecado. Así nos expresa que no ha venido a dominar ni infundir terror, sino a servir a la verdad y a la justicia. No se desconecta de todo compromiso con el orden temporal. Muy al contrario, Jesús se empeña apasionadamente por la justicia y quiso cambiar el mundo.
Jesús aparece como un rey justo. Justicia en la Biblia implica mucho más que derecho y misericordia: es el atributo fundamental de Dios. Justicia es comprometerse por los que no tienen protección, es proteger y salvar su vida, es luchar contra todo desorden. Es intervenir de forma activa y tomar iniciativas a favor de la convivencia en la que todos vivan en paz. La justicia debe velar porque el derecho haga posible una existencia digna para todos los hombres. Jesús entregó su vida por la justicia y el letrero de la cruz declara la causa de su muerte: “Jesús Nazareno Rey de los judíos”. Pero un rey que va más allá, hasta dar la vida por su pueblo. Jesús mismo afirma que es rey y que esa es su vocación. Pero es el rey de la justicia y de la verdad, el rey de la paz y del amor.
Hoy que sentimos que las estructuras nacionales y mundiales tiemblan y están a punto de caerse, convendría que miráramos a Jesús y el reino que él nos propone. Él nos da el verdadero sentido del reinado y del servicio. A Jesús se le enternecía el corazón frente a las ovejas descarriadas que sufrían el hambre y se comprometía en serio con ellas aunque fuera perseguido y criticado. Hoy sus verdaderos discípulos no pueden hacerse desentendidos y pasar de lado ante tantas formas de opresión y sufrimiento. No debemos habituarnos a los pecados globales que son un reto y un desafío: las catástrofes del medio ambiente y el hambre, la pobreza, las guerras y la miseria de los migrantes, los niños que no tienen acceso a la salud y a la educación, las mujeres maltratadas, las epidemias y tantas otras formas de dolor. El verdadero discípulo, al igual que Jesús, dejará enternecer su corazón, se unirá al que vive en el dolor y se comprometerá en serio en la construcción de un “reino mejor”. La oración, la mirada atenta a las necesidades y el servicio fraternal, serán las señales de un discípulo de este Rey que quiere construir su reinado de justicia y de paz. ¿Qué estamos haciendo? ¿A qué nos compromete nuestro seguimiento de Cristo Rey?
Dios todopoderoso y eterno, que quisiste fundar todas las cosas en tu Hijo muy amado, Rey del universo, haz que toda creatura, liberada de la esclavitud, sirva a tu majestad y te alabe eternamente. Amén.