Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio de este Domingo 17 de marzo de 2024, titulado: “Crea en mí, Señor, un corazón puro”
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Jeremías 31, 31-34: “Pondré mi ley en su mente y la grabaré en lo profundo de su corazón”
Salmo 50: “Crea en mí, Señor, un corazón puro”
Hebreos 5, 7-9: “Aprendió a obedecer y se convirtió en autor de salvación eterna”
San Juan 12, 20-33: “Si el grano de trigo sembrado en tierra muere, producirá mucho fruto”
¿Cuándo adquiere más sentido nuestra vida? Hay quien está dispuesto a dar su vida por un puñado de monedas; hay quien está dispuesto a ofrendar su persona por un poco de gloria; pero también hay quien está dispuesto a darse todo para que los demás tengan vida y vida en abundancia. Donde parece que hay fracaso brota la vida. Este domingo nos coloca frente a esa fuerte contradicción que nos ofrece Jesús: para tener vida hay que entregarla plenamente, voluntariamente… amorosamente.
Es impresionante la expresión que presenta san Juan al manifestarnos lo que significa para Jesús aceptar la voluntad del Padre. Y no es que Dios Padre sea un dios vengador que busque el sufrimiento de sus hijos, como alguien nos lo ha querido hacer creer, como si necesitara sangre, dolor y muerte para perdonar nuestros pecados. Pero Cristo no es el Mesías del poder, de la guerra y la venganza, sino el Mesías de la entrega, del amor y del perdón. Es humano sentir miedo ante el dolor y ante la muerte y Jesús pasa por esta experiencia, de ahí su expresión, “Ahora que tengo miedo”, nos manifiesta su angustia que lo hace exclamar su petición al Padre: “Padre, líbrame de esta hora”, que le pidió “a gritos y con lágrimas”. Pero la supera por la fuerza que le da el Padre y por su decisión de amar hasta el extremo. Sabe que así, con esa libertad, podrá ser juzgado y arrojado el príncipe de este mundo. Su “hora” es hora de Dios, para esta hora ha venido. Es el momento del Padre que Jesús hace suyo y hacia el que dirige toda su actividad. El significado de su hora, no es sólo de la muerte, sino también de su gloria y su triunfo. Ahí, en ese hecho que parece sólo un fracaso, se manifiesta la gloria de este Hombre, y, a través de él, la gloria del Padre. Jesús hace coincidir su hora con la hora del Padre.
Nosotros dividimos nuestra vida y nuestro tiempo y nos escudamos pensando que hay momentos oportunos para vivir en el horizonte de Dios y de su plan, y otros para darnos “gusto” viviendo al estilo del mundo. Pero hoy nos enseña Jesús que cada momento es un momento especial de gracia y que hay que vivirlo a plenitud, que hay que llenarlo con todo nuestro trabajo, nuestra entrega y nuestro corazón. No se pueden dejar “tiempos perdidos”, vacíos y huecos. Tenemos que vivir con un dinamismo de entrega total, aceptando un camino de pasión para defender y dar la vida como lo hizo Jesús. Nadie debe desperdiciar absurdamente su vida, dejando las cosas en manos de los demás; nadie tiene derecho a dejar que su historia se escurra en la indiferencia. Su tiempo es también tiempo de Dios y así lo debe llenar de sentido. No podemos olvidar que nuestra vida tiene sentido cuando manifiesta la gloria de Dios, y que la gloria de Dios es que el hombre (todo hombre, mujer, niño, pobre) tenga vida.
Sí, todos estamos de acuerdo en que queremos dar vida, pero no todos estamos de acuerdo que se necesita morir como el grano de trigo para poder ser fértil. Todos queremos iluminar, pero la vela para dar luz tiene que desgastarse e irse terminando poco a poco, y muchos le tenemos miedo al desgaste y sufrimiento. Todos queremos darle sentido y sabor a la vida de los demás, pero la sal para dar sabor tiene que deshacerse y volverse nada para penetrar en todo. Si se queda enconchada en si misma acaba por “salar” y descomponer el alimento. Todos queremos parecernos a Jesús, pero no siempre estamos dispuestos a seguirlo y a servir como él nos enseña. Sólo hay un forma de dar fruto, de ser luz y de dar sabor: la entrega plena y sin condiciones. Pero nosotros le tenemos miedo al sacrificio y al esfuerzo. Nuestro mundo nos engaña haciéndonos esperar frutos fáciles, luces artificiales y sabores engañosos. Nos hemos creído lo que el mercado ofrece: la felicidad barata e individualista. Pero no es el camino de Jesús ni el verdadero camino del hombre. Esta actitud busca la felicidad de unos cuantos y para un breve tiempo. La verdadera felicidad va mucho más allá de la comodinería, se encuentra en la donación plena de nuestro tiempo y de nuestro corazón. Es hacer coincidir nuestra hora, nuestra intención y nuestros deseos con los deseos del Padre al mismo estilo de Jesús.
Hoy nos encontramos con la lección fundamental de Jesús y de su seguimiento: el amor oblativo del que se da a si mismo, hasta perderse, es la forma de alcanzar la plena felicidad. Las aparentes contradicciones de este evangelio nos llevan a reflexionar profundamente: ganar para perder, entregar para conservar, morir para vivir, ponen muy claro cual es el verdadero valor de un hombre y de un cristiano. Es el tiempo y los intereses del mundo opuestos a los intereses y al tiempo de Dios. ¿A qué debemos morir, qué debemos entregar, qué necesitamos perder para hacer de nuestra hora, una hora de gracia, una hora de Dios?
Nos acercamos ya a la Semana Santa, será común ver las representaciones y los vía crucis en nuestros pueblos, pero nosotros, ¿cómo vamos a acompañar a Jesús? ¿Estamos dispuestos a cargar su cruz? ¿Podemos ser grano que muere para dar vida, sal que se disuelve para dar sabor, candela que se deshace para dar luz? ¿Preferimos nuestra comodidad y nuestro egoísmo? ¿Cómo seguimos y acompañamos a Jesús?
Ven, Señor, en nuestra ayuda, para que podamos vivir y actuar siempre con aquel amor que impulsó a tu Hijo a entregarse por nosotros, que aprendamos de él a ser semilla, sal y luz. Amén.