Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio de este domingo 9 de febrero de 2025, titulado: “Confiado en tu palabra”
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Isaías 6, 1-2. 3-8: “Aquí estoy, Señor, envíame”
Salmo 137: “Cuando te invocamos, Señor, nos escuchaste”
I Corintios 15, 1-11: “Esto es lo que hemos predicado y lo que ustedes han creído”
San Lucas 5, 1-11: “Dejándolo todo, lo siguieron”
Hay quien frente a las crisis se siente perdido y opta por la huida, por el conformismo o por la apatía. Hay quien se hace fuerte y, reconociéndose débil, adquiere fuerza no de su propia debilidad, sino de la gran misericordia que Dios nos tiene y del amor incondicional e infinito que Jesús ha mostrado por cada uno de nosotros. Las tres lecturas de este día nos hablan de llamada, de vocación, de invitación a la construcción de un mundo nuevo. Y las tres remarcan que toda llamada de Dios es gratuita, es un don que Dios ha dado sin merecimiento nuestro: a Isaías le llama para que sea el cantor de su misericordia, su justicia y su gloria; a Pablo lo sorprende enviándolo a llevar el Evangelio por nuevos rumbos nunca imaginados; y a Pedro le cambia el rumbo de su barca y lo convierte en pescador de hombres.
San Lucas nos cuenta esta experiencia profunda de los discípulos que han tenido un encuentro y una llamada tan fuerte que les trastoca la vida por completo. Es impactante la presencia de Jesús en la vida de sus nuevos compañeros. Se nota sobre todo en las palabras de Pedro: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!”, o en la expresión que retrata a todos los discípulos: “Estaban llenos de asombro”, y también las consecuencias drásticas de este encuentro: “dejándolo todo, lo siguieron”. Quizás lo narrado por San Lucas nos parezca tan extraordinario que pensemos que realmente debió suceder durante un periodo largo de tiempo que les permitió conocer más a Jesús y profundizar más toda esta experiencia. Es cierto, pero tenemos que darnos cuenta de que en la vida de las personas, casi siempre, hay un hecho, un acontecimiento, que impacta el interior y del que arranca un cambio profundo. Hoy San Lucas nos lo muestra en la vida de los discípulos.
Toda la liturgia nos centra en un solo tema: la vocación, pues las tres lecturas proponen un llamado que transforma. Con frecuencia cuando decimos “vocación”, lo hemos centrado en el plano de la vida religiosa y sacerdotal, pero el llamado de Dios tiene un horizonte mucho más amplio. La llamada es una propuesta de Dios a todo hombre y a toda mujer y espera una respuesta sincera de cada uno. Las formas serán muy diversas, pero el que llama y la finalidad para la cual nos llama serán únicos: participar y hacer participar de la vida plena a todos los hombres. La tarea es enorme pero también la ilusión y el amor que nos impulsan serán grandes. Entre el llamado y la misión siempre aparece la respuesta libre del hombre que se adhiere a este proyecto. Así, Isaías, después de haber sido tocado en sus labios y en su corazón, responde con valentía: “Aquí estoy, Señor, envíame”.
Así también se nos presenta San Pablo, que, aunque se considera como un aborto e indigno de llamarse apóstol, se entrega por completo a su vocación de ser testigo de Jesús. Y hoy cada uno de nosotros también recibe esa invitación a participar del sueño de Jesús. Es un fuerte llamado, urgente llamado, ante una sociedad que tiembla y se estremece, que se desalienta porque ha equivocado sus esfuerzos en medio de la noche y ya no tiene arrestos ni la ilusión que la impulse a intentarlo de nuevo. Los que tienen su seguridad prefieren no abandonar la orilla. No están dispuestos a arriesgarse confiando en la palabra de Jesús, prefieren sus seguridades, su riqueza y su comodidad.
Nuestra humanidad se encuentra en la cuerda floja. Da la impresión que basta un pequeño detonante para que todo se venga abajo y, lo más triste, se percibe un sentimiento de impotencia y pesimismo que induce a la indiferencia y al fatalismo. Ante los fracasos de las propuestas económicas y sociales, no se encuentran caminos que ayuden a construir un mundo mejor. Claro, todo se ha basado en la economía, en el comercio, en la ambición. Cristo hoy propone una nueva solución: las personas. No partir del dinero, ni del poder, ni de la ambición, sino partir de lo esencial: el valor y la dignidad de las personas y de la comunidad. Ser pescador de hombres hoy, significa participar en todas las empresas que quieren evitar su perdición y destrucción. Ser pescador de hombres compromete en la búsqueda de una mayor igualdad, de una paz más estable, de un cambio total de los valores que mueven la sociedad. Ser pescador de hombres es construir con los pequeños un nuevo mundo. Jamás podremos decirnos discípulos de Jesús si permanecemos fuera o indiferentes ante estos movimientos de salvación y liberación. No seremos sus seguidores, si nos contentamos con trabajar un poco por las mañanas. Necesitamos fatigarnos toda la noche y después de haber fracasado una y otra vez tener los ánimos y la esperanza suficientes para remar mar adentro y lanzar nuevamente las redes. La única forma de manifestar el amor de Dios es compartiendo este amor con todas las personas. Sí, también hoy nosotros como Pedro necesitamos sacudirnos nuestras ataduras y lanzar nuevamente nuestra red “confiando sólo en su palabra”
¿Cómo hemos sentido el llamado de Jesús? ¿Cuáles son los fracasos que nos atan y limitan para construir una nueva sociedad? ¿A qué le tenemos miedo? ¿Qué significa para nosotros en estos días ser “pescadores de hombres”? ¿Cuánto confiamos en la Palabra de Jesús?
Señor, que tu amor incansable cuide y proteja siempre a estos hijos tuyos, que han puesto en tu Palabra toda su esperanza. Que el fracaso no nos lleve nunca a dejar de luchar y que la Resurrección de tu Hijo sea el ejemplo y el modelo de toda nuestra vida. Amén.