Reflexión de Mons. Enrique Díaz: Caminantes sin amarras

XV Domingo Ordinario

Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio de este Domingo 14 de julio de 2024, titulado: “Caminantes sin amarras”.

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Amós 7, 12-15: “Ve y profetiza a mi pueblo”

Salmo 84: “Muéstranos, Señor, tu misericordia”

Efesios 1, 3-14: “Dios nos eligió en Cristo antes de crear el mundo”

San Marcos 6, 7-13: “Envió a los discípulos de dos en dos”


¿Cómo ser apóstol del Jesús? Jesús eligió a los doce “para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar con poder para expulsar demonios”. Después de haber convivido con Él, siendo sus compañeros, escuchando sus enseñanzas en parábolas, han presenciado sus milagros, han caminado junto a Él y han aprendido de Él. Ahora se abre una nueva dimensión del discípulo: la dimensión misionera y para esto reciben con toda claridad sus instrucciones y se abre un nuevo horizonte en su predicación.

Es cierto que en el evangelio del domingo pasado encontramos hoy a Jesús en un aparente fracaso en su propio pueblo. Pero Jesús no se da por vencido ni se desanima, al contrario, emprende una nueva forma de llevar su “Buena Nueva” encomendándola hoy a sus apóstoles, como si quisiera insistirnos que no importan los fracasos, que hay que levantarse y en lugar del desaliento poner la mira más en alto. Y así, la misión que parecía personal, ahora se torna comunitaria y tiene nuevos compañeros que están llevando ese Evangelio. No se deja vencer por el fracaso: amplía su práctica multiplicando por doce sus esfuerzos y su entrega a la misión. Los que habían sido llamados a permanecer con Él, a conocerlo y a tener un contacto muy cercano, ahora reciben también la misma misión que Él tiene, con los mismos poderes, con el mismo mensaje y también con los mismos métodos. Hay quien actualmente quisiera que esta misión se le adjudicara solamente a obispos, sacerdotes y monjitas, o en todo caso a laicos “más de Iglesia”, pero la misión es de todo cristiano, es más, podríamos decir que la misión es para todo hombre.

Las amonestaciones de Jesús a sus apóstoles son también para todas las personas y ayudan a llevar bien el camino de la vida, claro que de modo especial están dirigidas a sus discípulos. Básicamente nos dice que debemos llevar la vida de “caminante” o “peregrino”. Es la actitud de tomar la vida como de paso, pero con seriedad y responsabilidad. No seremos eternos en este mundo, pero hemos sido enviados y no estamos por casualidad. Por lo tanto no podemos quedarnos instalados y viviendo atorados en nuestros egoísmos. Tenemos además un mensaje importante que comunicar: la vida de Dios mostrada en nuestras vidas. Misión, conciencia de salir de nosotros mismos y responsabilidad de transmitir un mensaje son las tareas del caminante, porque sabe de dónde salió, por qué camina y hacia dónde va. Jesús le da importancia al caminar de dos en dos. Para caminar por la vida hay que caminar en comunidad, al paso del hermano, ni atrás ni adelante. ¡Mucho menos arriba de él! Todavía encontramos, con vergüenza y rabia, las fotos de no hace muchos años donde un indígena camina cargando sobre su espalda al mestizo o al hacendado que “va haciendo camino”. Quien no sabe caminar de “dos en dos”, quien es egoísta y nada más mira su paso, se convierte en una carga para los otros, hace que los demás tropiecen y acaba caminando solo. Esto el Papa Francisco lo ha insistido: aprendamos a caminar sinodalmente, al paso del hermano.

“Les mandó que no llevaran nada para el camino”. Es una recomendación que choca con nuestro tiempo, nuestra sociedad y nuestra cultura. Vivir en la opulencia, buscar más y más cada día, ambicionar, se nos ha convertido en una obsesión. Buscamos las cosas con tal ansiedad y tanto ahínco que nos volvemos esclavos del consumismo. Es una cultura que nos impulsa a adquirir, a comprar, a buscar, al tal grado que nos sentimos infelices sin no tenemos lo que nos dicta la moda. Jesús nos invita a otro modo de vivir: con dignidad pero con lo indispensable, con armonía interior y con armonía con los demás. Todo lo que consumimos demás, se lo estamos “robando” a otros que lo necesitan. Es mentira lo que proclama este mundo artificial cuando nos dice que tenemos derecho a vivir en la abundancia porque lo hemos conseguido. Siempre que un individuo o una nación consumen demás, están quitando a otros lo que necesitan para subsistir. Por eso necesitamos detenernos y mirar cómo vamos caminando. Examinar qué llevo encima y qué anhelo, ver qué es lo que dobla mis espaldas y si ando ligero de equipaje o si hay un cúmulo de naderías que me hunden y agobian. ¿Realmente necesito todo lo que cargo para vivir dignamente y para caminar libremente? Nuestra oración hoy será también discernir, decidirse, despojarse, respirar aire liberador de lo que se ha convertido aparentemente en ley o norma social pero que acaba ahogándome.

El Papa Francisco busca seguir radicalmente el Evangelio y con frecuencia nos cuestiona sobre la eficacia de nuestra predicación y nuestro compromiso con los pobres. También como Iglesia tenemos que reflexionar si en el camino no nos hemos ido cargando de ideologías, de imperios y de poderes, que no siempre nos ayudan a predicar el Evangelio. Choca fuertemente con las exigencias de Jesús una Iglesia que a veces aparece amarrada a las economías y a los sistemas actuales. Tenemos que revisarnos si estamos cumpliendo las condiciones que hacen libre al Evangelio. Hay muchas “religiones” fascinantes que ofrecen tantos bienes materiales que se confrontan fuertemente con el mensaje de Jesús. Tendremos que cuidar que nuestro cristianismo no sea un negocio, que no se condicione, ni la predicación ni los sacramentos, a unos estipendios que parecen comprar las gracias. El mensaje de Jesús tiene que resonar liberador, pero tiene que ser predicado y vivido por una Iglesia libre, que opta por los pobres y que desde los pobres se deja evangelizar y evangeliza.

Dios, Padre nuestro, que nos llamas a anunciar a todas las personas tu Reino, la justicia y la fraternidad; ayúdanos a caminar por la vida anunciando a todos la Buena Noticia de tu amor paterno. Amén