Erik Varden (1974) es un monje cisterciense y obispo noruego. Conseguí La explosión de la soledad. Sobre la memoria cristiana (Fonte, 2021). Un escrito que es, a la vez, meditación espiritual y reflexión intelectual, pensado para ser leído a cámara lenta. En cada capítulo saltan a la vista las citas bíblicas y los textos literarios y espirituales que iluminan los temas escogidos por el autor: recuerda que eres polvo, recuerda que eras esclavo en Egipto, recordad a la mujer de Lot, haced esto en memoria mía, cuídate de olvidar al Señor. Bastan estos títulos para darse cuenta del ritornelo del libro: la memoria.
La cercanía del Miércoles de Ceniza hace juego con el primer capítulo del libro: recuerda que eres polvo. “Entonces, el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra (adamah en hebreo); insufló en sus narices aliento de vida (spiraculum vitae), y el hombre se convirtió en un ser vivo”. Gen. 2, 7. “Las palabras -dice Varden- que Dios dijo después de la caída, repetidas el miércoles de ceniza, simplemente regresan a la verdad a quien se ha rendido a la amnesia momentánea. Decir que Adam volverá a el-hadamah, a la tierra, es equivalente a decir: recuerda lo que eres, de dónde viniste” (p. 24). Un llamado a la humildad desde el mismo inicio de la creación para librarnos de la inclinación a parecer más de lo que somos, rescatándonos de “nuestro ilusorio autoensalzamiento” (cfr. p. 26). El espíritu de vida que nos otorga Dios es un puro don. Esta dotación de vida espiritual a imagen y semejanza suya, hemos de mantenerla presente para que los éxitos y logros no nos hagan olvidar de donde nos ha levantado el Señor.
Procurar vivir de acuerdo a la vocación cristiana supone, de ordinario, una conversión: intentar dejar el hombre viejo para imitar la vida del Maestro. Somos conscientes de los apegos de nuestro corazón, no siempre anclados en los bienes que nos perfeccionan. Procuramos desprendernos de los malos apegos, pero, en más de una ocasión, se vuelven a activar reclamando nuestra atención y deseo. Volvemos la mirada hacia ellos y el corazón cae en esos insidiosos apegos. Un mal paso que detiene el crecimiento espiritual convirtiéndonos en estatuas de sal como le pasó a la esposa de Lot. No es el final, desde luego, porque la imagen de Dios impresa en nuestra alma, nos capacita para volver a despegarnos y recuperar la vida espiritual paralizada. Despegarse de esos malos quereres no es de una vez y para siempre. Hemos de recordar, con Job, que la vida del ser humano es una lucha continua para llegar a ser nuestra mejor versión. “Es lo que los griegos llamaban ascesis, el ejercicio atlético del espíritu” (p. 137).
Entre los tantos textos y testimonios que Varden cita, recojo éste de Maïti Gertanner, heroína de la Resistencia francesa. Ella fue sometida a duras torturas que truncaron su virtuosismo en el piano a más de inhabilitarla físicamente: “el sufrimiento, para mí, no era un estado transitorio, sino una forma de ser”. Sin embargo, pese a estas limitaciones no buscadas, nació en ella una certeza: “no tenía que tener nostalgia de lo que había sido o de lo que habría podido ser. En vez de eso tenía que amar lo que era y buscar lo que debía ser”. Al cabo de unos años, su torturador -un médico nazi- fue a buscarla para pedirle perdón y ella cuenta que fue en la oración en donde encontró fuerza para perdonar a su torturador: “perdonarlo me liberó” (cfr. pp. 108-110).
Amar, perdonar son palabras mayores, porque tocan las vibras más sensibles de nuestra condición humana, realidades que los cristianos viviremos en el ya próximo Tiempo de Cuaresma. Amor de Jesucristo que da su Vida por nosotros, pidiendo a su Padre que nos perdone porque no sabemos lo que hacemos.