Querido profesor,
¡Bienvenido al nuevo curso escolar! Sé que hoy es un día duro, para muchos el primer día después de las vacaciones lo es, pero espero que haya descansado y recobrado fuerzas, ganas e ilusión por el nuevo año.
Le escribo en relación a uno de sus alumnos. Quizás incluso en alusión a dos o tres de ellos, pero permítame personalizarlo en uno en concreto.
Usted todavía no le conoce, aunque es posible que ya le hayan puesto en antecedentes. En cualquier caso, si no le importa le escribiré sobre él.
Es un niño con capacidades diferentes a las del resto de sus alumnos. No sé si sus capacidades intelectuales son muy superiores a las de la media, eso que antes se llamaba “superdotado” o si tiene algún síndrome genético (Down, Williams, Jacobsen, u otro) o si tiene algún tipo de diagnóstico de esos que van precedidos por la palabra “Trastorno” (por déficit de atención, con hiperactividad, negativista-desafiante, espectro autista, etc.).
Si sé que este alumno va a convertirse en su mayor reto este curso. Por lo distinto que es al resto de sus compañeros sin duda va a ser el que más recursos le va a demandar, tanto intelectuales, como técnicos y afectivos. Es el alumno de quien más va a hablar en su casa y al resto de sus colegas docentes.
Su alumno no ha escogido ser así, no puede evitar comportarse de esa forma que tanto distorsiona el aula, aunque sin duda hay veces que se aprovecha y sabe llevar sus “capacidades diferentes” hasta el extremo del beneficio propio.
Los primeros días de clase este alumno le va a someter a usted a toda una batería de pruebas destinadas a conocer sus límites y saber de qué pie cojea. Créame cuando le digo que una gran parte del éxito o el fracaso del resto del curso depende de qué tal responda usted en estos primeros días. Si usted se muestra excesivamente condescendiente, timorato, o da muestras de inseguridad, va a tener un año bastante difícil. Si por el contrario usted se presenta de manera autoritaria, controladora y distante su año será todavía peor.
Asegúrese de mostrarse tal y cómo le gustaría que fuera el profesor si ese niño fuera su hijo. Cercano pero con control. Ponga límites muy claros con mucho cariño. No tenga miedo en mostrar su autoridad – pero recuerde que la única autoridad que recibe respeto es la ejercida con grandes dosis de afecto.
¿Difícil? A estas alturas de su vocación profesional no seré yo quien le descubra que ha sido llamado a la profesión más difícil de todas, y más cuánto más pequeños sean sus alumnos. (Ya sé que hay muchos que consideran que cualquiera puede ser profesor de enseñanza infantil o de colegio, y que cuanto más difíciles son los estudios universitarios para alcanzar un título más importantes son esos profesionales para la sociedad, pero usted y yo sabemos que los que así piensan no durarían ni tres días seguidos en su aula intentando enseñar a sus alumnos – y si sobrevivieran habrían cambiado de tal modo su punto de vista sobre qué significa ser profesor que sabrían que no hay nada más importante ni más difícil que ayudar a un ser humano a convertirse en persona).
Usted sabe perfectamente cómo enseñar a alumnos con capacidades “normales”, esos que ahora se llaman “neuro-típicos”, niños estándar, pero lo más probable es que en la facultad o en la formación posterior no le hayan explicado cómo ocuparse de este alumno. No se preocupe, usted sabe enseñar, trabajar y sacar lo mejor de los niños y este caso no es distinto. No es un síndrome ni un trastorno con piernas. Es un niño. Trátele como tal y verá como llega muy lejos.
Sin duda este alumno va a exigirle más que los demás, en este sentido usted debe decidir si va a sacar lo mejor de usted, va a obligarse a aprender técnicas que nunca antes no había necesitado, buscar herramientas que consigan mantener la atención, no solo de este alumno sino de bastantes más de su aula; o si por el contrario prefiere seguir usando las mismas técnicas y herramientas que siempre ha utilizado, aunque solo sirven para la mayoría. Debe decidir si convierte a este alumno en la palanca que le lleve a ser mejor profesor al final de curso de lo que es hoy o sobrevivir como pueda este curso, que total es solo un año.
Evidentemente cuando usted se jubile no podrá acordarse del nombre de todos los niños que estuvieron en su aula, pero le aseguro que del nombre de este alumno se seguirá acordando. Probablemente se acordará incluso de sus padres.
Cuando les conozca es muy probable que le resulten también … “especialitos”. Usted sabe a qué me refiero. Todos los profesores a los que he preguntado me han reconocido que alguna vez han oído en la sala de profesores la frase “sus padres son también raritos”. Déjeme explicarle porqué.
La emoción básica que caracteriza a sus padres, aunque son expertos en ocultarla, es la de “miedo”. Tienen miedo a que usted trate a su hijo como un “Down”, o como un “hiperactivo”, como un “autista” o como un “maleducado” y no como el niño que es. Tienen miedo a que usted no pueda darle todo lo que su hijo necesita porque saben que tiene muchos más alumnos en el aula. Tienen miedo a usted no se sienta capacitado a trabajar con su hijo porque saben que no ha recibido formación específica para este tipo de niños. Tienen miedo a que le deje aparcado en una esquina, física o afectivamente.
No se extrañe por tanto si no le hablan de las dificultades que tiene su hijo, o si se empeñan en contarle todas las cosas que hace en casa y lo bien se porta con ellos. Puede que le dé la impresión de que “no quieren reconocer los problemas de su hijo”. Los conocen, los tienen constantemente presentes y saben que tienen que tienen mucho que trabajar, pero quieren que usted entienda que su hijo NO solo es lo evidente, hay mucho más en este niño y temen que usted no lo alcance a ver.
Es posible, aunque puede que en este caso los padres todavía no hayan llegado a este punto, que también estén cansados. Dese cuenta de que han recorrido un camino muy duro. Primero el diagnóstico, ¡menudo palo!, luego decirlo a la familia y a los amigos y soportar a todo el mundo dándoles consejos de cómo deben actuar, a qué colegio deben llevarle, a qué terapias deben ir, etc. aunque nadie en su entorno ha tenido un niño en su misma situación … y después, cada año ¡a jugar a la lotería!: “a ver qué profesor le toca este año”.
No se moleste querido profesor, pero ha habido algún año en que este niño – y estos padres – han tenido muy mala suerte. Les ha tocado un profesor demasiado joven o demasiado mayor, demasiado estricto o demasiado blandito, y seguro que con demasiados alumnos, pero sencillamente no supo hacerse con él, y lo que para cualquier otro binomio alumno-profesor hubiera sido un año más, para ellos dos (y para sus padres) ese curso fue un infierno.
Por eso es posible que sus padres le parezcan “especialitos”, distantes, obsesivos, quizás “excesivamente exigentes”. Vienen después de haber toreado (o haber sido toreados) en muchas plazas.
Haga todo lo posible por hacerles entender que usted quiere ser el mejor aliado de su hijo. Que desea hacer todo que esté en su mano para que su hijo llegue lo más lejos posible al margen de lo que consigan el resto de los alumnos.
Explique a sus padres que sabe a su hijo hay que exigirle por quién es y por lo que verdaderamente puede, y que para lograrlo quiere contar con ellos.
Después de veintisiete años trabajando con alumnos parecidos al que este año está en su clase (no hay dos iguales) sé perfectamente que el profesor es siempre cómplice de su éxito.
Gracias por su trabajo con todos y cada uno de sus alumnos, pero sobre todo gracias por dar lo mejor de usted con este alumno. Nunca se olvidará de él. Él y sus padres a usted tampoco.