El sacerdote José Miguel Bracero ofrece este artículo sobre el significado y sentido de la Jornada Mundial de las Misiones, que se celebra el próximo domingo 24 de octubre: “¿Qué quiere suscitar en nosotros el Espíritu Santo con esta celebración, con este mes de octubre misionero?”, plantea.
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Queridos hermanos en Cristo:
El próximo domingo 24 de octubre la Iglesia universal celebra la Jornada Mundial de las Misiones, el DOMUND, con el lema “Cuenta lo que has visto y oído” (cfr. Hch 4, 20). Para todos es familiar esta palabra, pero ¿realmente sabemos qué significa? No me refiero tan solo etimológicamente, sino en su sentido más profundo. ¿Qué quiere suscitar en nosotros el Espíritu Santo con esta celebración, con este mes de octubre misionero?
En el año 1926 el Papa Pío XI estableció en el penúltimo domingo del mes de octubre el “Domingo Mundial de las Misiones”, que desde 1943 en España se conoce como DOMUND. Supone una llamada de atención a nuestra común responsabilidad para todos los cristianos en la evangelización del mundo. Es un día para que los católicos tomemos conciencia de la labor misionera de la Iglesia, de los miles y miles de misioneros que repartidos por los cinco continentes dan la vida por seguir el mandado de Cristo a sus discípulos: “Id por el mundo y proclamad el Evangelio a toda la creación” (cfr. Mc 16, 15). Y es que la misión es tarea de todos y cada uno de nosotros, ya que tenemos una misión que cumplir, la que Dios nos ha encomendado y que tenemos que saber discernir y descubrir para poder llevarla a cabo. Esta jornada, y en realidad todo el mes de octubre misionero, es una llamada de atención para que todos nos movamos a amar y a apoyar la causa misionera, no sólo con nuestra oración, sino también colaboración material y económica.
Comparto con vosotros algunas cifras que os van a sorprender: existen 1.115 territorios de misión, un 45% de toda la humanidad vive en estos territorios, un 37% de la Iglesia universal, es decir, la tercera parte de la Iglesia Católica; uno de cada tres bautismos, se celebra en zonas de misión y en ellos se desarrolla el 44% del todo el trabajo social y educativo. Cada sacerdote atiende a más del doble de habitantes que un sacerdote de la Iglesia universal. En total, la Iglesia sostiene casi 27.000 instituciones sociales, que representan el 24% del total, y más de 119.000 instituciones educativas, que representan el 54%. Los misioneros sólo de España en el mundo son 10.893, repartidos en 135 países de los cinco continentes, y prácticamente en igualdad de hombres y mujeres.
Todos estos proyectos son financiados con los donativos recogidos en el DOMUND, por eso nos piden nuestra aportación. Seamos generosos con los donativos directos al DOMUND o bien a través de las colectas de misa de este fin de semana. No escatimemos en generosidad y acordémonos de nuestros hermanos y de la situación en la que viven de extrema necesidad, incluso de lo más básico. Si aquí tenemos motivos aparentes para quejarnos y pasarlo mal, imaginaos cómo lo estarán viviendo nuestros hermanos en esos países, donde el acceso a la sanidad, la educación, la cultura, en definitiva, una vida digna, brillan por su ausencia. El covid-19, que absorbe tanta atención en nuestro entorno occidental, es un “mal menor” y la “menos grave” de las enfermedades o carencias que padecen estos pueblos: hambre, desnutrición, pobreza extrema, escaso o nulo acceso a la sanidad y la higiene, e innumerables enfermedades endémicas, en ocasiones, de elevada mortalidad. Necesitamos salir de nuestro mundo para volver la mirada a nuestro alrededor y darnos cuenta de lo afortunados que somos.
El Papa nos dijo bellamente en su mensaje del DOMUND de este año que “la historia de la evangelización comienza con una búsqueda apasionada del Señor que llama y quiere entablar con dada persona, allí donde se encuentra, un diálogo de amistad” (cfr. Jn 15, 12-17). Los apóstoles vieron a Jesús curar enfermos, comer con pecadores, alimentar hambrientos, acercarse a los marginados, tocar impuros, identificarse con los necesitados, invitar a las bienaventuranzas… enseñar de una manera nueva y llena de autoridad (…) que deja una huella imborrable y suscita una alegría expansiva y gratuita que no se puede contener”. Ese es el espíritu del misionero, el que a imitación de nuestro Maestro, Jesucristo, nos conduce a entregar la vida por el Evangelio, a devolver la alegría, la ilusión, la dignidad a tantos y tantos hermanos nuestros necesitados, no sólo material, sino también espiritualmente. Y es que el amor, siempre está en movimiento –dice el Papa- y no lo podemos guardar para nosotros. ¡Tiene que ser compartido!
En el vídeo del DOMUND de este año, que os invito a ver si aún no lo habéis hecho, se muestra el testimonio de un grupo de jóvenes que han estado en territorios de misión, como voluntarios, palpando aquella dura y terrible realidad, y en la que hay tantas personas cumpliendo su misión llevando el amor de Cristo a millones de corazones, de hermanos sedientos y hambrientos, enfermos, niños y jóvenes, proclamando la fe y haciéndola viva con su vida y su testimonio. Cada uno de estos jóvenes nos dice lo que “ha visto y oído” durante su estancia, y expresan esa alegría que sólo puede venir de un corazón entregado a la voluntad y al amor de Dios, es decir, a la misión. Personalmente he tenido la gracia del Señor de haber pasado algunos meses en Jordania y dos años en Etiopía, y estas experiencias me permitieron darme cuenta de una labor que entre nosotros pasa desapercibida, oculta a los medios y a la sociedad en general, pero no por ello menos entregada y tan llena de amor que mi corazón cambió por completo al ver su ejemplo, su testimonio. Vi claramente el rostro de Cristo no sólo en aquellos misioneros y misioneras, religiosos y laicos, jóvenes y ancianos, sino también en el hermano necesitado, el que sufre y padece, pero que ama y da lo que tiene sin condiciones.
Ahora la Iglesia nos exhorta a cada uno de nosotros a caer en la cuenta de que no podemos dejar que nuestra vida de fe, nuestra capacidad de asombro y gratitud, nuestra generosidad, se apaguen por nuestro aislamiento personal, nuestro individualismo, nuestro egocentrismo y que pongamos en práctica ese mandato de Jesús que desde nuestro bautismo nos hace ser “misioneros en el mundo” y nos llama a convertirnos en instrumentos de compasión, de misericordia y de amor. Pidamos al Señor esta gracia: que despierte o reavive nuestro espíritu misionero, allá donde estemos. En la familia, en el trabajo, con los compañeros de clase o los amigos, en los países de misión, para que también veamos a Cristo presente entre nosotros: el enfermo, el anciano, el que vive solo, el alejado de la fe, o el que no sabe o no conoce el amor de Dios. Habla con tu párroco, te podrá ayudar en este camino que empieza con nuestro bautismo y dura toda la vida. Seguro que hay algún proyecto al que puedes unirte y te hará sentir lo que ya eres: un auténtico misionero.
Que la Virgen María, primera discípula y misionera de su Hijo tras su muerte, resurrección y ascensión y ungida por el Espíritu Santo en Pentecostés junto a los apóstoles, nos guíe e ilumine siempre en la misión que debemos cumplir cada uno en nuestra vida, para ser “la sal y la luz” en nuestro mundo cada vez más insípido, oscuro y apartado de Dios.