La Misa crismal es de las celebraciones que mejor expresan la comunión del obispo con su presbiterio. Suele celebrarse el Jueves Santo, pero puede cambiar de día según las necesidades pastorales del lugar. Pero, ¿Qué se celebra en esta “Misa crismal”?
En primer lugar podemos afirmar que esta celebración es una “fiesta del sacerdocio”. En efecto, con la Misa crismal, la Iglesia pone la mirada en el único y verdadero sacerdote que es Jesucristo el Señor. Cristo por el misterio de la Encarnación se ha hecho hombre: el mismo Dios, se hace hombre para poder ofrecerse en favor de los hombres. Él asume la naturaleza humana para hacernos a nosotros eternos. Y por ello se convierte en el único mediador entre Dios Padre y los hombres. Con su ofrenda quedan abolidos los antiguos sacrificios. Él ha realizado el único y verdadero sacrificio que permanece en el tiempo y no pasa. Nos ha dejado como prenda de este misterio la Eucaristía, por la cual renovamos y actualizamos este único sacrificio.
Todos los bautizados participamos del sacerdocio real, por eso podemos orar por otros, ofrecer sacrificios y colaborar así con Cristo a la redención del mundo. Pero quiso el Señor que su santo sacrificio (la Eucaristía), se perpetuara en la historia, que su misericordia se hiciera “carne” en medio del mundo. Por ello, para perpetuar su sagrada misión “eligió a hombres de este pueblo para que por la imposición de las manos participaran de su sagrada misión” (prefacio II de las ordenaciones), hombres que además Cristo trata “con amor de hermano”. Y todo en vista a hacerse presente carnalmente por así decirlo en medio del mundo.
Es por eso que en la Misa crismal todos los sacerdotes, presididos por su obispo, renuevan sus promesas sacerdotales, aquellas que realizaron el día de su ordenación y con las cuales sellaron una alianza de amor con el mismo Señor y con su esposa la Iglesia. Para todos los fieles es una oportunidad especial para agradecer el don inestimable del sacerdocio en el mundo y al mismo tiempo para amar a sus sacerdotes, desear ayudarlos en el desempeño de su misión y orar por ellos. ¡Cuánto necesitan los sacerdotes de sus fieles!
Otro aspecto esencial de esta celebración es que precisamente dentro de ella el obispo bendice los óleos de enfermos y catecúmenos y consagra el crisma. ¿Qué valor tiene esto para nosotros?
El aceite en toda la Escritura ha tenido un valor muy especial. Con aceite se ungían a los reyes, profetas y sacerdotes. El aceite es un signo de fortaleza, de consuelo, de bendición, de elección divina… Todo esto se hace patente en los sacramentos de la Iglesia, especialmente en los sacramentos en los que se usan los óleos y por supuesto el crisma.
Óleos de enfermos y catecúmenos
Óleo de los enfermos: Es el aceite que se usa en el sacramento de la unción de los enfermos. En este caso el aceite es signo y señal de alivio en la enfermedad. Con este sacramento Cristo se hace compañero en la enfermedad y realiza su oficio de consolar (Ejercicios esp. n 224).
Óleo de los catecúmenos: Este aceite bendecido se usa dentro del rito del sacramento del bautismo. En este caso el aceite es signo y señal de fortaleza ante las asechanzas de Satanás. Tan es así que es el aceite que se suele usar en el ritual de los exorcismos.
Consagración del crisma
El santo crisma no es un aceite cualquiera, se trata de un aceite perfumado. Y esto muestra que al mismo tiempo no es bendecido sino consagrado pues tiene como misión fundamental la consagración. Se usa en el Bautismo, en la Confirmación y en el Orden sacerdotal. También se usa en la consagración de los templos o altares. Es signo y señal de consagración, de unción, de elección. Los Sacramentos de Bautismo, Confirmación y Orden sacerdotal son los que decimos de ellos que “imprimen carácter”, es decir que marcan un sello en el alma imborrable y que por ello no se vuelven a repetir en el cristiano, pues ya ha quedado sellado para siempre además con el “buen olor de Cristo”. Todo esto se realiza por medio del santo Crisma.
La Misa crismal en sí misma encierra todo este misterio de amor. Es fruto de la entrega de Jesucristo por amor. El sacerdocio, la bendición de los óleos y la consagración del crisma es una prolongación de su acción salvífica y redentora sobre nosotros. Por ello, en contexto de “pasión” es donde mejor se puede entender esta lógica de amor de Jesucristo.
Os invito a vivir esta celebración con entusiasmo renovado. Y si no podemos asistir a ella, recordemos cada vez que participemos de un Sacramento en el que se reciben los óleos o el crisma qué día fueron bendecidos y cuál es su sentido. Y, al mismo tiempo, despertemos en nosotros el amor a Cristo que se nos hace presente en nuestros sacerdotes. Oremos por ellos para que sean fieles dispensadores de los misterios de Dios (1 Co 4,1-5).