La labor del pintor es pintar. Y todos sabemos qué hace un pintor.
La labor de la pianista es tocar el piano. No hace falta explicarlo.
La labor de una bioquímica molecular es investigar. Sin tener un conocimiento detallado de qué hace, más o menos todos tenemos una idea bastante clara de qué hace una bioquímica.
La labor de los padres es educar. Y eso ¿Cómo se hace?
Para poder tratar el tema, permítanme utilizar la definición que aporta José Ramón Ayllón en un magnífico volumen[1]: “¿Qué es educar? Sabemos que se trata de una acción compleja que se ejerce sobre el ser humano para ayudarle precisamente a ser humano”. (Subrayado mío).
Educar, por tanto, es esa “acción compleja” encaminada a potenciar en nuestros hijos esas características que consideramos propiamente humanas.
Por reducción al absurdo, podemos decir que potenciar aquello que no caracterice al ser humano no es educar:
- patinar no es característicamente humano, podemos ser profundamente humanos sin saber patinar, por tanto no parece importante en el proceso de educar a alguien.
- Jugar a las cartas tampoco es característico de los humanos.
- Ser abogado tampoco es una característica definitoria del ser humano.
¿Quiere decir esto que por tanto no debemos enseñar a nuestros hijos a patinar, a jugar a las cartas o a ser abogados?, naturalmente que no, es bueno que nuestros hijos aprendan esas tres cosas y otras muchas más, pero no pasaría nada si no lo aprendieran.
¿Qué debemos enseñar entonces, qué debemos potenciar en nuestros hijos para hacerles personas educadas?
A priori eso lo deben decidir ustedes. Al fin y al cabo vivimos en un momento histórico caracterizado por el relativismo moral, así que “todo depende”. Son sus hijos – aunque la ministra de educación de España haya afirmado que “los hijos no pertenecen a sus padres” (sic) – y por tanto ustedes dos son los que deben establecer cómo educarles, como facilitar a que lleguen a ser plena y profundamente humanos.
Permítame dar un listado de alguna de las características que considero están presentes en las personas educadas:
- el respeto
- la libertad (y consecuentemente la responsabilidad)
- la capacidad para expresar afecto
- la reciedumbre
- la lealtad
- la fraternidad
- el sentido del humor
- la sinceridad
- la coherencia de vida
- la honradez
- la alegría
- la justicia
- la gratitud
- la generosidad
- la perseverancia
- la bondad
- la honestidad
- la cercanía
- la empatía
- el coraje
- valorar el trabajo
- la paciencia
- la humildad
- la disponibilidad
- la adaptabilidad
- la discreción
- espíritu crítico
- saber estar
Seguramente se me ha olvidado alguna característica, no duden en añadirla.
Pero es probable que usted esté leyendo estas líneas y pensando … “pero si mi hijo tiene solo 18 meses, y yo lo único que quiero es que me obedezca y saber qué hacer cuando tiene una rabieta” o “si mi hija tiene 14 años, y no soporta ni que le pregunte qué tal ha pasado el día”, “¿porqué me habla de cuando tenga más de cincuenta años y de un listado de valores nada propios de un niño?”
Me alegra que se haga esa pregunta, eso significa que estamos hablando de lo mismo, sólo que usted está pensando en el proceso y yo me estoy refiriendo al resultado (deseable).
Enseñar a recoger su cuarto, enseñar a compartir sus juguetes con su hermano, a saludar cuando llegamos a casa de los abuelos, a pedir perdón cuando se han equivocado y a perdonar cuando han sufrido un daño, enseñarles a aguantar el tipo cuando la ira les corroe, etc. son las herramientas para dotarles de las características que deseamos puedan lucir el resto de su vida. Aprender el uso de una herramienta requiere mucha práctica, implicará muchos errores y, habitualmente, es aburrido y la mayoría de los niños y los jóvenes prefieren hacer cualquier otra cosa – no les culpo. Eso es lo normal. NO crea que está “educando mal” porque no consigue que su hijo haga esas cosas. Educar es un proceso que dura toda nuestra vida. Los resultados se podrán comenzar a medir cuando les toque a nuestros hijos educar a los suyos. Hasta entonces, todo está en proceso.
Llevo años diciendo que educar es el único verbo que cuando lo pronuncia un padre o una madre en primera persona solo lo puede conjugar en gerundio: educando.
Eso me lo enseñó mi madre. Le gustaba decir: “me paso el día educando”. Se lo oí decir desde que yo era pequeño hasta el día que murió. De hecho, después de su muerte siguió educándome. Supongo que lo harán todas las madres. Recuerdo muy bien los diez primeros minutos después de su muerte. En mi mente comencé a oír toda una serie de consejos y de frases que me había dicho a lo largo de toda su vida y que, de camino hacia el Cielo, quería dejarme muy claritas y que no las olvidara.
No pretenda conjugar el verbo en pretérito: “eduqué” – usted terminará de hacerlo diez minutos después de su fallecimiento. Aunque entonces el menor de sus hijos tenga sus propios nietos, usted seguirá educando.
No crea que puede conjugar el verbo educar en futuro: “educaré” – si usted ya tiene hijos no puede posponer la acción de educar ni un segundo. Si no tiene hijos recuerde el gran adagio: “yo era mejor padre cuando no tenía hijos”.
Si se empeña en hacerlo bien dejará a sus hijos el mejor legado posible. Perdóneme la autocita, pero si quiere saber qué va a dejar a sus hijos a través de una buena educación le animo a leer en este mismo blog, “cómo hacer testamento” https://educarconsentido.com/2014/09/29/como-hacer-testamento/
Educar, ayudar a nuestros hijos a ser plenamente humanos. Es la labor más compleja a la que se va a enfrentar en toda su vida. No se me ocurre nada que merezca más la pena. Ánimo.
[1] José Ramón Ayllón. Diez Calves de la educación. Editorial Styria, 2005. Página 16.