Postulador reflexiona sobre el atractivo de los santos

Entrevista a José María Montiu, misionero de la misericordia

Postulador santos
José María Montiu de Nuix saluda al Papa Francisco © José María Montiu de Nuix

Sacerdote misionero de la misericordia, postulador para la causa de los santos, doctor en filosofía, colaborador en Radio Mundial Católica y voz en diversos medios de comunicación, Don José María Montiu de Nuix, en esta entrevista para Exaudi habla de su experiencia como sacerdote misionero además de responder a interrogantes y curiosidades sobre la existencia, finalidad y atractivo de la vida de los santos.

***

Usted fue nombrado por el Papa Francisco “Misionero de la misericordia” ¿Qué es un misionero de la misericordia? ¿Cuál es la misión? Podría compartirnos vivencias.

El nombramiento de los misioneros de la misericordia está reservado al Papa. El Papa Francisco afirmó que los misioneros de la misericordia son un signo de la solicitud materna de la Iglesia por el Pueblo de Dios, para que entre en profundidad en la riqueza del misterio de la misericordia, tan fundamental para la fe.

Se entiende por pecados reservados a la Santa Sede aquellos pecados que la Santa Sede se ha reservado perdonarlos. Los misioneros de la misericordia somos sacerdotes nombrados por el Papa con una misión y con la autoridad de perdonar muchos de los pecados reservados a la Santa Sede.

La misión de los misioneros de la misericordia es ponerse especialmente al servicio de la misericordia. Debemos predicar el mensaje de misericordia, y, muy especialmente, hemos de estar muy disponibles para administrar el sacramento de la misericordia, que es el sacramento de la confesión, y, además, hemos de administrarlo con misericordia. Esto, hecho de tal modo, que facilitemos a los fieles entrar en contacto con la misericordia de Dios.

Precisamente el año pasado recogí esto en un libro titulado Vivencias y recuerdos de un misionero de la misericordia, de la prestigiosa Editorial Balmes. Tomo de este libro algunas vivencias y recuerdos.

Recuerdo con especial complacencia ver al Papa Francisco confesando y confesándose. Así como tantas personas confesándose en la basílica vaticana de S. Pedro.

En 2016, en el primer encuentro mundial del Papa Francisco con los misioneros de la misericordia, muchos misioneros de la misericordia pudimos saludarlo personalmente. Algunos mantuvieron un diálogo más o menos extenso con él. En medio de aquel bullicio filial, en el cuál expresábamos al Papa nuestro cariño, me cupo la gran alegría de conseguir darle un besazo, un buen beso, en la mano. Impresionaba ver a un Papa tan cercano, tan sencillo, tan bueno, tan paternal. Teníamos delante a alguien que espiritualmente podíamos calificar de ‘papá’. De modo que el Santísimo Padre empleó mucho tiempo en saludar personalmente a los misioneros de la misericordia que allí estábamos congregados. ¡Bella imagen de comunión eclesial!

Durante el año jubilar, dado que en el sacramento de la confesión se vierte en nuestras almas, de modo muy especial, el amor de Dios, comparé recibir el sacramento a un beso de Jesús. Después de esto, sé que hubo quién se acercó hacia el confesonario, como bella flor, vivamente emocionada, decidiendo que iría a confesarse para recibir el beso del buen Jesús.

En 2018, en el segundo encuentro mundial del Papa con los misioneros de la misericordia, tuve también el gozo de saludar personalmente al Papa y de besarle la mano. Hay gestos que dicen más que mil palabras. En efecto: el Papa, tras habernos recibido en grupo, quiso saludar personalmente, uno a uno, ¡a los casi seiscientos misioneros de la misericordia, allí presentes! Esto dio al encuentro un tono muy personal, afectuoso, cariñoso, familiar, de corazón. Así como Cristo, en la Última Cena, aún siendo el Señor, lavó los pies a sus discípulos, así el Papa, el Vicario de Cristo, el que hace las veces de Cristo en la Tierra, se ha puesto a servirnos, acogiéndonos uno a uno, saludándonos uno a uno. Es una misericordia del Papa, un afecto de su corazón paternal, una delicadeza, un latido, una cordialidad, una bondad, una proximidad, que nos conforta y alienta, y deja nuestro corazón aún más unido al suyo. Papa Francisco es un Papa que ama y que se hace amar. Además, el reto está servido. Esto es, también los sacerdotes, que en el sacramento de la misericordia actuamos ‘in persona Christi’, debemos meter más corazón, el afecto, la cordialidad, para con el penitente. El corazón del sacerdote es el corazón de Cristo.

En definitiva, ha sido una gran alegría haber sido instrumento del abrazo que Dios da  a quién se confiesa, sacramento de la paz y de la alegría. Recuerdo a un feligrés que me contó que a nadie había visto nunca más feliz que a un conocido suyo después de haberse confesado ¡Demos gracias a Dios!

Jóvenes testigos de Cristo es un libro que muestra ejemplos de vida y fe de algunos niños, adolescentes y jóvenes de nuestro tiempo. Podría hablarnos de cómo nace este hermoso proyecto y de las virtudes más sobresalientes de estas vidas llenas de heroísmo…

Los que nos ocupamos en las diócesis españolas de las causas de los santos, especialmente el escritor y sacerdote Félix Uribe, nos encontrábamos en una reunión nacional, habida en el edificio de la Conferencia Episcopal Española. Estábamos también a las puertas de la impresionante 26 Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), de Madrid, que contaría con la presencia del Papa Benedicto XVI. Así, de manera natural, no por iniciativa de los obispos, sino de modo meramente privado, como amigos y conocidos, pensamos sería muy bueno que los jóvenes contaran con ejemplos de aquellas vidas jóvenes edificantes que conociéramos bien y que resultaran especialmente edificantes. Podrían ayudarles a ser defensores de la vida desde el momento de la concepción, amar la santa pureza, ser jóvenes de una pieza, tener un gran ideal de amor, descubrir nuevos y hermosos horizontes, etc. Algunas de estas interesantes vidas aún eran muy poco conocidas para el público en general. Así surgió el libro, compuesto de 17 vidas ejemplares, escrito por 14 peritos, coordinado por el fundador y director de Edibesa, y muy conocido escritor sobre santos, el dominico Rvdo. Padre José Antonio Martínez Puche, y por un servidor. Elemento clave de esta obra fue haber contado con tantos autores tan preparados.

Una profesora de la romana Universidad Urbaniana, la misionera idente Maruja Serrano, mostró la grande generosidad de una estupenda joven italiana, santa Gianna Beretta, la cual durante su embarazo tuvo que elegir entre su propia vida y la de su hija aún no nacida. Su decisión fue firme: salvad a la niña. Esta médico pediatra, buena, sonriente, cariñosa, que siempre tenía palabras amables para sus pacientes, fue una generosa madre de familia numerosa que murió susurrando continuamente: Jesús, te amo. Jesús, te amo. ¡Fantástica!

La joven focolar argentina Cecília Perrín fue un testigo de la vida y del amor. Durante su embarazo detectó una enfermedad. Rechazó el aborto terapéutico, aunque ello conllevaba un grave riesgo para su vida. Entre la niña no nacida y los cuidados que requería su enfermedad, siempre dio preferencia a aquella. La niña nació. Posteriormente la enfermedad terminó con la madre. Es encantador y alentador, poesía en acción, ver cómo Cecilia, que durante su enfermedad sufría tanto, llevaba con felicidad ésta, gracias a que quería mucho a Jesús.

La joven italiana, Chiara Badano, primera beata focolar, beatificada pocos meses antes de aparecer el libro, destacó en cómo sobrellevó el cáncer de huesos que terminaría con ella a la edad de 18 años. Buena deportista, perdió el uso de las piernas, pero Jesucristo le dio alas. Sufría, sí, pero su alma cantaba ¡Es una espléndida luz para la juventud actual!

El focolar italiano Alberto Michelotti fue un chico piadoso, deportista, un joven de amigos, fallecido en la montaña, al que se puede calificar de escalador de las cimas del amor.

La judía Etty Hillesun, que sería sacrificada en el holocausto judío del campo de exterminio de Auschwitz, abrió en su corazón, en aquellas terribles horas, una ventana al cielo, encontrando su consuelo en Dios, en la oración.

La española Anita Solé, hermana del santo varón y padre claretiano José María Solé Romà, novicia franciscana, falleció a los 18 años. Vivió el amor de Dios con una sencillez juvenil y profundidad maravillosas. ¡Si supieras de la felicidad de que goza mi alma! ¡Oh, qué dulce es habitar en la cariñosa compañía de Jesús!; yo, José, parece que no estoy viviendo en la tierra, sino que vino en el cielo. ¡Cuántas gracias tenemos que dar a Jesús por habernos llamado para ser del número de sus íntimos hijos gozando de las caricias del amor!

La niña chilena de doce años, beata Laura Vicuña, fue un poema de pureza, sacrificio y amor filial. Ofreció su vida por la conversión de su madre, la cual tenía un amante. “Mamita, voy a morir. Yo misma se lo pedía a Jesús. Hace dos años que le ofrecí mi vida para obtener la gracia de que tú vuelvas a Él. Mamita, ¡Sí antes de morir yo pudiese tener el gozo de saber que estás en paz con Dios”. Su madre prometió convertirse. Y las últimas palabras de la niña fueron: “¡Gracias Jesús! ¡Gracias, Madre mía! Ahora muero feliz!”

El joven seminarista beato Manuel Aranda ante el dilema, blasfemar o morir, fue mártir. Ignacio Trías fue un apóstol valiente en medio de la persecución religiosa, que, estando en la cárcel, por ser católico, estaba alegre. Se fue hacia el martirio cantando. Muchos jóvenes mártires de Alzira, de Acción Católica, presuntos mártires, fueron asesinados por ser católicos. El beato Francisco Castelló no escondió nunca su fe. Fue cantando hacia el martirio. Murió, gritando: ¡Viva Cristo rey! Dejó una carta espectacular a su novia, a la que quería tanto.

Como ejemplo de que una persona ejemplar no tiene porque ser raro, ahí van estos testimonios de chicas sobre el beato italiano seglar Pedro Jorge Frassati. Con las jóvenes “sabía ser amigo como pocos saben serlo: cordial y sencillo. Con nosotras se comportaba perfectamente. Era delicado, alegre, bromista, galante y sencillo. Nunca pronunció una palabra grosera o menos respetuosa. Su mirada transparente y limpia las contemplaba en la belleza más pura y las daba confianza para conversar con él, y saberse acogidas y respetadas”.

¿Por qué hay santos? ¿Para qué sirven? ¿La historia de sus vidas todavía atrae hoy?

El santo cristiano es una persona buena, alguien que ha destacado por sus virtudes, que ha dicho sí a Dios, que ha hecho la voluntad de Dios, y ha sido premiado con la felicidad del cielo. Es un buen imitador de Jesucristo, una buena imagen de Cristo. En la acción santa hay gracia y libre correspondencia a la gracia, colaboración. Dice san Agustín: Dios, que te creó, sin ti; no te salvará, sin ti.

Puede haber santos cristianos porque Dios llama a todo bautizado a ser santo. Ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación. Es el mandato universal a ser santo. Y, Dios, nunca manda imposibles. Cf. Mt. 5, 48, dice: “sed vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” Cf. 1 Tes 4, 3, dice: “Dios no nos llamó a la impureza, sino a la santidad”. Y, cf. 1 Pe 1, 15-16: “así como es santo el que os llamó, sed también vosotros santos en vuestra conducta, conforme a lo que dice la Escritura: sed santos, porque Yo soy santo”.

En definitiva, de hecho, hay santos, porque el Espíritu Santo nos hace participar de su santidad. La santidad es obra de la gracia.

Lo principal de los santos es su vida de virtudes, la gran gloria que dan a Dios. Los santos han logrado la finalidad de su vida. Los santos  nos sirven de intercesores y modelos de conducta. Un artista a fin de poder esculpir una escultura, bella y perfecta, se guía por un modelo de belleza. Análogamente, el santo, es un modelo de perfección, un atrayente modelo de vida, que empuja hacia su imitación, hacia el ideal de vida, el buen Jesús. Los santos son los buenos modelos.

Es importantísimo, y grandísima ayuda espiritual, tener buenos modelos de conducta. Cuando no tomamos por modelos a los santos, que son los modelos buenos, queda un grave hueco, peligra que tomemos por modelos a personajes públicos muy admirados, pero poco edificantes, malos modelos; personas propiamente no modélicas, con el consiguiente grave daño para nuestras vidas.

Además, tantas veces entendemos antes, mejor y más agradablemente, el camino de la verdad, a través del ejemplo modélico de los santos, que a través de raciocinios abstractos.

Además, en el número 41 de la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (1975) del papa san Pablo VI, se dice: “El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan (…), o si escucha a los que enseñan, es porque dan testimonio”.


El ejemplo de los santos resulta tan sumamente importante para la verdad católica, que, como ha señalado el admirado cardenal Angelo Amato, -que fue Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos-, convendría que se destacara en toda la exposición sistemática de la ciencia teológica la vertiente hagiográfica, uniendo así constantemente doctrina y vida santa, palabra y testimonio de vida de fe.

En suma, necesitamos muy mucho de los testigos, de los modelos santos. Al fin y al cabo, toda la vida cristiana no es nada más que imitar a un santo, a Cristo. Y, lo único importante en esta vida es ser santo.

Cuando se mira a los santos, siguen atrayendo, porque forman parte de lo que es eternamente atractivo para el hombre. Pues, atrae un corazón bueno, puro, generoso, valiente, lleno de coraje, amable, atento, alegre, que vive un gran ideal de amor. Esto tiene una verdad, una bondad y una belleza que atraen al corazón del hombre, ser para Dios, que, en el fondo, está hecho para lo verdadero, bueno y bello.

En la Edad Media, los libros de vidas de santos eran de las obras más leídas. Esto hacía un gran bien.

Ahora no está de moda leer vidas de santos. Estas vidas se leen poco. Podría pues parecer que hoy ya no son atrayentes los santos. Pero, en realidad, hoy, a veces no se les mira porque se les confunde con una caricatura. Se ve al santo como alguien necesariamente raro, que huele a cera, cura solterón y sólo, mujer que se ha metido a monja porque no tenía ningún pretendiente, ser humano que hace unas penitencias inimitables,…

En cambio, la realidad es que todo bautizado puede ser santo, sin necesidad de hacer cosas raras; siendo, sencillamente, los santos, la flor y la nata de la humanidad, lo más bello y encantador.

Se sigue que bastará volver a mirar a los santos, en su verdad, para que vuelvan a ser vistos como muy atractivos, y llegue así a desplegarse ante los ojos un mar de belleza.

En definitiva, a todos atrae la felicidad y lo bueno, pero las personas más felices y más buenas son los santos. ¿Qué más atrayente que la felicidad, la bondad y los santos?

Si son vidas perfectas, tan admirables ¿Por qué no nos creemos dignos de imitarles? ¿Por qué el cielo se nos queda como algo inalcanzable?

Sólo Dios es santo. Jesucristo y María Santísima son los más santos, luego están san José y san Juan Bautista. San Pedro, a pesar de haber tenido el bache de negar al Señor, se arrepintió, se levantó de sus caídas, fue santo, dio martirialmente su vida por amor a Nuestro Señor. Se puede pues también hablar de los defectos de los santos. Entre los santos ha habido conversos, etc. De los santos no conviene imitar sus cosas malas. No son imitables las cosas privativas de su vida concreta. Los santos son imitables en la santidad de vida.

A veces se piensa que los santos no son imitables porque no se repara en que para ser santos no es necesario hacer cosas extraordinarias, basta con hacer extraordinariamente bien las cosas ordinarias. Todas las cosas que se hacen por amor son cosas grandes. Para ser santo, basta con amar bien. Esto es algo que está al alcance de todos los bautizados. Volviéndonos siempre a levantar, seremos santos.

Tal vez porque frecuentemente se piensa que no podemos ser santos, como si la santidad fuera algo inalcanzable, algo sólo para privilegiados. Pero, siendo la santidad alcanzable; el cielo, también. Pues, el santo se va al cielo. Los brazos del Altísimo nos sirven de ascensor hacia el cielo.

¿Por qué rezamos a los santos? Las oraciones de un santo, ¿logran lo que yo no puedo obtener?

Un motivo para rezar a los santos es porque son buenos intercesores. En la vida corriente humana es práctica usual para dirigirse a una persona muy importante, hacerlo a través de alguien que le sea muy cercano, que actúe como intercesor, como presentador, como abogado defensor nuestro, etc. Análogamente, en lo sobrenatural, sabemos que, por ejemplo, dirigirnos a Dios a través de la Virgen María, la gran intercesora y abogada nuestra es algo muy bueno y que resulta muy grato a Dios.

Quién está más cerca de la fuente del calor, participa más del calor. También quién está más cerca de Dios, fuente de las gracias, puede ayudar más. Pues, aunque Dios puede dar como quiera sus dones, suele beneficiar más a través de las almas que están más unidas a Él. De ahí que pidamos oraciones a las personas especialmente buenas, a las que están más unidas a Dios, que son más fieles instrumentos de la gracia divina. Así, por ejemplo, san Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, tiene un pensamiento sobre el combate espiritual, que dice: antes, sólo, no podías; ahora, con la Virgen, qué fácil.

Una curiosidad sobre “lo que queda de los santos”, las reliquias que tanto atraen y cautivan desde hace muchos siglos atrás. ¿Qué son y por qué son importantes?

Las reliquias son cosas que han estado en contacto con los santos. Así, por ejemplo, un rosario pasado por la tumba de un santo. Reliquia de especial categoría es un hueso de un santo.

El sentido religioso lleva a acercarse al santo de los santos, a Jesús, al Santísimo Sacramento del Altar, y, también, a los santos, a sus reliquias. La importancia de las reliquias se entiende muy bien a partir de lo que es la vida de la Iglesia, su vivencia piadosa. Así, por ejemplo, resulta muy iluminante que los obispos de todo el mundo, con ocasión de la visita a Roma para ver al Papa, visitan las tumbas de S. Pedro y S. Pablo, para fortalecer su fe. También la gran importancia que alcanzaron durante la Edad Media las peregrinaciones a Tierra Santa, a la tumba de san Pedro (Roma) y a la tumba del apóstol Santiago (España). Dado que venerar una reliquia es venerar al santo al que representa, y al cual nos acerca, la existencia de una reliquia es ocasión de la afluencia de peregrinos, con lo que se producen muchos actos de devoción, con los consiguientes favores espirituales, y, a veces, milagros. Esto es, se pasa de la reliquia a la interrelación con el santo. Así, gracias a la existencia de la reliquia, se hace mucho bien. La reliquia ha resultado un medio fenomenal.

¿Qué finalidad persigue un mártir? ¿Todavía existen cristianos que están dando la vida por su fe en Cristo? Nos podría dar algunos ejemplos

Actualmente a alguien que da testimonio de la fe se le llama mártir cristiano si es asesinado por odio a la fe y da su vida por amor, y de modo pacífico.

La única finalidad del mártir cristiano es amar. Por amor a Dios lo pierde todo. Lo da todo por amor. No puede dar más. No hay amor más grande que dar la vida por los demás. El mártir cristiano muere amando a Dios y a los hombres, amando también a sus propios verdugos. Cristo es el mártir principal, el pastor que muere libremente por amor a sus ovejas, el Hombre-Dios que muere libremente por amor a los hombres. Todos hemos costado la sangre de aquel que es Dios, que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida por los demás, y que nos ha amado hasta el extremo. El mártir es un reflejo del corazón de Cristo mártir.

Notemos también que los mártires dan al pueblo de Dios un mensaje muy importante, y muy actual. Esto es, que en medio de las persecuciones de este mundo, y en medio de la dictadura del relativismo, han de ser fuertes, han de ser personas de una pieza, han de perderlo todo antes que pecar, antes que apostatar, antes que traicionar a Cristo.

La Iglesia es una, santa, católica, apostólica y siempre perseguida. Durante toda la historia de la Iglesia ha habido mártires. Habrá habido muchos millones de mártires, muchos millones de héroes de la fe. La navecilla de la Iglesia navega sobre un mar de sangre martirial. El siglo XX fue el siglo de los mártires. San Juan Pablo II afirmaba que el programa de la época era la persecución religiosa. También en el siglo XXI están habiendo muchos mártires.

La joven sierva de Dios Marta Obregón, recientemente asesinada, presunta mártir de la castidad, podría ser la primera beata neocatecumenal. La niña Santa María Goretti, el joven beato Fernando Saperas, y, seguramente, la niña y Sierva de Dios Josefina Vilaseca, llamada la Goretti española, fueron también mártires de la castidad. El claretiano Saperas, llevado por sus verdugos a prostíbulos para hacerle pecar, protestaba: matadme, pero esto no. Antes morir, que pecar. Virgen soy, y virgen moriré, y así fue. Su castidad resultó vencedora. Ha habido también tantos mártires españoles, como los 51 beatos claretianos mártires de Barbastro, entre ellos Esteban Casadevall, al que quería salvar la miliciana Trini, porque lo pretendía, enamorada de él, ya que lo veía tan joven y tan guapo, como un artista de cine, pero Esteban prefirió ser fiel religioso y morir mártir. También tantos mártires mejicanos, como David Roldán y Salvador Lara, defensores de la fe católica.

¿Cómo es el proceso para declarar santa a una persona? (siervo de Dios, venerable, beato, Santo)?

Me referiré ahora aquí al proceso ordinario actual para declarar a alguien santo, canonizarlo. Lo que se llama el proceso de beatificación y canonización.

El proceso de canonización, procedimiento para declarar a alguien santo, consta de dos fases: la fase inicial, fase diocesana, o informativa, y la fase final, fase romana, o evaluativa.

Cuando se introduce la causa de alguien, éste empieza a denominarse Siervo de Dios. La fase diocesana se desarrolla bajo la autoridad del Obispo diocesano y se encuentra gestionada por el postulador. Esta fase consiste en recoger toda la información sobre el Siervo de Dios, relativa a las perspectivas de derecho canónico, teología e historia. El Tribunal eclesiástico, que consta de delegado episcopal, promotor de justicia y notario, -antes denominados juez, fiscal y notario-, recoge las declaraciones de los testigos sobre el Siervo de Dios. La Comisión Histórica, compuesta por historiadores y archivistas, recoge la información documental. Durante esta fase se tiene en cuenta la biografía documentada, la fama de santidad, la fama de signos, etc.

En la fase romana se examina críticamente y se evalúa la información facilitada por la diócesis. La Congregación de las Causas de los Santos otorga el decreto de validez, caso que la diócesis haya realizado correctamente la investigación. Se elabora la Positio, exposición de la causa, bajo la guía de la Congregación de las Causas de los Santos. La Positio es evaluada en el Congreso de Consultores Teólogos. Luego se estudia en el Congreso de Cardenales y Obispos. Finalmente, al Papa compete decidir si se procederá o no a la beatificación. Para la canonización, se requiere también de evaluaciones en la Congregación de las Causas de los Santos. Siempre es el Papa el que decide si se procede a la canonización. Siempre se busca que si un Siervo de Dios es beatificado o canonizado, éste, con su vida, sea capaz de transmitir un importante mensaje al Pueblo de Dios.

Los procesos de beatificación y de canonización pueden ser por dos vías: vía de virtudes y por vía de martirio. Para beatificar a un mártir basta con probar su martirio. Para canonizarle, se requiere además probar que tras su beatificación ha realizado un milagro. En el proceso por vía de virtudes, se declara venerable a quién ha vivido todas las virtudes en grado heroico. Para ser beatificado se precisa además probar que ha realizado un milagro. Para canonizarlo, hay que probar además un milagro tras su beatificación. Nótese que no cuentan nunca los milagros que el Siervo de Dios pudiera haber realizado estando aún vivo. Normalmente, al beato se le puede dar un culto oficial restringido a determinados lugares, mientras que, al canonizado, se le puede dar un culto oficial universal.

Obsérvese que la finalidad de un proceso de beatificación y canonización, no es ni beatificar ni canonizar, sino encontrar la verdad y probarla, por esto se da gran peso a las objeciones contra la santidad del Siervo de Dios. Aunque el Siervo de Dios sea un santo, si su santidad no está claramente probada, se descarta darle reconocimiento oficial alguno.