¿Por qué rezo?

Porque me voy a casar con Cristo

Estaba yendo de una habitación a otra de mi casa, cuando esa pregunta “¿por qué rezo?” vino a mi mente sin conexión ninguna ni con lo que estaba haciendo ni con lo que estaba pensando.

Asombrosamente la respuesta apareció de manera tan automática y espontánea como la pregunta: “Porque me voy a casar con Cristo”.

Nunca se me hubiera ocurrido dar esa respuesta. Nunca había pensado en mi relación con Cristo, ni en este mundo ni en el cielo, como una unión matrimonial, pero esos pensamientos tan inesperados como espontáneos me llevaron a toda una reflexión.

Lo primero que pensé, ahora ya sí de manera reflexiva, fue que al fin y al cabo probablemente esa es la unión que tendremos con el Señor en la vida eterna; y me llevó a considerar cómo es mi oración y por qué pudo venirme esa idea.

Me di cuenta de que efectivamente la oración es una comunicación con quien me ama y a quien quiero amar, y que dedico mucho tiempo a intentar conocerle, bien a través de la lectura de la Biblia, especialmente del Evangelio, como en la oración de contemplación.

¿Acaso no es a eso a lo que se dedican los amantes: contemplarse buscando conocer y abarcar todo del amado?

Busqué en la Biblia los versículos en los que se refiere a la relación con el Señor como una relación esponsal, encontrando palabras bellísimas, llenas de fuerza:

”Y oí como el rumor de una muchedumbre inmensa, como el rumor de muchas aguas, y como el fragor de fuertes truenos, que decían: «Aleluya. Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo, alegrémonos y gocemos y démosle gracias. Llegó la boda del Cordero, su esposa se ha embellecido, y se le ha concedido vestirse de lino resplandeciente y puro —el lino son las buenas obras de los santos—». Y me dijo: «Escribe: “Bienaventurados los invitados al banquete de bodas del Cordero”». Y añadió: «Estas son palabras verdaderas de Dios»”, Apocalipsis, 19, 7-9.

“Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo. Y oí una gran voz desde el trono que decía: «He aquí la morada de Dios entre los hombres, y morará entre ellos, y ellos serán su pueblo, y el “Dios con ellos” será su Dios». Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque lo primero ha desaparecido. Y dijo el que está sentado en el trono: «Mira, hago nuevas todas las cosas». Y dijo: «Escribe: estas palabras son fieles y verdaderas».” Apocalipsis 21, 1-5.

“Como un joven se desposa con una doncella, así te desposan tus constructores. Como se regocija el marido con su esposa, se regocija tu Dios contigo.” Isaías, 62,5.


“Tengo celos de vosotros, los celos de Dios, pues os he desposado con un solo marido, para presentaros a Cristo como una virgen casta” 2 Corintios, 2.

Todas estas lecturas me hicieron a entender que quien se casa con el Señor es la Iglesia. Pero, ¿qué es la Iglesia sino todos los bautizados, desde el Papa hasta el más pequeño de los bebés que acaba de recibir al Espíritu Santo? Los bautizados somos los miembros de la Iglesia, cada uno de nosotros debemos casarnos con el Señor para conformar la boda.

Me di cuenta de que, en realidad, casi toda la Biblia se puede leer en clave de amor conyugal. El Padre entrega a su Hijo como esposo a los hombres, y por si fuera poco, también nos entrega Su amor, el Espíritu Santo, para que podamos corresponderle. Es impresionante.

Seguí reflexionando sobre mi oración y me di cuenta de lo egocéntrica que a menudo es. Me di cuenta que soy como el novio que en cuanto tiene un momento con su amada se dedica a hablarle nada más de lo que ha hecho en su día, de lo que le ha salido mal, de los planes que tiene y de las preocupaciones que le invaden, pero apenas escucha a su amada ni busca corresponderla, tan solo ser escuchado.

Ya hacía messes que en una ocasión, cuando acababa de regresar tras una infidelidad hacia el Señor (cuando volvía de confesarme, quiero decir), pensaba en cómo era posible que él Señor me perdonara siempre. Entendí que Cristo es como una esposa maltratada, que a pesar de mis infidelidades y de mi maltrato no deja de amarme y siempre está a la espera de mi arrepentimiento, nunca me niega el perdón, siempre me vuelve a acoger en sus brazos. Más aún, entendí que como la esposa del borracho que una y otra vez llega a casa en un estado deplorable, no sufre tanto por el desprecio y el maltrato al que le someto, sino por el lamentable estado al que me abandono. Y su felicidad cuando regreso no es por Él, como si necesitara mi amor, sino por verme restaurado y capaz de acoger Su amor.

Entendí entonces que Jesús realmente estaba enamoradísimo de mí, y lógicamente de todo el mundo; que la mejor forma de entender qué siente por cualquiera de nosotros es esa: «está locamente enamorado», como un adolescente, solo que Él no idealiza a nadie, muy al contrario, nos conoce plenamente y de ahí la perfección de su amor, su amor es total, sin límites ante nuestras debilidades.

Seguí pensando en mi oración y me di cuenta que, como cualquier novio, también paso mucho tiempo hablando con Su Madre, mi Madre. Conocer a la madre del amado es necesario para poder llegar a conocerle en su más profunda intimidad. Y también dedico tiempo a hablar (y escuchar) a los que han sido sus amigos, a los apóstoles, sin duda y sus discípulos, pero también los amigos que ha tenido a lo largo de los siglos, los santos. Ellos me hablan de cómo se han relacionado con Jesús y consecuentemente de cómo es Él, y ellos, que ya han llegado a la meta, la boda con el amado, me ayudan, me guían por el camino hacia Él.

Pero es Él quien más me habla. Rezo para escucharle. Cada minuto frente Él en el sagrario, o mejor aún, cara a cara, cuando está expuesto en la custodia. Cada Eucaristía la cena de bodas, como si fuera el “ensayo” del banquete definitivo. En cada Misa mi amado se me entrega. ¡¡Como quisiera yo recibirle como Él desea que yo lo haga!!

¿Por qué rezo?, porque me voy a casar con Cristo. Amén.

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