Plenario de la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales

Discurso del Santo Padre Francisco a los participantes

Esta mañana, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a los participantes de la Sesión Plenaria de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales.

Publicamos a continuación el discurso que el Papa dirigió a los presentes durante el encuentro:

Discurso del Santo Padre Francisco

¡Damas y caballeros!
Les doy la bienvenida y les deseo un buen trabajo en esta Sesión Plenaria de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales. Y agradezco al Prof. Zamagni por sus amables y agudas palabras. Has centrado tu atención en la realidad de la familia. Agradezco esta elección y también la perspectiva desde la que lo consideras, es decir, como un “bien relacional”. Sabemos que los cambios sociales están modificando las condiciones de vida del matrimonio y las familias en todo el mundo. Además, el actual contexto de crisis prolongada y múltiple está poniendo a prueba los proyectos de familias estables y felices. Podemos responder a este estado de cosas redescubriendo el valor de la familia como fuente y origen del orden social, como célula vital de una sociedad fraterna y capaz de cuidar de la casa común.

La familia ocupa casi siempre el primer lugar en la escala de valores de los diferentes pueblos, porque está inscrita en la naturaleza misma de la mujer y del hombre. En este sentido, el matrimonio y la familia no son instituciones puramente humanas, a pesar de los numerosos cambios que han conocido a lo largo de los siglos y de las diferencias culturales y espirituales entre los diversos pueblos. Más allá de todas las diferencias emergen rasgos comunes y permanentes, que manifiestan la grandeza y el valor del matrimonio y de la familia. Sin embargo, si este valor se vive de forma individualista y privatista, como ocurre en parte en Occidente, la familia puede quedar aislada y fragmentada en el contexto de la sociedad. Así, se pierden las funciones sociales que la familia ejerce entre los individuos y en la comunidad, especialmente hacia los más débiles, como los niños, las personas con discapacidad y los ancianos que no son autosuficientes.

Se trata, pues, de comprender que la familia es buena para la sociedad, no como simple agregación de individuos, sino como relación fundada en un «vínculo de perfección recíproca», para usar una expresión de san Pablo (cf. 3,12- 14). En efecto, el ser humano está creado a imagen y semejanza de Dios, que es amor (cf. 1 Jn 4, 8.16). El amor mutuo entre el hombre y la mujer se refleja del amor absoluto e inagotable con que Dios ama al ser humano, destinado a ser fecundo ya realizarse en la obra común del orden social y el cuidado de la creación. El bien de la familia no es de tipo agregativo, es decir, no consiste en agregar los recursos de los individuos para aumentar la utilidad de cada uno, sino que es un vínculo relacional de perfección, que consiste en compartir relaciones de amor fiel , confianza, cooperación, reciprocidad, de las que derivan los bienes de los miembros individuales de la familia y, por tanto, su felicidad. Así entendida, la familia, que es en sí misma un bien relacional, se convierte también en fuente de muchos bienes y relaciones para la comunidad, como la buena relación con el Estado y otras asociaciones de la sociedad, la solidaridad entre las familias, la acogida de los que están en dificultad, la atención a los más pequeños, el contraste con los procesos de empobrecimiento, etc.

Este vínculo perfectivo, que podríamos llamar su específico «genoma social», consiste en una acción amorosa motivada por el don, viviendo según la regla de la reciprocidad generosa y de la generatividad. La familia humaniza a las personas a través de la relación de «nosotros» y al mismo tiempo promueve las legítimas diferencias de cada uno. Esto, atención, es realmente importante para entender qué es una familia, que no es solo una agregación de personas.


El pensamiento social de la Iglesia ayuda a comprender este amor relacional propio de la familia, como lo intentó hacer la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, insertándose en la estela de la gran tradición, pero con esa tradición, dando un paso adelante.

Un aspecto que quisiera subrayar es que la familia es el lugar de acogida. No se habla mucho de ello, pero es importante. Sus cualidades se manifiestan de manera particular en las familias donde hay miembros frágiles o discapacitados. Estas familias desarrollan virtudes especiales, que potencian la capacidad de amar y la paciencia ante las dificultades de la vida. Pensamos en la rehabilitación de los enfermos, la acogida de los migrantes y, en general, la inclusión social de quienes son víctimas de la marginación, en todos los ámbitos sociales, especialmente en el mundo del trabajo. La atención domiciliaria integral a personas con discapacidad severa pone en marcha en los familiares esa capacidad de cuidado que sabe dar respuesta a las necesidades específicas de cada uno. Piense también en las familias que generan beneficios para el conjunto de la sociedad, incluidas las familias adoptivas y las familias de acogida. La familia -lo sabemos- es el principal antídoto contra la pobreza, tanto material como espiritual, como lo es también el problema del invierno demográfico o de la maternidad y paternidad irresponsables. Estas dos cosas deben ser enfatizadas. El invierno demográfico es un asunto serio. Aquí en Italia es un asunto serio en comparación con otros países europeos. No se puede dejar de lado, es un asunto serio. Y la irresponsabilidad de la maternidad y la paternidad es otra cosa grave que hay que tener en cuenta para ayudar a que no pase.

La familia se convierte en vínculo de perfección y en bien relacional cuanto más hace florecer su propia naturaleza, tanto por sí misma como con la ayuda de otras personas e instituciones, incluidas las gubernamentales. Es necesario que se promuevan en todos los países políticas sociales, económicas y culturales “familiares”. Por ejemplo, las políticas que hacen posible la armonización entre familia y trabajo; políticas fiscales que reconozcan las cargas familiares y apoyen las funciones educativas de las familias mediante la adopción de instrumentos apropiados de equidad fiscal; políticas de aceptación de la vida; servicios sociales, psicológicos y sanitarios centrados en el apoyo a las relaciones de pareja y parentales.

Una sociedad familiar es posible. Porque la empresa nació y evolucionó con la familia. No todo es imputable al contrato, ni todo puede ser impuesto por mandato. En realidad, cuando una civilización arranca de su tierra el árbol de los dones como gratuidad, su decadencia se hace imparable. Bueno, la familia es la plantadora principal del árbol de la gratuidad. La relacionalidad que se practica en la familia no descansa sobre el eje de la conveniencia o el interés, sino sobre el del ser, que se mantiene aun cuando las relaciones se rompen. Y me gustaría subrayar esto de la gratuidad, porque no lo pensamos tanto; es muy importante insertarlo en la reflexión sobre la familia. La gratuidad en la familia: el don, dar y recibir el don libremente.

Creo que hay algunas condiciones para redescubrir la belleza de la familia. La primera es sacar del ojo de la mente la «catarata» de las ideologías que nos impiden ver la realidad. Es la pedagogía del maestro interior -la de Sócrates y San Agustín- y no lo que busca simplemente consentir. La segunda condición es el redescubrimiento de la correspondencia entre matrimonio natural y matrimonio sacramental. La separación entre los dos, en efecto, termina, por un lado, por hacernos pensar en la sacramentalidad como algo añadido, extrínseco, y por otro, corre el riesgo de abandonar la institución de la familia a la tiranía de lo artificial. La tercera condición es, como recuerda Amoris Laetitia, la conciencia de que la gracia del sacramento del Matrimonio -que es el sacramento «social» por excelencia- cura y eleva a toda la sociedad humana y es levadura de fraternidad. “Toda la vida en común de los esposos, toda la red de relaciones que tejerán entre sí, con sus hijos y con el mundo, será impregnada y fortalecida por la gracia del sacramento que brota del misterio de la Encarnación y de la Pascua, en la que Dios expresó todo su amor a la humanidad y se unió íntimamente a ella» (n. 74).

Queridos amigos, mientras os dejo estas reflexiones, os aseguro una vez más mi gratitud, mi aprecio por las actividades de esta Pontificia Academia y también mi oración por vosotros y vuestras familias. Te bendigo de corazón. Y tú también, por favor, no olvides rezar por mí.

¡Gracias!