En el marco de la Semana Laudato Si’, la doctora María Elisabeth de los Ríos Uriarte, profesora e investigadora de la Facultad de Bioética de la Universidad Anáhuac de México, ofrece a los lectores de Exaudi su artículo “Pistas para una conversión ecológica integral”.
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Con ocasión de la celebración de la Semana Laudato Si’ conviene no sólo recordar lo que el Papa Francisco nos ha compartido en sus reflexiones en la encíclica mencionada sino, también y sobre todo, hacer un alto para la reflexión y el discernimiento en nuestras propias vidas en este tiempo especial de recuperación de nuestra vida y de nuestros espacios en la vida postpandemia.
La exhortación principal del Papa es a realizar una conversión ecológica integral que comprenda la necesaria interrelación e interconexión de todas las realidades que habitamos la Casa Común con el propósito de convivir armónica y respetuosamente entre todas las creaturas en una constante actitud de alabanza y adoración al Creador escuchando el clamor de la tierra que es, también, el clamor de los pobres.
En este contexto podemos reflexionar sobre tres pistas que nos pueden ayudar a comenzar nuestro proceso de conversión integral.
En primer lugar, la clave comienza por recuperar la dimensión creatural de los seres humanos. El sentirnos frágiles y vulnerables, heridos, confundidos y con miedo ha sido la constante en este tiempo de confinamiento y de pandemia pero esta condición humana revela la necesidad que tenemos de encontrarnos con nuestro Creador pues deja al descubierto la verdad ineludible y cruda de que somos creaturas, que estamos sujetos a las leyes del tiempo y del espacio y que no somos infinitos. Somos seres necesitados y esta necesidad nos hace regresar la mirada a Aquél que nos creó no por necesidad sino por amor.
Este entendimiento, por su parte, nos inserta dentro de la dinámica de la gratuidad del amor en donde comprendemos que nuestra existencia, nuestro ser en el mundo nos fue dado como don y que, por ende, debemos ofrecerlo como don también convirtiéndonos así, en don para otros. La misión consiste ahora en hacer de nuestra vida una ofrenda para los demás.
Una segunda pista consiste en retomar y reflexionar sobre la dimensión relacional de los seres humanos. Sabernos cohabitantes del mismo espacio no es suficiente, es preciso ir más allá y penetrar en los lazos de fraternidad que nos unen al ser, todos por igual y siempre, hijos y e hijas de Dios.
Parte de nuestra esencia vulnerable nos exige el encuentro con los otros. Quizá nunca como en esta pandemia hemos experimentado la necesidad de los otros en mi vida. Nadie se salva solo, pero en este tiempo pareciera que hemos quedado esparcidos entre las historias rotas y los encierros prolongados.
Este nuevo tiempo que se asoma ya puede ser la oportunidad para recuperar, en primer lugar, el rostro del otro que representa un imperativo ético frente al cual no puedo quedar indiferente y que va acompañado de una historia concreta que la hace única. En especial, traigamos al presente los muchos rostros que en esta pandemia ofrendaron su vida por servir a otros.
Esos son los rostros que debemos recuperar, esos son los nombres y las historias que no debemos olvidar. Narrar, compartir, recordar son las acciones que nos devuelven la mirada al otro y, a la vez, a nosotros mismos.
Por último, una tercera pista versa sobre la recuperación de la dimensión de la respectividad. De inicio a fin de la encíclica “Laudato Sí” el Papa Francisco nos repite que no asistimos a dos crisis diferentes sino a una sola que tiene dos rostros diferentes: el social y el ambiental pero es la misma crisis en el fondo.
Esto significa que lo que sucede a nivel social repercute en el ambiente y viceversa, por ende, conviene pensar que tenemos una responsabilidad especial para con el cuidado de nuestro entorno pues la sobre explotación de los recursos naturales ha redundado en altísimos índices de pobreza, contaminación y enfermedades.
También, se desprende de aquí lo que ya se anunciaba al inicio: el cuidado del medio ambiente pasa, necesariamente, por la búsqueda de condiciones de justicia para todos, la construcción de lazos de fraternidad, la educación para la paz, el anhelo de solidaridad, la búsqueda de la esperanza comunitaria.
Con todo esto, acallar el ruido exterior e interior, sobre todo en este último año donde hemos sido sobre informados permite hacer surgir esa necesaria admiración que nos permita entender que hemos sido creados por amor y estamos llamados al amor en la donación a otros y también hace brotar en nosotros la humildad para reconocer que no somos tan fuertes como pensábamos y que necesitamos la misericordia de nuestro Creador.
Impulsar la generosidad, los encuentros fraternos y el diálogo enriquecedor, son ayudas importantes para repensar nuestro ser relacional y la importancia de la convivencia humana especialmente para quienes se han quedado a lado del camino en este tiempo de pandemia.
La invitación del Papa Francisco desde el 2015 es a caminar, progresivamente, a una conversión ecológica integral que consiste en desarrollar actitudes y miradas nuevas que sean capaces de albergar y reconocer el don de la creación en donde se inserta el ser humano y actuar en conformidad con esa gratuidad.