¡José!, ¡José!
¡Ven!, ven, mira. Me he enterado que no habéis encontrado alojamiento en ninguna posada … bueno, con tu permiso me he permitido prepararos un lugar … mira, os he hecho sitio en mi corazón. Sé que no es el mejor lugar … bueno, sé que no es apropiado para tu esposa María, y menos aún que no es digno de recibir a vuestro Hijo … pero es lo único que tengo para poder ofreceros.
Está frío, ¡es de piedra!, pero sé que si aceptáis quedaros en él, podréis hacer de él un lugar mejor.
Yo lo he intentado limpiar lo mejor que he sabido, pero creo que todavía os encontraréis afectos viejos, que quizá os quiten sitio. Si me pudierais enseñar a librarme de esos estorbos …
También he cambiado algunas cosas de sitio … la pereza, el egoísmo, el orgullo, pero que no consigo desprenderme de ellos, ¡son tan grandes! Si quieres hacer con ellos una hoguera, quemarlos y hacerlos desaparecer para siempre, ¡cómo te lo agradecería!
Ves, ya te decía yo, que mi corazón no es digno de acogeros, pero si no os lo entrego … quedará sumido en la más absoluta oscuridad; si no os lo entrego, creo que no servirá para nada.
Con vuestro calor, con vuestro amor, podréis hacer mi corazón más acogedor. Después, cuando nazca el Niño, sé que podrá transformar la piedra en carne.
He visto cómo amas a María y cómo te ama ella a ti, y me gustaría tanto que estuvierais siempre en mi corazón para poder aprender de vosotros.
Con vuestro ejemplo, vuestra guía, sé que podrá latir para los demás, no solo para mí. Y quizá con vuestro Hijo en mi corazón podré llegar a ser como un niño; seguro que a Él le gustaría.
José, ven, por favor, venir a mi corazón María y tú, y con vuestro Hijo hacer morada en él, para siempre, … yo os lo entrego. Que vuestro Hijo crezca en él y que su Corazón lata con el mío. ¿Sabes?, he soñado que ya había nacido y que le habías puesto nombre. ¡Qué bonito!, me gusta mucho, Emmanuel.