Tendida en el suelo, María Agustina Rivas López, “Aguchita”, volvió a nacer. Y es que la muerte no la sorprendió, sino más bien la encontró lista. Misionera de la congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor aprendió a convivir con la comunidad nativa Yanesha en el centro poblado La Florida, ubicado a 727 m s.n.m. en la selva central, provincia de Chanchamayo, región Junín.
Amada por el pueblo, Luzmila Antonia, como la bautizaron sus padres nace un 13 de junio de 1920. A más de un centenario de su nacimiento, los gestos de amor que en el día a día brotaban de su corazón, se convierten ahora en muestra de la ternura con que cobijó a quienes más lo necesitaban.
Su pueblo natal Coracora, provincia de Ayacucho, la recibió con una peregrinación el ultimo 28 de mayo, desde el templo de Nuestra Señora de las Nieves, hasta su casa.
Días antes, entre pancartas, globos y un bosque de banderas los fieles caminaron en procesión junto a sus reliquias que fueron trasladadas por la Superiora Provincial Marlene Acosta Tixi, desde el templo de Santo Domingo, hasta la Basílica Catedral de Ayacucho, en la ciudad de Huamanga.
Con una misa de glorificación presidida por el arzobispo de Ayacucho monseñor Salvador Piñeiro, los ayacuchanos celebraron a su primera beata de origen andino. “En la década de los años 90 una bala propinada por Sendero Luminoso le arrancó la vida”, recordó monseñor Salvador durante su homilía. “¡Nuestra beata Aguchita es Hija de los Andes!”, alzo su voz mientras los aplausos de los jóvenes, misioneros, y religiosos de diversas delegaciones de Lima, y del interior del país celebraban sus palabras.
Testigo del amor
“La religiosa del buen pastor no improvisó su vida”. “Ella sabía que la vida es corta y que vivir días plenos era lo mejor”. “Por eso, decidió ser como el cirio que ilumina, pero se gasta”, narró la hermana Vilma misionera del buen pastor quien vivió con ella sus últimas horas en el centro La Florida.
La hermana Vilma relató en el altar cómo en un acto divino logró llevarle la Eucaristía cuando ya estaba tendida en el piso, en medio de un charco de sangre. “Tengo que darle el ultimo regalo a Aguchita” “Me armé de valor pese a que el lugar estaba vigilado por militantes de sendero, pude darle también los santos oleos”.
Al término de la misa los asistentes entonaron, guiados por el coro de jóvenes, el himno a Aguchita, testigo de la misericordia. Ella sigue viva, pues sus gestos de amor obran milagros de fe en los corazones de aquellos que buscan conocerla.