Carlos J. Gallardo, sacerdote diocesano en Córdoba, España, ofrece a los lectores de Exaudi este artículo sobre la festividad de san Pedro Crisólogo, “el santo de la palabra de oro”, que fue declarado Padre y Doctor de la Iglesia.
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El santo que celebramos en este día es San Pedro, llamado Crisólogo (que significa “palabra de oro”). De su vida y ejemplo podemos extraer muchas enseñanzas para nuestra vida espiritual. Nuestro santo nació en la ciudad de Imola, en la Emilia, entre el año 380 y 406. Es muy significativo que su padre había sido obispo de su ciudad y, tras su muerte, fue bautizado y educado por el nuevo obispo, Cornelio de Inmola. Sintiendo la llamada del Señor fue ordenado diácono hacia el año 430.
Pero el Señor tenía un plan de amor para la vida de Pedro. Un plan que cambiaría todos sus esquemas poniendo así su vida al servicio de la Iglesia, de la salvación de las almas, de la Gloria de Dios: Pedro fue elegido obispo de Rávena.
La elevación de Pedro a la dignidad de obispo de Rávena tuvo lugar probablemente entre los años 424-429. Desde el año 404 Rávena era residencia imperial de Occidente. Por sugerencia del emperador romano, que estimaba a Pedro, el papa otorga a esta sede la dignidad de metropolitana.
Pedro fue el primer arzobispo, “antistes”, como se decía entonces. Como a tal, ya en 431 Teodoreto de Ciro, y más tarde, a principios del 449, Eutiques, le escriben para pedir su protección en la polémica suscitada por las cuestiones cristológicas, tan debatidas en Oriente. Se ha conservado la respuesta de Pedro a Eutiques, que es en definitiva un hermoso testimonio de obediencia, amor y respeto al Papa, sobre todo en materia de fe y costumbres.
Pedro comenzó a ser conocido por su vida recta, su clara doctrina y su fidelidad al Papa y a la Iglesia. De hecho, su fama superó rápidamente los límites de su diócesis. Se distinguió por su actividad como constructor de edificios sagrados y como consejero de la emperatriz regente, Gala Placidia. Pero sobre todo sobresalió como predicador.
Se le atribuyen 725 sermones, aunque algunos de ellos de autenticidad discutible. En los dos últimos siglos se han descubierto otros inéditos. La mayor parte tienen contenido apologético y moral, pero al mismo tiempo dedicó parte de su estudio y predicación a cuestiones de carácter cristológico. Algunos de sus textos tratan el tema de la Encarnación del Verbo, en los que presenta la postura ortodoxa y refuta las diversas herejías de la época: el arrianismo, el nestorianismo y el monofisismo.
El grupo más importante de sermones está orientado a la formación de los catecúmenos, antes de recibir el Bautismo. Siete de ellos son explicaciones del Símbolo (Sermones 56-62) y otros tantos son comentarios de la oración dominical (Sermones 77-82). El resto son homilías breves para el comentario de la Sagradas Escrituras con contenido fundamentalmente moral.
Murió en su ciudad natal, en Imola, cerca de Rávena, en el año 450. El papa Benedicto XIII en el año 1729 otorgó a San Pedro el título de Doctor de la Iglesia.
De San Pedro Crisólogo podemos destacar un amor profundo a Jesucristo. No era un “teólogo académico” sino un teólogo muy pastoral. Le mueve su tarea de obispo y pastor. Por eso sabe que es muy importante que el pueblo de Dios conozca a Jesucristo y profundice en el gran acontecimiento de la Encarnación. Destacó en sus escritos las implicaciones morales y personales que afectan al hombre en relación con el misterio de la Encarnación.
Que Cristo sea Dios y hombre verdadero no es exclusivamente un punto dogmático de nuestra fe, de nuestro credo, sino que afecta a la vida del hombre. Se trata del “quicio” fundamental del misterio de la redención. Por ello este santo doctor nos hace redescubrir esta verdad y su implicación en nosotros pues “lo que no ha sido asumido no ha sido redimido”. Afirmar que Cristo es Dios y hombre verdadero es mostrar la belleza del amor de Dios que haciéndose carne busca al hombre para hablar con él cara a cara.
La fidelidad a la persona y al magisterio del Santo Padre es también de vital importancia en la doctrina y vida de San Pedro. Así le escribe a Eutiques exhortándole con vehemencia a la obediencia, amor y respeto al papa:
“En todo te exhortamos, honorable hermano, a que acates con obediencia todas las decisiones escritas por el santísimo Papa de la ciudad de Roma, ya que San Pedro, que continúa viviendo y presidiendo en su propia sede, brinda a los que la buscan la verdadera fe. Nosotros, en cambio, para el bien de la paz y de la fe, no podemos asumir las funciones de juez sin el consentimiento del obispo de Roma”.
Amor a Cristo y amor a la Iglesia expresado en la obediencia al papa son la clave para el camino hacia la santidad. Este santo hoy nos deja este legado y nos ayuda a examinarnos sobre estos dos grandes amores. ¿Y tú? ¿Cómo andas de amor a Cristo y al Santo Padre? Cuida estos amores y tu vida será para el mundo “palabra de oro” que deje el buen olor de Cristo a ejemplo de San Pedro.