El 12 de octubre de cada año, celebramos el día de la raza, fecha en la que conmemoramos la primera vez que, navegantes españoles, presididos por Cristóbal Colón, llegaron al continente americano. General y popularmente, también es conocida esta fecha como el descubrimiento de América.
Más allá de los distintos puntos de vista y las tantas discusiones que genera hoy este acontecimiento histórico, de parte de quienes ven dicho “descubrimiento” como muy positivo para el continente americano o de quienes enfatizan todo lo negativo que dicho “encuentro” significó para los habitantes y culturas originarias de estas tierras, quiero compartir hoy unas reflexiones sobre el perfil, el estilo de vida, las principales convicciones y anhelos que mueven al hombre de hoy, especialmente a los jóvenes: presente, esperanza y futuro de nuestra raza, de nuestras sociedades y de toda la humanidad.
Vivimos en la coyuntura histórica llamada, generalmente, por antropólogos, historiadores, filósofos y sociólogos de “transición de la modernidad a la postmodernidad”. Como toda etapa de la historia humana, ésta, en la que nos correspondió vivir, tiene sus luces y sus sombras.
Hay consenso en que la década de los sesentas marcó una ruptura y novedad respecto de las décadas pasadas y de las que estamos viviendo. Dos guerras mundiales, además de otras muchas internacionales y locales, los fracasos de la democracia y del sistema económico capitalista, el fracaso de la ciencia y de la técnica para resolver los grandes problemas del ser humano y de toda la humanidad, la creciente situación de injusticia, inequidad, violencia, migración y muerte en grandes masas de población en todos los rincones del planeta, etc., dieron al traste con la fe inconmovible de nuestros antepasados modernos en el progreso ilimitado de la humanidad, mediante la ciencia y la técnica, que – en su momento – produjo la revolución industrial.
Para la generación de los sesentas, con sus famosas protestas juveniles y estudiantiles, la esperanza en un mundo mejor se vino abajo y la idea de progreso en la que creyeron los abuelos se convirtió en un relato de la historia sin futuro y sin-sentido, sin norte, sin dirección.
Todo lo cual fue conformando sociedades ya no de producción sino de consumo, en las que todo puede ser negociable, en las que prima el “tener” sobre el ser. Hombres y sociedades que, ante la perspectiva de no-futuro, viven sin interés por el trabajo y el esfuerzo, por avanzar y superarse. Entonces, predominan lo fácil y rápido, lo desechable y perecedero, la “deconstrucción”, lo “light” y descomprometido.
El rechazo a todo lo institucional y jerárquico, en todos los terrenos de la vida en sociedad (político, religioso, etc.), puesto que dichas instituciones controlaron y sustentaron el ideal de progreso que fracasó, produce un retiro al santuario de lo individual, de lo personal y privado, con desmedro del interés por todo lo colectivo y por la búsqueda del bien común. Se siguen personajes, individualidades, sectas, terapias o pequeños grupos, donde los individuos puedan sentirse personas y no masas amorfas.
Con lo cual llegamos a la anarquía, al mundo sin dogmas ni verdades únicas, ni absolutas, ni universales. Mundo del subjetivismo y del “relativismo “moral”, según el cual cada quien elabora “a la carta” sus propias verdades y su proyecto de vida. Mundo sin certezas, seres fragmentados que buscan lo útil, el tener y el placer como fundamento de la felicidad. Tiempos de cambios rápidos, de incertidumbre, de crisis, del sin-sentido, de historias y saber precario, en el que prima la estética sobre la ética, el sentimiento sobre la razón, mundo del entretenimiento.
Sociedades pansexualitas y hedonistas, viviendo sin perspectiva de trascendencia, buscando disfrutar aquí y ahora. Con el mínimo sacrificio, compromiso y esfuerzo se busca alcanzar el máximo lujo, confort y derroche. En esta carrera loca y frenética por el placer y la felicidad el fin justifica los medios.
Todo lo cual conlleva a una sexualidad, también light, en la que prima el placer del contacto físico, sin fidelidad y en la que esta dimensión humana se reduce a la genitalidad. Porque lo auténtico es lo prohibido.
En el terreno de lo religioso, el ser humano de nuestros tiempos, y por tanto nuestros jóvenes, heredaron la premisa del “Dios ha muerto” de F. Nietzsche. Porque si tenemos la ciencia, la técnica y la tecnología podemos prescindir de Dios para que surja “el super hombre”. Todo lo cual causa el secularismo y el declive de todo lo religioso.
El hombre postmoderno cree, pero lo hace en medio de un “mercado religioso” y “a la carta”. Proliferan mil ideas, sectas, terapias y movimientos pseudo-religiosos por la necesidad de encontrarle sentido a la existencia y solución a los graves problemas de la humanidad aún no resueltos. Pero este “retorno” o necesidad de lo religioso y trascendente es también “light”, sin convicciones fuertes y siempre de modo utilitarista, en medio de una sobrecarga de medios de comunicación y de información en la que nada vale o todo tema vale por igual.
Los jóvenes de hoy, en consonancia con todo lo dicho, creen pero no de manera institucionalizada, creen pero sin afiliaciones, rótulos o membresías de instituciones religiosas, creen pero sin prácticas religiosas institucionales, creen sin pertenecer a ninguna institución religiosa, con rechazo a las prácticas religiosas impuestas y tradicionales, creen pero de manera heterogénea y ecléctica.
Se interesan por ideas y movimientos de espiritualidad, pero rechazan toda pertenencia a las religiones oficiales, viven y buscan algún tipo de experiencia espiritual que no tenga la regulación de las instituciones religiosas.
Esta breve reseña de los principales rasgos del hombre, sociedad y cultura de nuestra época, si bien – frente a la modernidad – retrata modos de ser y actuar del hombre actual y una crisis humana y social, al mismo tiempo, nos invita a oportunidades para realizar cambios.
Son aprovechables y rescatables los énfasis de la cultura y del hombre de hoy. Hay que aplaudir, por ejemplo, las conquistas en el respeto a los derechos individuales y de grupos minoritarios en el mundo, pero sin olvidar la necesidad de buscar y encontrar siempre caminos que nos aseguren el bien de las grandes mayorías, el bien común.
Los jóvenes son el tesoro de nuestra raza y el presente y futuro de nuestra esperanza. Son los que deben construir, con lo mejor de la herencia de padres y abuelos, una sociedad que “respete la dignidad, la libertad, el derecho de las personas” sin estar tentados a “ceder a la seducción de las filosofías del egoísmo o del placer, o a las de la desesperanza y de la nada” afirmando la “fe en la vida y en lo que da sentido a la vida: la certeza de la existencia de un Dios justo y bueno”.
Ensanchando los “corazones a las dimensiones del mundo, a escuchar la llamada de los hermanos y a poner ardorosamente a su servicio sus energías. Luchando contra todo egoísmo. Negándose a dar libre curso a los instintos de violencia y de odio, que engendran las guerras y su cortejo de males”.
El mundo urge por jóvenes “generosos, puros, respetuosos, sinceros” que edifiquen “con entusiasmo un mundo mejor que el de sus mayores” con la “la facultad de alegrarse con lo que comienza, de darse sin recompensa, de renovarse y de partir de nuevo para nuevas conquistas”. (Entre comillas apartes del Mensaje a los Jóvenes del Vaticano II).