París, ¿ciudad de las tinieblas?

Foto: Natalia KOLESNIKOVA

Algo muy oscuro se cernió sobre París – la autodenominada «Ciudad de la Luz»- en la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos – 2024, extendiéndose dichas tinieblas por todo el orbe.

El jinete sobre el caballo blanco del Apocalipsis

En la parte final de la inauguración de este evento deportivo, un jinete misterioso e intrigante cabalgaba velozmente sobre un caballo mecánico plateado por el rio Sena para culminar su carrera en la Torre Eiffel.

Según el director artístico de la ceremonia, Thomas Jolly, la imagen era «la encarnación de Sequana, diosa del río y símbolo de la resistencia». En la mitología gala, Sequana es la ninfa de las fuentes del Sena. Situadas en un parque, antiguo santuario galo-romano de Source-Seine, en el Franco Condado de Borgoña, estas fuentes aún pueden visitarse y son propiedad de la ciudad de París.

Al final de este paseo por el Sena, el misterioso y oscuro personaje, que ocultaba su rostro e iba cubierto con una capa con los anillos olímpicos impresos, llegó al Trocadero, frente a la Torre Eiffel, a lomos de un caballo blanco de carne y hueso, secundado por las banderas de los comités olímpicos de las naciones participantes. Todas las naciones del orbe le seguían.

Imagen de la retransmisión de la ceremonia inaugural de los JJOO-2024. (Foto: Albert Cortina)

En una ceremonia donde en algunos momentos se jugaba con la simbología esotérica y ocultista – como en todos estos actos multitudinarios retransmitidos a nivel global – y específicamente con la ideología emanada de la cultura woke (un claro ejemplo fue la lamentable parodia de la Última Cena, donde Jesucristo instituyó la Eucaristía, el misterio central de la Fe cristiana), resulta inquietante lo que se pretendía mostrar realmente al mundo con esas imágenes tan controvertidas.

Seguramente a pocos se les escapó (o tal vez sí, dada la poca formación en escatología, materia desconocida por muchos católicos en estos tiempos) que el jinete del caballo blanco – uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis- bien podía llegar a representar al Anticristo.

En efecto, para algunos intérpretes de este texto bíblico, el jinete del caballo blanco de Apocalipsis 6 no es el mismo que el de Apocalipsis 19. La apertura del primer sello en Apocalipsis 6 da paso a la aparición del Anticristo en el escenario mundial. El jinete sobre el caballo blanco en ese versículo sería, según dicha interpretación, la representación simbólica de la aparición real del Anticristo.

En cambio, Apocalipsis 19 narra la aparición literal de Jesucristo en el Cielo acompañado de sus ángeles que le dan gloria y adoración, dando a conocer que su Nombre es el Verbo de Dios.

«Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo.» (Apocalipsis 19, 11-13).

En un interesante libro de Alfredo Sáenz, S. J. titulado «El Apocalipsis según Leonardo Castellani» (Fundación Gratis Date, Pamplona, 2005), el autor nos aclara que el nombre de «Anticristo» lo inventó San Juan. Por otro lado, San Pablo lo denominó «Á-nomos», el sin ley (Tes 2, 8). Finalmente, Cristo lo llamó «el Otro» cuando dijo: «Porque yo vine en nombre de mi Padre y no me recibisteis; pero Otro vendrá en su propio nombre y a ése le recibiréis.» (Jn 5, 43).

Para muchos cristianos contemporáneos, resulta desconocido que el Anticristo, en su manifestación, no se contentará con negar que Cristo es Dios y Redentor, sino que se erigirá en su lugar, cual verdadero Salvador de la humanidad. Tratará incluso de parecerse a Cristo lo más posible. Será «el simio de Dios», el mono de Cristo. Encarnará la hipocresía sustancial de los fariseos del siglo I, que no sólo eran tenidos como santos, sino que ellos mismos se creían tales. Juntará presuntas «virtudes» y un inmenso orgullo.

Según nos relata en su ensayo el P. Sáenz, el Anticristo llevará a cabo una síntesis mundial de todos los adversarios del cristianismo, tanto en el Oriente como en el Occidente.

Por otro lado, en el libro sobre el Apocalipsis, Castellani dice que este personaje logrará realizar una especie de contubernio entre el capitalismo y el comunismo. Ambos buscan lo mismo, el mismo Paraíso Terrenal por medio de la «técnica», en orden a la deificación del hombre. La ideología que los une es común: la de la inmanencia, el paraíso en la tierra, el hedonismo sin límite. «La sombría doctrina del «bolchevismo»–escribe Castellani– no será la última herejía, sino su etapa preparatoria y eufórica, «mesiánica». El bolchevismo se incorporará, será integrado en ella». Esta amalgama del Capitalismo y el Comunismo en una unidad englobante será justamente la hazaña del Anticristo. «Se arrodillarán ante él todos los habitantes de la tierra» (Ap 13, 8). Parece como si el P. Castellani estuviese describiendo con suma precisión el Globalitarismo o Nuevo Orden Mundial que se está imponiendo en nuestro tiempo.

Sea lo que fuere de tales hipótesis, para el P. Sáenz y para el P. Castellani, lo importante es que «el Misterio de Iniquidad, encamado en un cuerpo político dotado de inmensos poderes, se encarnará en aquel Hombre de satánica grandeza, plebeyo genial y perverso, de maldad refinada, a quien Satanás comunicará su poder y su acumulada furia».


Así, Sáenz añade en su comentario sobre el Anticristo: «En el mundo antiguo la tiranía fue feroz y asoladora; y sin embargo, esa tiranía estaba limitada físicamente, porque los Estados eran pequeños y las relaciones universales imposibles de todo punto. Sin embargo, en la actualidad, las vías están preparadas para un tirano gigantesco, colosal, universal, inmenso… Ya no hay resistencias ni físicas, ni morales. Físicas, porque actualmente no hay fronteras, con el teléfono y con internet ya no hay distancias. Y no hay resistencias morales, porque todos los ánimos están divididos y todos los particularismos están muertos. Recordemos aquel Felsenburgh de Benson, y su fulgurante acceso al trono del mundo. En torno a él se reunirán todos los que Castellani llama los «oneworlders», o sea «mundounistas», los que hoy sustentan el Nuevo Orden Mundial».

Una vez que haya tomado las riendas del poder en sus manos, el Anticristo se abocará a su obra, que a los ojos del mundo aparecerá como «benéfica».

Acabará con las guerras, ante todo, cumpliendo el anhelo más profundo de la humanidad, que es la paz universal, una paz sacrílega y embustera, por cierto, la paz del mundo, estigmatizada por Cristo. Castellani opina que esta «concordia» mundial la logrará sobre todo a través del comercio. Porque el comercio moderno, escribe, tiene algo de satánico. El capitalismo se enriquece automáticamente, no expone nada; el oro engendra oro, como si fuese una cosa viva, y ello parece invención de Satanás. El comercio es hoy lo más importante en las relaciones internacionales; lo demás, naciones incluidas, parecieran ser epifenómenos, al decir de Marx».

Según Castellani «el Anticristo solucionará igualmente los problemas económico-sociales, ofreciendo no sólo abundancia sino también igualdad, aunque sea la de un hormiguero. Corregirá así la plana a su Rival, consintiendo a las tres tentaciones que antaño Jesús se obstinara en rechazar: «Di que estas piedras se conviertan en pan», y dará de comer al mundo entero; «tírate del Templo abajo, para que todos te aplaudan», y adquirirá renombre universal por los medios de comunicación; «todos los reinos de la tierra son míos y te los daré si me adorares» (cf. Mt 4, 1-11), y los recibirá. Es lo que vio con tanta claridad Dostoievski en su «Leyenda del Gran Inquisidor». Las Tentaciones, rechazadas por Cristo, han quedado como suspendidas en el aire, hasta que, desaparecido el Katéjon, sean formalmente aceptadas por el Vicario del Dragón. Tratará asimismo de destruir lo que queda de Cristiandad, pero aprovechando sus despojos. Los escombros del orden público, los restos de la tradición cultural, los mecanismos e instrumentos políticos y jurídicos, todo ello será utilizado en la construcción de la nueva Babel, la grande e impía confederación mundial. ¿Cómo, si no, podría levantarse en tan poco tiempo? »

Y prosigue el P. Sáenz en su análisis de la obra de Castellani: «Perseguirá sobre todo duramente a la Iglesia y matará a los profetas, porque verá en ellos a quienes denuncian su superchería, los aguafiestas de la felicidad colectiva, los profetas de desgracias. Pero los sustituirá enseguida por profetas mercenarios, dispuestos a cantar la madurez de los tiempos, los encantos del viento de la historia, los mañanas venturosos. Fomentará con predilección el espíritu de inmanencia, en razón de lo cual aborrecerá especialmente a quienes pongan en guardia a la gente dándoles a conocer las profecías del Apocalipsis. Y, como es obvio, no querrá ni oír hablar de la Parusía.»

Porque no hay que olvidar, tal y como señala Alfredo Sáenz, que la figura del Anticristo no es primordialmente política, sino teológica. Ello se hace evidente por las metas que la Escritura le atribuye: 1) negará que Jesús es el Salvador Dios (cf. 1 Jn 2, 22); 2) será recibido en lugar de Cristo por la humanidad (cf. Jn 5, 43); 3) se autodivinizará (cf. 2 Tes 2, 4); 4) suprimirá, combatirá o falsificará las otras religiones (cf. Dan 7, 25). Su proyecto es, pues, prevalentemente teológico. El Misterio de Iniquidad, que el Anticristo encarna, se resume en el odio a Dios y la adoración del hombre. Porque, paradojalmente, aquel cuya boca proferirá blasfemias contra todo lo divino (cf. Ap 13, 5-6), por otro lado pretenderá hacerse adorar como Dios (cf. 2 Tes 2, 4). Ello será lo más grave. En este sentido, Leonardo Castellani advierte cómo los tiempos modernos le están haciendo la cama al Anticristo, propagando sin descanso la Idolatría del Hombre y de las obras de sus manos.

A mi entender, en esta parte final de la ceremonia de los Juegos Olímpicos, todo esto se fue expresando simbólicamente, como para que fuese únicamente entendido por los iniciados. De este modo, París, la bella Ciudad de la Luz, se cubrió de tinieblas, y de pronto, una densa oscuridad se pudo palpar por millones de habitantes de todo el mundo que seguían el «ritual» a través de los distintos canales de comunicación globales.

El Caballero del blanco corcel

Sin embargo, los cristianos sabemos que sobre la tierra, el Anticristo tiene los días contados. El Apocalipsis nos describe la victoria final y definitiva de Cristo y la instauración de su Reino. ¡Él es la auténtica Luz del mundo!

En el clímax de la persecución, en el ápice mismo de la Gran Apostasía y la tribulación más espantosa de la historia, cuando los fieles estén casi por desfallecer, según las palabras del mismo Cristo: «Cuando venga el Hijo del hombre, ¿acaso hallará fe sobre la tierra?» (Lc 18, 8), llegará inesperadamente el momento de la victoria.

Él es la auténtica «Luz del mundo». (Foto: Albert Cortina)

«Entonces vi el cielo abierto, y había un caballo blanco; el que lo monta se llama «Fiel» y «Veraz»; y juzga, y combate con justicia» (Ap 19, 11). Es Cristo que viene para deponer a su Adversario. «Y los ejércitos del cielo –prosigue el texto–, vestidos de lino blanco puro, le seguían sobre caballos blancos» (ibid. 14). Ya lo había anunciado el profeta al decir: «Vendrá el Señor Dios mío y todos los santos con él» (Zac 14, 5), lo que San Judas refrendó en su epístola: «He aquí que viene el Señor, con miles de santos suyos» (1, 14).

Conclusión

No sé si los que diseñaron el relato y las escenas del misterioso y oscuro jinete cabalgando por el Sena sobre el caballo mecánico y posteriormente desfilando sobre un caballo blanco marcando el paso a todos los pueblos del mundo (representados por las banderas de los distintos países participantes en los Juegos Olímpicos de Paris-2024), quisieron hacer una parodia de la manifestación futura del Anticristo sobre la Tierra y su dominio sobre todas las naciones.

Si quedó bien patente en el caso de la burda y blasfema parodia de la Última Cena del Señor, en otro momento de la ceremonia- ritual.

Y es que, ni el espectáculo tecnológico de luz que desprendía la Torre Eiffel consiguió superar esa sensación de densa oscuridad que, sin embargo, transmitían las imágenes que hemos analizado anteriormente.

Claro es que, como signo de esperanza, la bella Basílica del Sagrado Corazón de Jesús (Sacré Coeur), situada en lo alto de la colina de Montmatre, se mostraba resplandeciente y seguia iluminando, desde la ciudad de París, a todo el mundo.