Papá, ¡Que Buena Palabra!

¡Feliz día del padre!

Foto de Ante Hamersmit en Unsplash

El niño se asomó por la ventana, desde allí alcanzó a ver a su padre zambullido bajo el ‘capot’ del automóvil y, regadas en el piso, herramientas que por su disposición daban noticia de un uso intensivo. De prisa, mudó su ropa y bajó a su encuentro. El padre “leyó” su presencia como la de un “asistente” y le solicitó una llave inglesa. Emocionado por la confianza, tomó un alicate con la certeza de haber atinado, se lo entregó esperando una señal de aprobación. El padre, al notar el error, reaccionó gráficamente. El rostro del niño se descompuso gráficamente también. Esta escena continuaría con un padre metido en su afición por la mecánica y un niño, entre molesto y triste, dando vueltas por su alcoba o, por aburrido, fastidiando a sus hermanos.

¿El niño compartía la afición? o ¿la responsabilidad de tener y mantener a punto el vehículo? Su intención era más bien otra. El padre, sin embargo, interpretó que estaba allí porque vibraba con su pasión por la mecánica y, además, su aspiración de que pudiera constituirse en su continuador alimentaba su orgullo. La figura del padre suele ser atrayente para el hijo, quien intenta estar con él, participar, “meterse” en su mundo en cierto modo, mágicamente completo. Los encuentros padre-hijo no reclaman de circunstancias ni hechos de gran envergadura; al contrario, las ocasiones que se suscitan son consecuencia de las actividades, acciones, tareas, etc., que, en lo cotidiano, en lo ordinario, se muestran y se suelen atender.

La aparición en el espacio vital del padre no fue jalonada porque el hijo sintoniza con sus intereses y expectativas; su presencia tiene mayor predicamento: es la petición de un yo a un tú para configurar un nosotros en la edificación de un “momento” compartido, tomando como pretexto la ejecución de una actividad. El padre busca ocupar el tiempo y el espacio “haciendo cosas”; el hijo los llena y plenifica a través de la relación: valora menos el qué hacer y más con el quién lo hace. La condición de hijo lleva inherente la necesidad de la relación con el padre, quien, con su personalidad, así y no de otra manera expresa la singularidad en el modo de ser papá.


Si nos enfocamos en la relación, el dilema del tiempo dedicado a los hijos pierde entidad. La relación interpersonal tiene para el hijo mucha relevancia, incluso por encima de las coordenadas medibles. Para él, el tiempo tiene un ritmo que se acelera y extingue en la intensidad del presente, pero no la impronta de su huella. El tiempo “desaparece” en un presente vital cuando el padre e hijo se confunden en un abrazo; cuando ríen simultáneamente o cuando eligen el mismo sabor de su helado… Esos momentos sencillos, de sana complicidad y rebosantes de cariño, permanecerán instalados en la mente y el corazón como buenos recuerdos que llevará a repetirlos –actualizados a la edad o circunstancias– con la misma confianza y afecto de ese instante.  ¡Feliz día del padre!

Spotify