Con motivo de la 32° edición del Festival de la Juventud de Medjugorje, que se celebra cada año del 1 al 6 de agosto, el Papa Francisco envía un mensaje a los jóvenes reunidos: “Tened el valor de vivir vuestra juventud confiando en el Señor y poniéndoos en camino con él. Dejaos conquistar por su mirada de amor que nos libera de la seducción de los ídolos, de las falsas riquezas que prometen la vida, pero traen la muerte”.
En su mensaje, el Santo Padre describe que este evento “es una semana intensa de oración y encuentro con Jesucristo, particularmente en su Palabra viva, en la Eucaristía, en la adoración y en el sacramento de la Reconciliación”. Se trata de un acontecimiento que “tiene el poder de ponernos en camino hacia el Señor”.
Aprender a hacer el bien
“Y éste es precisamente”, continúa, “el primer paso que dio el ‘joven rico’ mencionado en los Evangelios sinópticos (cf. Mt 19,16-22; Mc 10,17-22; Lc 18,18-23), que se puso en camino, o más bien corrió hacia el Señor, lleno de ímpetu y del deseo de encontrar al Maestro para heredar la vida eterna, es decir, la felicidad”. De hecho, “la palabra guía del Festival de este año es la pregunta que el joven hizo a Jesús: ‘¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?’ Es una palabra que nos pone ante el Señor; y él fija su mirada en nosotros, nos ama y nos invita: ‘¡Ven! Sígueme’ (Mt 19:21)”.
Francisco relata que para ayudar a este joven a “acceder a la fuente del bien y de la verdadera felicidad, Jesús le indica el primer paso que debe dar, que es aprender a hacer el bien con el prójimo: ‘Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos’ (Mt 19,17)”. El chico responde “que siempre lo ha hecho y que se ha dado cuenta de que no basta con seguir los preceptos para ser feliz. Entonces Jesús le dirigió una mirada llena de amor. Reconoce el deseo de plenitud del joven en su corazón y su sana inquietud, que le hace buscar”.
La lógica del don
Por eso, “el Señor le propone un segundo paso, el de pasar de la lógica del ‘mérito” a la del don: ‘Si quieres ser perfecto, ve, vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo” (Mt 19,21)’”. Jesús, prosigue el Pontífice, “le pide que deje atrás todo lo que pesa en el corazón y obstaculiza el amor”.
Lo que Jesús plantea “no es tanto un hombre despojado de todo como un hombre libre y rico en relaciones”, ya que “si el corazón está atestado de posesiones, el Señor y el prójimo se convierten en una cosa entre otras. El tener demasiado y el querer demasiado asfixian nuestro corazón y nos hacen infelices e incapaces de amar”.
“¡Ven! Sígueme”
Finalmente, Jesús habla de “una tercera etapa, la de la imitación: ‘¡Ven! Sígueme’”, resalta Francisco, quien describe que “seguir a Cristo no es una pérdida, sino una ganancia incalculable, mientras que la renuncia se refiere al obstáculo que impide el camino”. Ese joven rico, sin embargo, “tiene su corazón dividido entre dos amos: Dios y el dinero. El miedo a arriesgarse y a perder sus posesiones le hizo volver a casa triste” porque “no tuvo el valor de aceptar la respuesta, que es la propuesta de ‘desatarse’ de sí mismo y de sus riquezas para ‘atarse’ a Cristo, para caminar con él y descubrir la verdadera felicidad”.
“Amigos, también a cada uno de vosotros Jesús os dice: ‘¡Ven! Sígueme’, apunta el Sucesor de Pedro: “Tened el valor de vivir vuestra juventud confiando en el Señor y poniéndoos en camino con él. Dejaos conquistar por su mirada de amor que nos libera de la seducción de los ídolos, de las falsas riquezas que prometen la vida, pero traen la muerte. No tengáis miedo de acoger la Palabra de Cristo y aceptar su llamada. No os desaniméis como el joven rico del Evangelio; en cambio, fijad vuestra mirada en María, el gran modelo de la imitación de Cristo, y encomendaos a ella que, con su ‘He aquí’, respondió sin reservas a la llamada del Señor”.
A continuación, sigue el texto del mensaje completo en italiano traducido por Exaudi.
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¡Queridos!
El Festival de la Juventud es una semana intensa de oración y encuentro con Jesucristo, particularmente en su Palabra viva, en la Eucaristía, en la adoración y en el sacramento de la Reconciliación. Este acontecimiento -la experiencia de tantos nos dice- tiene el poder de ponernos en camino hacia el Señor. Y éste es precisamente el primer paso que dio el “joven rico” mencionado en los Evangelios sinópticos (cf. Mt 19,16-22; Mc 10,17-22; Lc 18,18-23), que se puso en camino, o más bien corrió hacia el Señor, lleno de ímpetu y del deseo de encontrar al Maestro para heredar la vida eterna, es decir, la felicidad. La palabra guía del Festival de este año es la pregunta que el joven hizo a Jesús: “¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna? Es una palabra que nos pone ante el Señor; y él fija su mirada en nosotros, nos ama y nos invita: “¡Ven! Sígueme” (Mt 19:21).
El Evangelio no nos dice el nombre de este joven, lo que sugiere que podría representar a cualquiera de nosotros. Además de poseer muchos bienes, parece estar bien educado e instruido, y también animado por una sana inquietud que le impulsa a buscar la verdadera felicidad, la vida en su plenitud. Así que se pone a buscar una guía autorizada, creíble y fiable. Encuentra tal autoridad en la persona de Jesucristo y por eso le pregunta: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?” (Mc 10,17). Pero el joven piensa en un bien que se puede ganar con su propio esfuerzo. El Señor le responde con otra pregunta: “¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios” (v. 18). Así, Jesús le dirige a Dios, que es el único y supremo Bien del que procede todo el resto de los bienes.
Para ayudarle a acceder a la fuente del bien y de la verdadera felicidad, Jesús le indica el primer paso que debe dar, que es aprender a hacer el bien con el prójimo: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mt 19,17). Jesús le devuelve a la vida terrenal y le muestra el camino para heredar la vida eterna, es decir, el amor concreto al prójimo. Pero el joven responde que siempre lo ha hecho y que se ha dado cuenta de que no basta con seguir los preceptos para ser feliz. Entonces Jesús le dirigió una mirada llena de amor. Reconoce el deseo de plenitud del joven en su corazón y su sana inquietud, que le hace buscar.
Sin embargo, Jesús también comprende la debilidad de su interlocutor: está demasiado apegado a los numerosos bienes materiales que posee. Por eso, el Señor le propone un segundo paso, el de pasar de la lógica del “mérito” a la del don: “Si quieres ser perfecto, ve, vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo” (Mt 19,21). Jesús cambia la perspectiva: le invita a no pensar en asegurar la otra vida, sino a darlo todo en su vida terrenal, imitando así al Señor. Es una llamada a una mayor madurez, a pasar de los preceptos observados para obtener recompensas al amor libre y total. Jesús le pide que deje atrás todo lo que pesa en el corazón y obstaculiza el amor. Lo que Jesús propone no es tanto un hombre despojado de todo como un hombre libre y rico en relaciones. Si el corazón está atestado de posesiones, el Señor y el prójimo se convierten en una cosa entre otras. El tener demasiado y el querer demasiado asfixian nuestro corazón y nos hacen infelices e incapaces de amar
Finalmente, Jesús propone una tercera etapa, la de la imitación: “¡Ven! Sígueme”. “Seguir a Cristo no es una imitación externa, porque toca al hombre en su profunda interioridad. Ser discípulo de Jesús significa conformarse con Él” (Benedicto XVI, Carta Encíclica Veritatis splendor, 21). A cambio, recibiremos una vida rica y feliz, llena de rostros de muchos hermanos y hermanas, y padres y madres e hijos… (cf. Mt 19,29). Seguir a Cristo no es una pérdida, sino una ganancia incalculable, mientras que la renuncia se refiere al obstáculo que impide el camino. Ese joven rico, sin embargo, tiene su corazón dividido entre dos amos: Dios y el dinero. El miedo a arriesgarse y a perder sus posesiones le hizo volver a casa triste: “Se le oscureció el rostro y se fue triste” (Mc 10,22). No dudó en plantear la pregunta decisiva, pero no tuvo el valor de aceptar la respuesta, que es la propuesta de “desatarse” de sí mismo y de sus riquezas para “atarse” a Cristo, para caminar con él y descubrir la verdadera felicidad.
Su vida es una entrega total, desde el momento de la Anunciación hasta el Calvario, donde se convirtió en nuestra Madre. Miremos a María para encontrar la fuerza y recibir la gracia que nos permita decir nuestro “he aquí” al Señor. Miremos a María para aprender a traer a Cristo al mundo, como lo hizo cuando, llena de cuidado y alegría, corrió a ayudar a santa Isabel. Busquemos a María para transformar nuestra vida en un regalo para los demás. Con su preocupación por la pareja de Caná, nos enseña a estar atentos a los demás. Con su vida nos muestra que en la voluntad de Dios está nuestra alegría, y acogerla y vivirla no es fácil, pero nos hace felices. Sí, “la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Los que se dejan salvar por Él se liberan del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 1).
Queridos jóvenes, en vuestro camino con el Señor Jesús, animados también por esta Fiesta, os encomiendo a todos a la intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre celestial, invocando la luz y la fuerza del Espíritu Santo. Que la mirada de Dios que os ama personalmente os acompañe cada día, para que, en vuestras relaciones con los demás, seáis testigos de la vida nueva que habéis recibido como don. Por eso ruego y os bendigo, y os pido también recéis por mí.
Roma, San Juan de Letrán, 29 de junio de 2021