Papa a jóvenes eslovacos: Alegría de abrazar a Jesús

Discurso en el estadio Lokomotiva de Košice

Papa jóvenes alegría Jesús
El Papa en su encuentro con los jóvenes en Košice, 14 de septiembre de 2021 © Vatican Media

Siguiendo el programa de la tarde del tercer día de su 34º Viaje Apostólico, el Papa Francisco se ha trasladado en coche al estadio Lokomotiva de Košice, Eslovaquia, para encontrarse con los jóvenes eslovacos. Después de los actos solemnes de presentación, el Santo Padre ha pronunciado su discurso, en el que les ha deseado la alegría de abrazar a Jesús, “más fuerte que cualquier otra cosa”, y les ha llamado a llevársela a sus amigos, “no sermones, sino alegría. No palabras, sino sonrisas, cercanía fraterna”.

Amor heroico

Las palabras del Papa han servido como respuesta a las preguntas hechas por los jóvenes que han dado su testimonio previamente. Primero ha hablado del amor en pareja, y ha dicho que “es el sueño más grande de la vida, pero no es un sueño de bajo costo”, y que se necesitan “ojos nuevos, ojos que no se dejan engañar por las apariencias”. Por eso ha llamado a no banalizar el amor, “porque el amor no es sólo emoción y sentimiento”, sino más bien “fidelidad, don, responsabilidad”.

Papa jóvenes alegría Jesús“La verdadera originalidad hoy, la verdadera revolución es rebelarse contra la cultura de lo provisorio, es ir más allá del instinto y del instante, es amar para toda la vida y con todo nuestro ser. No estamos aquí para ir tirando, sino para hacer de la vida una acción heroica”, ha destacado.

Por eso, afirma, “cuando sueñen con el amor, no crean en los efectos especiales, sino en que cada uno de ustedes es especial. Cada uno es un don y puede hacer de la vida un don. Los otros, la sociedad, los pobres los esperan. Sueñen con una belleza que vaya más allá de la apariencia, más allá de maquillaje, más allá de las tendencias de la moda. Sueñen sin miedo de formar una familia, de procrear y educar unos hijos, de pasar una vida compartiendo todo con otra persona, sin avergonzarse de las propias fragilidades”.

Regar las raíces

A través de un consejo, el Pontífice ha invitado a los jóvenes a regar las raíces: “Los padres y sobre todo los abuelos, estén atentos, los abuelos. Ellos les han preparado el terreno. Rieguen las raíces, vayan a ver a sus abuelos, les hará bien; háganles preguntas, dediquen tiempo a escuchar sus historias. Hoy se corre el peligro de crecer desarraigados, porque tendemos a correr, a hacerlo todo de prisa”.

“No se dejen aprisionar por la tristeza o el desánimo resignado de quien dice que nunca cambiará nada. Si se cree en esto uno se enferma de pesimismo. Se envejece por dentro. Y se envejece siendo jóvenes. Hoy existen muchas fuerzas disgregadoras, muchos que culpan a todos y todo, amplificadores de negatividad, profesionales de las quejas. No los escuchen, porque la queja y el pesimismo no son cristianos, el Señor detesta la tristeza y el victimismo”, subraya.

Levantarse con la confesión

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Respondiendo a la segunda pregunta de los testimonios, Francisco ha hablado de la confesión: “¿Los pecados son verdaderamente el centro de la confesión? ¿Dios quiere que te acerques a Él pensando en ti, en tus pecados, o pensando en Él? ¿Cuál es el centro, los pecados o el Padre que perdona todos los pecados? El Padre. No vamos a confesarnos como unos castigados que deben humillarse, sino como hijos que corren a recibir el abrazo del Padre”.

“Después de cada confesión, quédense un momento recordando el perdón que han recibido. Atesoren esa paz en el corazón, esa libertad que sienten dentro. No los pecados, que no están más, sino el perdón que Dios les ha regalado, la caricia de Dios Padre. Eso atesórenlo, no dejen que se lo roben. Y cuando vuelvan a confesarse, recuerden: voy a recibir una vez más ese abrazo que me hizo tanto bien. No voy a un juez a ajustar cuentas, voy a encontrarme con Jesús que me ama y me cura”, argumenta.

Abrazar la Cruz

Por último, el Obispo de Roma ha hablado de la Cruz: “Abrazar: es un hermoso verbo. Abrazar ayuda a vencer el miedo. Cuando somos abrazados recuperamos la confianza en nosotros mismos y también en la vida. Entonces dejémonos abrazar por Jesús. Porque cuando abrazamos a Jesús volvemos a abrazar la esperanza”.

“La cruz no se puede abrazar sola, el dolor no salva a nadie. Es el amor el que transforma el dolor. Por eso, la cruz se abraza con Jesús, ¡nunca solos! Si se abraza a Jesús renace la alegría. Y la alegría de Jesús, en el dolor, se transforma en paz”, concluye.

A continuación, sigue el discurso completo de Su Santidad, ofrecido por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

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Discurso del Papa Francisco

Queridos jóvenes, queridos hermanos y hermanas, dobrý večer! (¡buenas tardes!) Me ha dado alegría escuchar las palabras de Mons. Bernard, los testimonios y las preguntas de ustedes. Me han hecho tres y yo quisiera intentar buscar respuestas junto con ustedes. Comienzo por Peter y Zuzka, por su pregunta acerca del amor en la pareja. El amor es el sueño más grande de la vida, pero no es un sueño de bajo costo. Es hermoso, pero no es fácil, como todas las grandes cosas de la vida. Es el sueño, pero no es un sueño fácil de interpretar. Les robo una frase: “Hemos comenzado a percibir este don con ojos totalmente nuevos”. En verdad, como han dicho, se necesitan ojos nuevos, ojos que no se dejan engañar por las apariencias. Amigos, no banalicemos el amor, porque el amor no es sólo emoción y sentimiento, esto en todo caso es al inicio. El amor no es tenerlo todo y rápido, no responde a la lógica del usar y tirar. El amor es fidelidad, don, responsabilidad.


Papa jóvenes alegría Jesús

La verdadera originalidad hoy, la verdadera revolución es rebelarse contra la cultura de lo provisorio, es ir más allá del instinto y del instante, es amar para toda la vida y con todo nuestro ser. No estamos aquí para ir tirando, sino para hacer de la vida una acción heroica. Todos ustedes tendrán en mente grandes historias, que leyeron en novelas, vieron en alguna película inolvidable, escucharon en relatos emocionantes. Si lo piensan, en las grandes historias siempre hay dos ingredientes: uno es el amor, el otro es la aventura, el heroísmo. Siempre van juntos. Para hacer grande la vida se necesitan ambos: amor y heroísmo. Miremos a Jesús, miremos al Crucificado, están los dos: un amor sin límites y la valentía de dar la vida hasta el extremo, sin medias tintas. Aquí delante de nosotros está la beata Ana, una heroína del amor. Nos dice que apuntemos a metas altas. Por favor, no dejemos pasar los días de la vida como los episodios de una telenovela.

Por eso, cuando sueñen con el amor, no crean en los efectos especiales, sino en que cada uno de ustedes es especial. Cada uno es un don y puede hacer de la vida un don. Los otros, la sociedad, los pobres los esperan. Sueñen con una belleza que vaya más allá de la apariencia, más allá de maquillaje, más allá de las tendencias de la moda. Sueñen sin miedo de formar una familia, de procrear y educar unos hijos, de pasar una vida compartiendo todo con otra persona, sin avergonzarse de las propias fragilidades, porque está él, o ella, que los acoge y los ama, que te ama así como eres, y eso es amor, amor al otro como es, y es bello. Los sueños que tenemos nos hablan de la vida que anhelamos. Los grandes sueños no son el coche potente, la ropa de moda o el viaje transgresor. No escuchen a quien les habla de sueños y en cambio les vende ilusiones, una cosa es soñar y otra son las ilusiones. Estos que venden sueños son manipuladores de felicidad. Hemos sido creados para una alegría más grande, cada uno de nosotros es único y está en el mundo para sentirse amado en su singularidad y para amar a los demás como ninguna otra persona podría hacer en su lugar. No se trata de vivir sentados en el banquillo para reemplazar a otro, de reserva. No, cada uno es único a los ojos de Dios. No se dejen “homologar”; no fuimos hechos en serie, somos únicos, somos libres, y estamos en el mundo para vivir una historia de amor, de amor con Dios, para abrazar la audacia de decisiones fuertes, para aventurarnos en el maravilloso riesgo de amar. Les pregunto, ¿ustedes creen en esto? Les pregunto, ¿ustedes sueñan esto seguro?

Quisiera darles otro consejo. Para que el amor dé frutos, no se olviden las raíces. ¿Cuáles son sus raíces? Los padres y sobre todo los abuelos, estén atentos, los abuelos. Ellos les han preparado el terreno. Rieguen las raíces, vayan a ver a sus abuelos, les hará bien; háganles preguntas, dediquen tiempo a escuchar sus historias. Hoy se corre el peligro de crecer desarraigados, porque tendemos a correr, a hacerlo todo de prisa. Lo que vemos en internet nos puede llegar rápidamente a casa, basta un clic y personas y cosas aparecen en la pantalla. Y luego resulta que se vuelven más familiares que los rostros de quienes nos han engendrado. Llenos de mensajes virtuales, corremos el riesgo de perder las raíces reales. Desconectarnos de la vida, fantasear en el vacío no hace bien, es una tentación del maligno. Dios nos quiere bien plantados en la tierra, conectados a la vida, nunca cerrados sino siempre abiertos a todos, plantados en la tierra y abiertos a todos.

Sí, pero —me dirán ustedes— el mundo piensa de otro modo. Se habla mucho de amor, pero en realidad rige otro principio: que cada uno se ocupe de lo suyo. Queridos jóvenes, no se dejen condicionar por esto, por lo que no funciona, por el mal que hace estragos. No se dejen aprisionar por la tristeza o el desánimo resignado de quien dice que nunca cambiará nada. Si se cree en esto uno se enferma de pesimismo. Se envejece por dentro. Y se envejece siendo jóvenes. Hoy existen muchas fuerzas disgregadoras, muchos que culpan a todos y todo, amplificadores de negatividad, profesionales de las quejas. No los escuchen, porque la queja y el pesimismo no son cristianos, el Señor detesta la tristeza y el victimismo. No estamos hechos para ir mirando el piso, sino para elevar los ojos al cielo, a los otros, a la sociedad.

Y cuando estamos decaídos, porque todos en la vida tenemos algunos momentos de bajón, todos tenemos esta experiencia, ¿qué podemos hacer? Hay un remedio infalible para volver a levantarse. Es lo que has dicho tú, Petra: la confesión, la medicina de la confesión. Me preguntaste: “¿Cómo puede un joven superar los obstáculos del camino hacia la misericordia de Dios?”. También aquí es una cuestión de mirada, de mirar lo que importa, lo que cuenta. Si yo les pregunto: “¿En qué piensan cuando van a confesarse?”, estoy casi seguro de la respuesta: “En los pecados”. Pero les pregunto, y respondan, ¿los pecados son verdaderamente el centro de la confesión? ¿Dios quiere que te acerques a Él pensando en ti, en tus pecados, o pensando en Él? ¿Cuál es el centro, los pecados o el Padre que perdona todos los pecados? El Padre. No vamos a confesarnos como unos castigados que deben humillarse, sino como hijos que corren a recibir el abrazo del Padre. Y el Padre nos levanta en cada situación, nos perdona cada pecado. Escuchen bien esto. Dios perdona siempre. ¿Han comprendido? Dios perdona siempre.

Les doy un pequeño consejo: después de cada confesión, quédense un momento recordando el perdón que han recibido. Atesoren esa paz en el corazón, esa libertad que sienten dentro. No los pecados, que no están más, sino el perdón que Dios les ha regalado, la caricia de Dios Padre. Eso atesórenlo, no dejen que se lo roben. Y cuando vuelvan a confesarse, recuerden: voy a recibir una vez más ese abrazo que me hizo tanto bien. No voy a un juez a ajustar cuentas, voy a encontrarme con Jesús que me ama y me cura. Demos a Dios el primer lugar en la confesión. Si Él es el protagonista, todo se vuelve hermoso y la confesión se convierte en el sacramento de la alegría. Sí, de la alegría, no del miedo o del juicio, sino de la alegría. Y es importante que los sacerdotes sean misericordiosos. Nunca curiosos, nunca inquisidores, por favor, sino hermanos que dan el perdón del Padre, que acompañan en este abrazo del Padre. Que sean hermanos que acompañan en este abrazo del Padre.

Pero alguno podría decir: “Yo igualmente me avergüenzo, no logro superar la vergüenza de ir a confesarme”. No es un problema, es algo bueno. Si te avergüenzas, quiere decir que no aceptas lo que has hecho. La vergüenza es un buen signo, pero como todo signo pide que se vaya más allá. No permanecer prisionero de la vergüenza, porque Dios nunca se avergüenza de ti. Él te ama precisamente allí, donde tú te avergüenzas de ti mismo. Y te ama siempre. En mi tierra, a los caraduras que hacen todo mal les llamaos desvergonzados.

Una última duda: “Yo no consigo perdonarme, por tanto, ni siquiera Dios podrá perdonarme, porque caigo siempre en los mismos pecados”. Pero —escucha—, ¿cuándo se ofende Dios, cuando vas a pedirle perdón? No, nunca. Dios sufre cuando nosotros pensamos que no puede perdonarnos, porque es como decirle: “¡Eres débil en el amor!”. Decirle esto a Dios es feo. En cambio, Dios siempre se alegra de perdonarnos cada vez. Cuando vuelve a levantarnos cree en nosotros como la primera vez, no se desanima. Somos nosotros los que nos desanimamos, Él no. No ve unos pecadores a quienes etiquetar, sino unos hijos a quienes amar. No ve personas fracasadas, sino hijos amados; quizá heridos, y entonces tiene aún más compasión y ternura. Y cada vez que nos confesamos —no lo olviden nunca— en el cielo se hace una fiesta. ¡Que sea así también en la tierra!

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Y finalmente, Peter y Lenka. Ustedes en la vida han experimentado la cruz. Gracias por su testimonio. Han preguntado cómo “animar a los jóvenes para que no tengan miedo de abrazar la cruz”. Abrazar: es un hermoso verbo. Abrazar ayuda a vencer el miedo. Cuando somos abrazados recuperamos la confianza en nosotros mismos y también en la vida. Entonces dejémonos abrazar por Jesús. Porque cuando abrazamos a Jesús volvemos a abrazar la esperanza. La cruz no se puede abrazar sola, el dolor no salva a nadie. Es el amor el que transforma el dolor. Por eso, la cruz se abraza con Jesús, ¡nunca solos! Si se abraza a Jesús renace la alegría. Y la alegría de Jesús, en el dolor, se transforma en paz. Queridos jóvenes, les deseo esta alegría, más fuerte que cualquier otra cosa. Quisiera que la lleven a sus amigos. No sermones, sino alegría, lleven alegría. No palabras, sino sonrisas, cercanía fraterna. Les agradezco que me hayan escuchado y les pido una última cosa: no se olviden de rezar por mí. Ďakujem! [¡Gracias!]

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